domingo, noviembre 23, 2008

Cazadores de sapienza

En la cafetería se está caliente,
Traigo las manos heladas y pienso en sabañones.
Me siento. Agotada.
Aún tengo agujetas del último sobre esfuerzo.
La combinación perfecta entre cansancio físico y mental.
Perfecta porque ya llega el fin de semana.
Y visualizo mi edredón nórdico como un paraíso alcanzable.


Me traen el poleo menta.
Cuando lo vierto en la taza el líquido chorrea. Como siempre.
Me levanto para alcanzar el diario de otra mesa.
Y los gemelos se retuercen por dentro.

En la portada veo el claustro de la Universidad donde estudié.
La foto muestra a un montón de estudiantes protestando por la nueva ley educativa.
A pie de página dice que fueron los estudiantes de filosofía, políticas y filologías los que más se manifestaron.
Si es que todo tiene sentido.

Miro la contraportada. La de las entrevistas.
Esta vez es un sociólogo. Famosísimo se ve.
Hay un retrato suyo.
Es un hombre típico.
Está sentado. Tiene el pelo muy blanco.
Y greñas en la nuca. Y más de ochenta años.
Tiene esa pose y esa mirada. Sí.
Esa pose que irradia lo que muchos consideran sabiduría.
Una sabiduría que pasa por citar frases y nombres de autores que el mundo también reconoce como sabios.

Es curioso cómo se citan unos a otros.
Siempre me ha resultado pretencioso y pedante estar nombrando a los demás antes de decir lo que uno piensa.
Si es que realmente se llega a decir lo que uno piensa.
Es como utilizar algo que, como mínimo, te va a desviar de tí mismo.
[...]

El saber, además de ocupar lugar, se goza.
No siempre, pero casi siempre incita a la vanidad y la condescendencia.
Aunque un buen saberdor siempre sabrá espolvorear humildad cuando toca.
Y esa humildad, que antes era tan solo falsa modestia -necesaria- se ha convertido ya en estandarte.
A derivado, diría yo, en otra falsedad peor.
La falsa incerteza.
La que todo lo cubre. Todo lo permite. Y todo lo vale.
La que subestima o sobrevalora según conveniencias culturales.

Hoy, se reconocen a los sabedores por sus dudas.
Igual que por sus conocimientos.
Un hedonismo nada fértil. Inútil me atrevo a decir.

Resumiendo, que quien no contempla otras opciones no puede ser un intelectual.
O un buen intelectual.
Así piensan demasiados.

Es un intento de cruce entre lo afianzado y la lógica.
Un nuevo invento de eso llamado post modernidad: Sé mucho, pero me lo cuestiono todo.
Y si a eso le añadimos mansamente un: Será que no se tanto... Ya está.
Ahí lo tienes.
El intelectual del S. XXI.
Aplaudido y venerado.

Atribuir el conocimiento a los sabedores de antaño; clásicos y contemporáneos.
Y atribuirse a sí mismos la opción de cuestionarse lo aprendido.

Pero esa duda, esa reconfortante incerteza naranja y brillante como la boya de cualquier playa -expuesta como virtud fascinante de nuestra época- necesita aval para no ser desdeñada.
El aval de los sabedores reconocidos por el mundo.
Los no reconocidos, no valen. Porque entonces es una duda insulsa. Sin fundamento.
Que vendría a ser ignorancia...
[...]

El tipo de la entrevista, el sociólogo, decía en la misma, entre risas -según la entrevistadora- que tenía la impresión de que todo lo que había enseñado a sus alumnos en la Universidad era papel mojado.
Y añadía que eso era fantástico e interesante.

La justificación a eso era la "permanente movilidad" de la sociedad actual.

El "Sólo sé que no sé nada" bailando con nombres y citas de los que sí saben -o supieron- es el compendio perfecto para los predecibles intelectuales que acechan en cada esquina.

Esos que te dejan exactamente igual que antes de haberlos escuchado.
Pero que impresionan, sí.
Aunque cada vez sorprenden menos y cansan más.
Por trillados.

miércoles, noviembre 12, 2008

No hay gente que disponga de mucho tiempo libre.
Hoy, en estos parajes mundanos, las cosas son así.
Y sí, lo que escasea, vale.

Yo misma le he llegado a dar al tiempo un valor casi absoluto.
Cuando me ha faltado.
Como todo el mundo, supongo.
Y ya sabéis.

Siempre que hablo de tiempo, hablo de Borges.
Porque para él, el tiempo lo definía todo.
El tiempo era lo que queda entre un incio y un final.
Así que el tiempo vendría ser el rato que pasa entre nacer y morir.
La vida, vamos.
[...]

Nunca he sabido dibujar.
Ese don, de herencia paterna, le tocó a mi hermano.
Quizás por compensar y por sentirme menos húerfana -de dones- desarrollé la imaginación.
Y me acostumbré a pintar por dentro.
A ver formas que, si acaso, sólo puedo explicar.
Pero no plasmar.

Y puede, sólo puede, que eso lo complique todo.
Sobre el tiempo, también imagino.
Y lo imagino como algo viejo.
Con bufanda. Y pelo blanco.
Con ojos soñadores y sabios.
Y si es que tiene nariz, la tiene larga.

Tiene una mueca en la faz.
Que no siempre es sonrisa.
Una melancolía entrañable.
Que no asusta.
Pero a veces alerta.

Está y existe a cada instante.
Y aún así, se mueve en mundos paralelos.
A niveles un poco incomprensibles.

A ratos lo siento mío.
A ratos, de otros.
A ratos, de nadie.
Se desgasta.

Y cuando lo ves cansado, y lejos, se vuelve otra vez nuevo.
De un blanco impoluto.
Y lo sientes cerca otra vez.

No es algo que esté helado. Ni que arda.
Pero puede dar un frío tremendo.
Aunque tenga su bufanda.
O desprender un calor sofocante.
[...]

Ahora, sus caricias se me antojan agobiantes.
Aunque sean cariñosas.
Y suaves.

Como el amante que, entregado, te desespera un poco.
Por predecible.
Son besos sabidos y largos.
Deseados pero sobrables ya.
...

Eso me ofrece ahora el tiempo.
Inquietud vestida de azul.

lunes, noviembre 10, 2008

Y es que no existen las revelaciones.
Por mucho que las echemos de menos.
Por mucho que las dibujemos.

No hay segundos claves de trascendencia.
Ni momentos decisivos que condicionen nada.
Todo pasa por un proceso de significación.
El nuestro. El subjetivo.
Guste o no guste así vamos compartiendo o discrepando.

Y justo por eso todo queda a merced nuestra.
Con un trazo limpio y claro. Perfilado.
Todo queda a lo que queramos pensar.
A lo que queramos creer.
A lo que queramos sentir.
Y todo eso.... casi sin querer.

La gente es feliz con lo que piensa.
Y, a menudo, con cómo piensa.
Desterrar todo lo demás puede ser hasta inteligentemente cómodo.

Ver a una chica bajándose las bragas, en medio de la calle Balmes, a las siete de la mañana para mear entre dos coches resulta alentador.
Sobre todo si lo hace con mirada desafiante.
Creyendo romper las reglas de algún juego que detesta.
Porque le viene en gana y porque tiene pis. Claro.
Y porque sentirse transgresor tiene su punto.
Aunque sea a niveles mediocres y ordinarios.

Y visualizas ahí las opciones.
Todo lo que podría ser. Y no es. Por elección.
Todas las ansias mal digeridas.
Y todos los resultados de ardores posteriores.

Y una casi se siente reconciliada con el mundo.
[...]

Vienen siendo tiempos de visitar mentes.
Y lugares.
De dar rodeos, quizás.

De bajar a planos de suelo firme después de sobrevolarlos.
De rozar la desidia.

Porque sí.
Pretendemos ser entendidos. Adivinados.
Pretendemos demasiado pues.
Ser premiados con lo que la boca calla.
Con lo que los ojos dicen.
Puede que eso sea alguno de los muchos flecos de la vanidad.

Ser coronados por situaciones que no buscamos pero encontramos.
Y aplaudidos por la máxima de la naturalidad.
O con lo creemos que es la naturalidad.

Pero igual acabas condenado.
De juzgado, no de enfado.
Igual acaban tiñendo de negro la maravillosa ingenuidad.

Y yo, que no entiendo cualquier cosa como natural, me doblego.
Con deleite.
Me retuerzo y derramo azúcar por encima.
Porque lo menos natural, lo menos determinado, me endulza.
Me sabe a menos agrio. A más fresco.
A nuevo.

Y así, disfruto tontamente con lo que me hace sentir menos yo y más parte de algo.
Con lo que me desnaturaliza por unos instantes.
Con lo que me hace sentir graciosamente perdida.

Y lo saboreo. Con cuidado.
Notando la textura esponjosa y ligera de no poder dominarme.
De saberme arrastrada por algo que me supera.

Y antes de que se haga de día, disfruto bajo los focos discotequeros.
Los que esconden mejillas sonrosadas.
Los que camuflan silencios.
Los que protegen la emoción de los gestos.

Y luego....bien, luego llegan los veredictos.


martes, noviembre 04, 2008

El cartel indica que en el próximo desvío está La Fira de Barcelona.
Pongo el intermitente.
Nunca me ha gustado esa zona.
Llevará diez años en obras.
Cada vez que voy ha cambiado algo. A peor.


Esta vez he visto un edificio nuevo. Rojo. Espantoso.
La fachada llena de pequeños tubos verticales.
Como si fuera una cárcel. Y altísimo.


Rotondas y más rotondas. En construcción.
Es todo demasiado grande. Demasiado urbano.
Cemento puro. Gris, gris y más gris.

Algún marrón también hay.


Da igual que algún rayo de sol se cuele entre todo eso.
Es desapacible. Inhóspito.


Trabajé cerca de allí durante una época.
Y jamás sentí impulso alguno de conocer el entorno.
Del coche a la oficina. Y viveversa. Punto.
[...]


Entro en el Ikea.
Lo primero que veo es un sofá blanco.
De charol. Ahora todo es de charol.
Los zapatos, los bolsos... Todo brillante y frío.
Y al lado del sofá un árbol de navidad.
Acabáramos...


Eso es por si a alguien no se le ocurre nada que comprar.
Que compren bolitas y adornos varios para los abetos de plástico.
Claro.


El sitio está lleno. Como si fuera sábado.
Pensamos que la gente trabaja. Pero no.
La gente está en el Ikea.
Comprando. Hablando. Paseando.
Lo de la crisis es un invento de alguien.

Subo y bajo escaleras.
Porque una flechitas pintadas en el suelo, idea -seguro- de alguien que leyó El Mago de Oz, me indican por dónde tengo que ir.
Gracias.
Puede que patente el incorporar Gps a los carritos de la compra.

Estoy buscando algo para tener ordenados los collares.
Sí.
No hay cosas para poder colgar los collares.
Y estoy harta de tenerlos todos enredados en una caja.
Me veo capaz hasta de comprarme un perchero.
Y acabar con ese absurdo.


Le pregunto a una chica que trabaja ahí.
Y que está luchando con unos palos de madera larguísimos.
Siento tener que preguntarle.
La chica tiene una cara de agobio digna de foto.
La coleta de lado. Algunos pelos por la cara.
Agobio jpeg.


Me mira como si estuviera loca.
Que oye, también pudiera ser.
Y me dice que más adelante hay cajas de todos los tamaños.


Me ahorro decirle que conozco la existencia de las cajas.
Que se trata de ordenar, no de guardar.
Suficiente tiene ya con los palos.
Que, además, amenazan con saltarme un ojo.
Y suficiente tengo yo con buscar algo que no existe.
Vayamos todos en paz.


Sigo andando y oigo una voz que resuena por todas partes.
"A todo el personal, activado código 500".
Me quedo quieta delante de una percha con agujeros.
Prometo que es una percha con un montón de agujeros.
Pero los collares no se cuelgan en el armario. No.


Y pienso qué será lo del código 500.
Si será una amenaza de bomba.
O un lenguaje interno de los trabajadores.
Para darse ánimos de que pronto acabará la jornada o algo así.

O para hacerles saber que pueden ir al servicio. No sé.


Y pienso también cuáles serán los otros 499 códigos.
Y si realmente los trabajadores se los sabrán.
De momento, todo el mundo sigue igual.
Ajeno a todo.
Este sitio es rarísimo.

Rarísimamente normalizado. Eso.


No sé cómo, pero he llegado a una zona donde todo son sillas.
Todo.
De muchas formas y muchos colores.
Tengo que sentarme. Quiero sentarme.
Debe ser una buenísima estrategia de márketing.


Elijo una blanca. Muy rara. Redonda.
Es bastante cómoda.
Debo haber salido de mi mundo.
Porque empiezo a mirar a la gente.


Enfrente mío hay una pareja joven.
Él carga una alfombra, enrrolladísima.
Ella lleva una bolsa amarilla colgada al hombro.
Están discutiendo.


Él habla y gesticula rápido. Como enervado.
Ella mira furtivamente a los lados. Cansada.
Diría que está avegonzada. Pero no lo sé.
No sé nada y no quiero saber.


Mi mente, que está tan aburrida como embutida, empieza ya a imaginarles una historia.
De rutina, puede que de crisis económica y de hastío. Quizás hijos que estén con la abuela.
Pero me contengo.


Mal momento para crear cuentos. Demasiado palpables.
Y al pasar por su lado casi me estremezco.
Y sé bien por qué.


Sigo.
Por ese camino de adoquines verdes y amarillos.
Veo velas.
Casi siempre que veo velas sonrío tontamente.

Pero ahora es imposible.
Aquí nada es único.
Sólo son formas apiñadas, una tras otra.
Las veo todas iguales.
Aunque sé que son de distinta forma. De distinto color. De distinto olor.
Pero así no. Así son todas iguales.

No tiene gracia.


Lo del código 500 no era una bomba.
Porque seguimos todos ahí. Respirando.

O sí, pero la han desactivado.


Pregunto por la salida.
El chico me dice que tengo que seguir las flechas.
Que hay que dar toda la vuelta al centro.


Y mientras que voy en el sentido contrario a la flechas -y a la gente, claro- siento algo agrio.

Una tristeza vacía.
Y no es la proximidad de la navidad.
Porque a mi, la navidad, aún me gusta un poco.

viernes, octubre 31, 2008

Me despierto. Estoy hecha un ovillo.
No me muevo.
Pienso en pájaros.
Pienso si estarán calientes en sus nidos.
A la intemperie.
Y pienso en la fragilidad de esos cuerpos blandos.


Me viene a la cabeza el sábado pasado a mediodía.
Cuando andaba yo perdida con Tere.
Y digo perdida porque era así.


Cogimos el coche y unos bocadillos.
Y nos fuimos a buscar pueblecitos de esos con encanto.
Pero sin mirar esas fantásticas guías turísticas.
Cualquiera nos servía.


Hacía calor. Justo lo contrario a estos días.
Días en los que llevo dos pares de calcetines.
Días en los que se me pone la nariz roja.
Y no exagero.
Es, simplemente, que debo tener antepasados tropicales.
Por eso me entran ganas de ser osa e hibernar.
[...]


Salimos de la autopista mucho rato después.
Y encauzamos carreteras secundarias.
De pueblos bonitos y fantasmales.


En algún momento paramos en medio de la nada.
A escuchar el silencio y a algo más.
Allí, el mundo no parecía mundo.
Sólo era un pedazo de tierra en medio de viñas y cielo.
Y nosotras sólo dos vidas.

De nuevo en el coche pusimos la radio.
Sonaba una canción de amor.
Casi todas las canciones son de amor.
En serio. O de desamor, que viene a ser otra especie de amor.


Amor mezclado con algo, pero amor.
Lo otro suele quedar difuminado.
Realmente no sé si eso es algo bueno.
Ni sé exactamente el por qué.


Pero sé que no hay muchas canciones sobre el trabajo.
O sobre las ocho, o nueve, o diez maravillas del mundo.
O sobre cualquier otra cosa que también forme parte de nuestras vidas.


Miré a Tere.
Iba tranquila. Miraba por la ventana.
Las manos relajadas sobre el regazo.
A ella le gustan las canciones de amor.
Y si son cutres más.


Es una romántica.
Quizás yo también, no lo sé.


Estaba guapa.
Con la tontería de los doscientos kilómetros que nos separan nos vemos poco.
Le había dejado unas bambas.

Porque en su maleta no caben las bambas.
Sé que se patería una montaña con tacones.
Sería muy capaz.
Domina los tacones más que nadie que conozca.


Y quizás fueron esas canciones de la radio.
O el aire despejado y sano de aquellos pueblos que íbamos dejando atrás.
Pero cuando paramos a comer hablamos de chicos.


Sentadas en un banco.
Con el papel de plata en nuestras rodillas.
Como dos quinceañeras que ya no lo son.


Con el pelo suelto y ropa cómoda.
Lejos de nuestros trabajos.
Lejos -en aquel momento- de nuestras preocupaciones de adultas.
[...]


Luego, la noche trajo verdades ineludibles.
De esas difíciles. Que cuesta explicar.
De las que te dejan desnuda mientras estás vestida de arriba a abajo.
De las que necesitan oídos y confianza.
Y al día siguiente ella se marchó.


Con sus canciones. Con sus tacones.
Pisando segura el suelo de la estación.

jueves, octubre 30, 2008

De azares y suertes

"Aquel que dijo más vale tener suerte que talento, conocía la esencia de la vida.La gente tiene miedo a reconocer que gran parte de la vida depende de la suerte. Asusta pensar cuantas cosas se escapan a nuestro control.En un partido hay momentos en que la pelota golpea el borde la red y durante una fracción de segundo puede seguir hacia adelante o caer hacia atrás.Con un poco de suerte sigue adelante y ganas o no lo hace y pierdes. "

Seguro que os suena.
Es la voz en off del principio de Match Point.
De Woody Allen.
Sí.
El mismo que duerme con los zapatos puestos por si, de repente, viene un huracán y hay que salir corriendo.
Hay que estar preparado para todo se ve...
Incluso para el fatalismo.
[...]


Hay muchos dichos sobre la suerte.
Que existe. Que no existe.
Que se encuentra sin querer.
Que se puede buscar.


Suerte.
En su definición, la R.A.E.incluye la palabra casualidad.
Y la casualidad no se puede evitar.
Según esto, la buena o mala suerte no se podría escoger.
Quizás sea así.


Pero hay más. Como en casi todo.
Suerte. O coincidencia. O destino.

Es sólo una idea. Una opción.
Puede que una creencia. Casi una cuestión de fe.
Y todo lo que tiene que ver con eso escapa a razonamientos lógicos.
Escapa a las mismas palabras.
Que se retuercen intentado explicar algo que los siglos no han conseguido explicar.
O, acaso, han conseguido explicar de tantas maneras que ninguna es válida del todo.
[...]


Una vez, en clase, hablábamos sobre los cuentos y relatos.
Y no pude evitar mentar las tragedias griegas.
Edipo Rey.
Sí. La existencia de un camino marcado o un camino labrado.
Y ellos, a sus 16 años, fruncían el ceño por no saber qué decir.
Quizás sin habérselo planteado nunca.
Por falta de necesidad. O por aceptar las cosas sin más.
Vete a saber si no se es más inteligente a esa edad que a otra.


La cosa es que tampoco tiene más importancia.
Bendecir a esa buena suerte o a esa buena coincidencia, digo.
O maldecir lo contrario.


Aunque eso sí.
Casi sin quererlo, hablar de buena suerte, de mala suerte o creer en el destino o no acaba siendo una filosofía de vida individual de cada uno.
Y así, vamos encontrando la absolución o el reproche a aquello que nos va ocurriendo.
Aunque para ser sinceros...nunca queda del todo claro.

jueves, octubre 23, 2008

A los no creyentes

Que no te crean es frustrante.
Aunque, claro está, hay nieveles.

Que no te crean cuando dices que un sábado por la noche estás cansada.
Vale.
Que no te crean cuando comentas que un día de estos te vas a vivir a la Cunchinchina.
Pues también vale.
O cuando dices que te has bajado la peli entera de Heidi.


Que no te crean cuando sonríes con complacencia ante las cortinas de flores de tu amiga "la casada".
Vale.
O cuando comentas que la semana que viene dejarás de fumar definitivamente.
Que no te crean cuando afirmas que te encantan los debates políticos.
Vale. Que su lógica tiene.
Que no te crean cuando juras que no volverás a besar al Tito Absolut.
Bien. Me parece bien.


Que no te crean cuando gritas con alegría: Sí, sí, te llamaré y quedamos.
Obvio y normal. Sobre todo si no es la primera vez que lo dices.


Pero... ¿Y cuándo dices la verdad y no te creen?
¿Qué significa exactamente ese momento?
¿Que tu cara es de mentirosa patológica?
¿Que el tono de voz no es creíble?
¿Que una está prediseñada para las mentiras?
[...]


Cuando, tras decir una verdad, te sueltan valientemente que no te creen, una se queda en trance.
Y le entran ganas de reír.
Esperando oír: "Que era broma...¡claro que te creo!"


Poque claro... si se trata de un divorcio, puede enseñar los papeles llegado el caso.
Si se trata de un corte de pelo, envías foto y punto.
Si te trata de un timo, por algún lado tendrás el tiket.


Pero ¿Y si no hay comprobante de autenticidad?
¿Qué haces?
¿Cómo te lo montas entonces?


Veamos... se me ocurre, no sé.
¿Patalear como los niños?
¿Amenazar con que si no te creen dejas de respirar?
¿Darte cocotazos contra una pared?
Porque claro... algo hay que hacer, ¿no?
¿O no?


Calla... que ahora se me ocurre algo.
Quizás no haya que hacer nada.
Quizás sea cierto lo que me llevan diciendo desde hace días.
Sí. Puede que sea cierto.


Sí, hombre sí.
Eso de que si alguien no te cree... es problema suyo.
Y que, probablemente, le sea más cómodo no creerte.
Sí, será eso.


Gracias a todos por iluminarme...


Fdo:
Carol... (Y su credibilidad)

viernes, octubre 17, 2008

Llevaba fuera meses.
Lejos. Muy lejos.
Me llegaban mensajes suyos desde ciudades que nunca había escuchado.
Y, a veces, las buscaba en un mapa, por eso de la curiosidad del ignorante.
Sitios exóticos y lejanos.
Con otras horas, con otro tiempo.
[...]

Estaba moreno.
Pelo largo. Más delgado.
Camisa a cuadros verdes y blancos.
Y tejanos, claro.


La mirada tranquila. El habla relajada.
Desprendía ese aura de quien se reubica en su gente.
Que no en su sitio. O sí.
No fue el golpe de verlo.
Fue el golpe de saberlo de nuevo aquí.
Diferente.

Hacía calor. Estos días son de un calor raro.
De un verano que se alarga y ya no toca.
Y escogimos el patio de un restaurante.
Un patio pequeño y verde.
Y hasta oímos el rudillo de una lagartija.
Sí. Hacen ruido.
Guachos creo que las llamó él.

Hablamos mucho.
Eso siempre ha sido típico entre nosotros.
Hablar y escuchar.
Como se escucha los buenos amigos.
Com calma. Con interés.
Y se nos pasó la tarde.
Entre cigarrillos. Entre historias.
Y a mi me desapareció el dolor de cabeza.
Y me apareció el hambre.
[...]

Después de cenar llegó la luna.
Grandiosa.
Y llegó también la Facultad.
Siempre, en un momento u otro, hay espacio para ella.
Para recordar momentos en los jardines.
Para imitar a algún profesor.

Para sorprendernos de los años que hace que nos conocemos.
Y para sonreír por seguir ahí.
Sentados en un banco cualquiera.
Siguiendo los hilos de la vida.
Poníendonos al día de las novedades.
Y dejando que el otro asienta.
Porque ya te conoce. Ya te sabe.
Y los malosentendidos no caben.

Y ya entrada la noche habló de sitios nuevos.
De todo lo que queda fuera del diminuto mundo en el que solemos vivir.
De gente diferente.
De sensaciones únicas que siempre llevará con él.

Y es que hay otras maneras de vivir.
Aunque no lo parezca.
O no lo queramos creer.
Y la opción existe.

Pero la respuesta -pese a las quejas- suele ser que nos quedamos con esto.
Porque sí.
Noches como esta valen la pena.

jueves, octubre 16, 2008

Circos

Cada día que pasa voy entiendo más uno de mis anhelos.
Ese del que siempre hablo. Sí.
El de irme al monte.
Y hacerme cabrera.
A oler las nubes y a escuchar el silencio.
A merendar pan con queso fresco.
Y el mundo que siga girando.
Que luego ya volveré.


Y es que los seres humanos a menudo pueden conmigo.
En el buen sentido. Y en el malo a veces también.
Porque todo tiene siempre dos caras.
No vayamos ahora a aferrarnos a verdades indiscutibles.

El comportamiento humano es fascinante.
Y agotador.
Y de vez en cuando hay que descansar.
Debería ser un derecho contitucional.
Para que a uno se le restablezca el orden mental.
[...]

No sé de dónde nace la necesidad de entender las cosas.
Supongo que de la razón.
De eso tan valioso que nos diferencia de los animales.
Vamos, de la evolución.

Y no sé tampoco en qué medida eso acaba siendo decisivo.
Yo siempre quiero entender.
Podríamos decir que era la típica niña con coletas.
Y que mi sonrisa siempre iba acompañada de un : ¿Y por qué?
Debía ser exasperante.
Y lo que ha cambiado es que ya no me hago coletas.
Aunque a veces me apetece.

Por eso desde temprano preferí las letras.
Sus múltiples preguntas. Y sus cientos de respuestas.
Lo del libre pensamiento.
Todo eso de los diferentes prismas.
De infinitas posibilidades válidas y argumentadas.
Y por eso también repudié las ciencias.
Porque lo encasillaban todo. Demasiado rápido.
Provocando esa respuesta odiosa de : Es así y punto.

Y es que, en pensamiento, los de letras somos de todo menos prácticos.
En hechos puede que sí lo seamos. No nos queda otra.
Pero las avispas quedan revoloteando entre posibles ideas.
Sin poder evitarlo.
Y es que..
¿Cómo puede ser que todo pensamiento razonable tenga un opuesto igual de razonable?
Ni idea. Pero así es.
[...]

Cuando uno intenta buscar explicación a algo que no entiende se inicia todo un proceso.
Porque puede que la tenga.
Pero también puede que uno no sepa verla.
Y justo ahí, en momentos en que el razonamiento se invalida por inútil, uno se cansa de la complejidad.
De la maravillosa complejidad del cerebro.

Y puede, que en un grito ahogado, busque refugio en grandes pensadores.
O en grandes pensamientos.

A mí se me ocurre que muchas veces querer entender aquello que no entendemos es un anhelo.
Y el anhelo no deja de ser expectativa.
Y ya saben...la expectativa no cumplida trae frustración.
En este teje-maneje de intentar comprender el por qué de las cosas uno se pierde.
Bueno, yo me pierdo.
Y casi estoy a punto de sentir una punzada de envidia por aquellos que asumen las cosas sin más.
[...]

Y me viene a la cabeza Nietzsche.
Con aquello del placer y el dolor.
La dualidad. La consecuencia.
La convicción de que no existe un extremo sin el otro.
La defensa de la radicalidad del blanco y el negro.
El gran riesgo que se corre ante la expectativa.

Y la premisa -alabada por los budistas- de:
"No te aferres a nada".
Porque no aferrarse es la única forma de no desear.
Y no desear es la única forma de evitar un posible dolor si no se consigue lo anhelado.

Y entonces recuerdas con una sonrisa la de veces que has dicho u oído cosas como:
Hay colores grises. Hay un punto medio. Hay un equilibrio.
Y te das cuenta de que en las cosas y en los momentos importantes no hay nada de eso.
Sólo hay una cosa u otra.

miércoles, octubre 08, 2008

Aire

Hoy ya huele a otoño.
Y a llovizna.
A ese olor dulce que deja la tierra mojada.


Un día de esos perfectos para quedarse en casa.
Y encontrarle sentido a eso que llaman “calor de hogar”.
Para leer a Félix de Azúa, que es un lector de calma y frío.
Y recordar los días de Universidad.
Aquellos en los que la reflexión parecía ser tan importante.
[…]

El día empezó con un mensaje al móvil de Laura. Sobre un sueño.
Y una sonrisa.
No sé por qué me gusta pensar en los sueños.
Es un juego que me acompaña desde pequeña.
Menos mal que últimamente no recuerdo los míos.
Porque ahora, con la parte consciente ya estoy entretenida.

Y es que es el cielo y es el aire.
Que me hace mezclar camisetas de manga corta con chaquetas.
Que me tiene confundida con un sol que capea nubes a las que no gana.
Hasta que cae la tarde.

Y por teléfono me reclaman un mail.
Y menudo fastidio. Porque llevo un mes sin Internet.
Supongo que os suena eso a lo que llaman servicio técnico.
Ese sitio que imagino oscuro y lleno de máquinas raras.

Con personas vestidas de gris que van de aquí para allá.
Y que tienen una concepción del paso del tiempo diferente.
Diferente a la mía por lo menos.

Y salgo de casa. Y me vuelve a amparar un techo opaco.
Y ya en el coche recuerdo voces.
De todas las conversaciones que he tenido a lo largo de hoy.
Y es como si entre todo lo dicho se escondiera un acertijo.
Y creo que tengo la respuesta en la punta de la lengua.

Así lo creo hasta que oigo mi nombre camino del sitio donde hay Internet.
Y es que últimamente voy teniendo demasiados encuentros fortuitos con mi pasado.

Cuando levanto la cabeza soy consciente.
De las pintas que llevo, digo.
Pantalón de chándal. Sudadera gris. Y una cola rápida.
[…]

Y bueno.
La única verdad es que pese al tiempo.
Pese al aire y la lluvia.
Pese al cambio de estación.
Yo estoy en mi sitio…quizás más que nunca.

martes, octubre 07, 2008

Dénle un respiro a la duda...

[Y debía ser por algo…
que la maleta siguiera en mi habitación]


Barcelona es, a veces, estresante.
Sobre todo el centro.
Y más cuando una quiere calma.

Estaba conduciendo por Plaza Universidad.
Después de mucho llegó Vía Layetana.
Un agobio.
Menos mal que cada uno se aísla en su mundo.
Uno habla por el móvil.
Otra canta con voz estridente cualquier canción.
Otro le da golpes al volante.
Algunos se encienden un cigarrillo…
Y bueno, así pasan los minutos hasta llegar a tu objetivo.

Antes de llegar al mío –el salado mar- he visto casi de todo.
Y comentaba con mi rubia acompañante que será que somos de pueblo.
Porque ya, con tanta caravana, tanto tubo de escape y tanto ruido estábamos al borde del colapso.

Sólo nos ha faltado ver tres manifestaciones.
Sí tres. En tres calles seguidas.
Y ella ha comentado que además de ser de pueblo vivimos al margen del mundo.
Y la verdad es que podría ser. Y no me molestaría.

Una era de UGT.
Otra no sé de qué pero ondeaban banderas europeas.
Y otra de los comunistas.

Y me ha dado tiempo a mirar en cada semáforo.
Ver las caras de esa gente que un martes por la tarde se tiran a la calle.
A gritar en lo que creen. O a defenderlo. O a hacerse oír.

Algunos eran muy jóvenes.
Otros más mayores.
Pero todos se movían mucho. Energía pura.
Y en las caras esa seriedad autocomplaciente de saberse útil.
De seguir teniendo un motivo.
[…]

Mucho tiempo después he enfilado la autopista.
Pensando en la importancia de creer en algo.
Y obrar en consecuencia.
Pensando en lo que supone eso. Y es algo bueno.
Quizás hasta pueda ser bueno sin ser factible.
Porque te da algo. Una especie de fuerza.
Para no parar. Para actuar.
Para caer rendido en la almohada.
[…]


Y bien.
Estoy haciendo esfuerzos por no mencionar lo visto.
Pero no puedo. O no quiero.
Estando en el coche he visto que los ojos de Judith se abrían.
Mucho. Demasiado.

Y es que delante nuestro, en plena Gran Vía iba una bicicleta.
El individuo en cuestión era un alegre treintañero.
Sí.
Y digo alegre porque llevaba con porte y alegría un tanga.
CK por supuesto.
Pero un tanga que dejaba al descubierto lo que antaño se decía que era…
¿Cómo era? Una parte íntima.
Y que el buen ciudadano ha compartido con todos los barceloneses.

No sé… a ver, que lo mío me costó acostumbrarme a ver calzoncillos.
Porque eso ya lo he asumido. Vale.
La gente lleva los pantalones bajos.
Y yo, sin quererlo, veo prendas interiores de colorines y marcas.
Y oye, que de verdad que lo he digerido porque es un prenda más.
Pero es que ahora tengo que ver culos.
Si es que vamos ya al nudismo y yo voy a resultar ser una antigua.

Pues no sé de qué hemos hablado ante tal panorama.
Diría que nos hemos quedado sin palabras.
Amén de girar las dos la cabeza cuando le hemos adelantado.
Más que nada para ver si tenía cara de ido o algo así.
Pero no. Bien normal era el chaval.

Y bueno, que supongo que la segunda vez que vea algo así, pues nada…
Que me sorprenderé igual.
[…]


Y que mañana me voy.
Que no quiero dejar de creer en algo.

sábado, agosto 30, 2008

Recreaciones

No todos los tiempos son iguales.
No todas las sensaciones son iguales.
No todos los recuerdos son iguales.
[…]


Diría que en estos tiempos la atemporalidad de una sensación es casi imposible.
Y el “casi” es el No camuflado por excelencia.
Así, deduzco que conviene cierta recreación cuando se siente algo como absoluto.
Para deleitarse en una firmeza tan engañosa como divina.
Y yo, me esmero.

Que las convicciones escasean.

Y así, voy jugando con los recuerdos de este verano.
Ahora que puedo.
Aún.

Porque pese a estar ya en casa aún no lo siento así.
Mi almohada -esa que añoraba cuando me fui- es ahora tan solo sustituta de otra.
Y sigo sintiendo otro aire.
El de sitios que ya no respiro.

Y me sorprende abrir los ojos y ver el techo de mi habitación.
Inquietante sensación.
Como cuando sorprende un sabor ya probado.
[…]

La maleta sigue en mi habitación.
Vacía. Pero ahí está.
Desafiándome con su brillante cremallera.

Paso por su lado y sonrío.
O le saco la lengua, según me de.
Y me basta un segundo para deleitarme con el ritmo nómada del último mes.
Para sentir su peso echándola en el maletero.
Para ponerme ropa de viaje.
Y partir.
Volver a partir a otros sitios.

Porque el viaje es de lo mejor.
La incertidumbre ofrece posibilidades.
Y lo hace mientras corres kilómetros hacia algún sitio.
Sin sospechar.
Sin esperar aquello que luego sucede.
[…]

No soy yo amiga de los aeropuertos.
No sé qué libertad puede dar estar a miles de metros de altura.
Encerrado.
Pero sí sé de otra.
Mejor.

La de no contar días.
La de que no haya exámenes pendientes.
La de bajar la ventanilla y dejar que el pelo se alborote.
La de aguantar con fuerza el volante, suave, y escuchar una buena canción.

Y redoblo con fuerza un impulso.
El de coger el montón de ropa aún sin lavar y volver a irme.

jueves, julio 17, 2008

Miércoles. Y punto.


Este año me ha dado por esconderme del sol.
Por ir a la playa solo de noche. Cuando hay antorchas encendidas.
Por los vestiditos de colores y las sandalias cómodas.

Por planear vacaciones en otros países de costa mediterránea.
Por minimizar los problemas.
Por escuchar música relajante.
Por ver plácidamente películas que me bajo de Internet con una bolsa de chuches.

Por ir a sitios nuevos en Barcelona que acaben en –Mar.
Por dar, hasta me ha dado por hacer planes a dos años vistas.
Sí, señor. Haciéndome a la vida como si fuera mía.
Con alegría y alevosía…
Esa contradicción que versa sobre el arriesgar ahora para arriesgar menos luego.
O algo así. Que muy claro no creáis que lo tengo.

Y así se va pasando julio.
Entre las rebajas.
Entre las pedicuras y bonitos pañuelos.
Y la adicción a las cenas en el jardín.
Esas que van siendo ya tradición de verano.
Las que recuerdan que los años pasan.
Sobre todo cuando se empiezan a contar gestas pasadas.
O se habla de cuentas a plazo fijo. Madre de Dios, qué cosas.
Mientras alguien te tira fotos justo cuando estás amodorrada en la silla.
Mientras la opción de salir luego de fiesta queda relegada a una intención.
Luego miras la mesa. Montones de platos, vasos, pasteles y botellas.
Muchas botellas de alcohol.
Y sientes una complacencia que te pone alerta.

La cosa es que al día siguiente sigues.
En esa buena rutina de no tener rutina que valga.
Reavivo libros que estaban medio moribundos en la estantería.
Y me enzarzo en escribir cuentos que revoloteaban el pensamiento.

Piensas también en modelitos que llevar a bodas y bautizos.
Porque es el mes –sino el año- de bodas y nacimientos varios.
Y bueno, mejor no pensar en eso.
[…]

Y llega un nuevo día.
Miércoles, para más datos.
Y me despierto. Y no me levanto.
Porque está bien ronronear a lo largo y ancho de la cama.

Pensar en ese pan tostado que te vas a comer en breve.
Y recordar la cena de la noche pasada.
Y llegar a casa de madrugada y no tener frío al bajar del coche.

Pero enciendes el móvil. Claro.
Ese bonito regalo ofrecido por el desarrollo y el avance de la humanidad.
Y como es ya tarde empieza a vibrar con ganas.
Y uno de los mensajes me deja mirando al techo. Y levantando las cejas.
Pero hago como que no pasa nada.

Hace un día precioso. Salgo al jardín con la tostada y el sol me ciega.
Mi perra está a la sombra de una morera. Lista que es ella.
Y yo pienso que al lado de las margaritas amarillas quedarán bien unas lilas.
Y vale. Quizás me vista y me vaya a comprarlas.
No, mejor por la tarde y las planto ya cuando se haya ido el sol.
Mierda.

Claro, es que hoy es miércoles.
Y todo lo que tiene que ver con él tiene que ver con miércoles.
Vete a saber por qué.
Pero así lo he sabido gracias a esta memoria selectiva con quien alguien me dotó.

Y nada, que ya me quedo en pause.
Inspirando hondo como si supiera que algo se avecina.
Y se avecina apenas pasada la tarde.

Justo antes del momento que llevo dedicando días a echar una cabezadita.
Y da comienzo el circo. Con todos los extras.
Mi voz se vuelve extraña. Y carraspea.
Al otro lado del teléfono se suceden silencios.
Y yo no entiendo. O sí.
Lo mismo da.

Que yo ya sé que no voy a sacar nada en claro. Porque es miércoles.
Por mucho que me empeñe.
Y es que los miércoles van teñidos de malas ideas.
De impetuosidad.
De perturbaciones varias que una ya no sabe si son reales.

Y la niebla planea negruzca sobre vaivenes sin sentido.
Y… mejor dejarlo todo para otro día cualquiera.

martes, julio 01, 2008

Novios de verano


Que sí. Que ya llegó el verano.
Es tan obvio como que mi nariz se está pelando.
Pese al factor 50 que me extiendo en circulitos por toda la cara.

El sol cae y me apabulla.
Se cuela por todas partes esa calentura.
Y yo, enemiga declarada del aire acondicionado, sobrevivo como puedo.
Botellines de agua, helados, fruta y playa, vaya.
Y… abre la ventana, por favor y que corra el aire.

Y ya desde hace días disfruto de esa supervivencia.
Llena de terrazas con charlas desmesuradas y claras.
De sandalias nuevas.
De collares grandes.
De piel morena y salada.

Porque es supervivencia. Sí.
¿O acaso es coincidencia que casi todas las guerras empezaran en verano?
No.
Que en verano a la gente le sobra el tiempo. Y los calores se suben a la cabeza.
[…]

Todo parece más apropiado.
Resguardarse del sol. Buscar el fresco.
Comer sandía.
Bailar en la playa. Cuando la arena ya no quema.
Deambular por los estantes de las librerías sabedora del tiempo que ahora tienes…

Y tanto sabor mediterráneo le acaba calando a una dentro.
Te ralentizas a base de sanas ensaladas, de deporte y de cremas hidratantes.
Es un auto saneamiento.

Y llegan entonces los bronceados y alegres novios de verano.
Por supuesto.
Esos seres que representan el amor libre.
Libre de enfados otoñales.
Libres de responsabilidades.
Sí.

Con los novios de verano todo es jauja.
Todo es bonito y divertido. Enmarcado por playas.
Por tardes libres. Y por helados.
Ellos enseñan las torneadas espaldas morenas.
Y ellas ya tienen suficiente.
Los dientes brillan blancos por el contraste.
Los ojos suavizan su color con el sol.

Y correr por la palaya cual anuncio de CK.
Todo es nuevo.
No hay disputas que recordar.
Ni malos sabores que se arrastren.
Ni planes que entorpezcan nada.

Sólo horas para descubrir sitios.
Para sentarse en rocas y mirar la mar.
Para hacer picnics en la montaña.
Bailar las canciones de verano.
Y todas las canciones.
Ponerse ropa blanca. Fresca y limpia.
Organizar algún fin de semana divertido.

Sí. Los novios del verano.
Los que no aguantarán neuras de estrés laboral.
Ni comidas farragosas de navidad.
Los que no vivirán la agonía de un San Valentín.
Con ellos todo es fácil.

No habrá mal humor entre risas y margaritas.
En paseos por las calles a las cuatro de la mañana.

Porque el tiempo pasará en armonía estival.
Y todo será aprovechado al saber que hay un fin.
Incluso se intercambiarán pulserillas de tela.
De esas que se ponen en la muñeca.
Como símbolo de amor veraniego.
Y las fotos correrán por los ordenadores.

… Hasta que el verano se los lleve.
A ellos y al calor.

Blog


Apenas recuerdo cuándo me decidí a abrir un blog.
Pero sé que nunca pensé que escribiría lo que voy a escribir.
Sé que me lo comentó Saül, siempre muy metido en esto de las nuevas tecnologías.
Me dijo que me ayudaba a abrirlo y que si no lo quería utilizar no pasaba nada.


Todo era tímido al principio.
Siempre con la conciencia alerta de que lo que escribiese ya no iría a la carpeta que guardo en el segundo cajón.

Lo viví como algo importante. Y emocionante.
Y lo es.
También es cierto que cuando se escribe, los condicionamientos son malos –los de saberse leída por gente concreta-. Sí.
Pero el blog no impide que siga llenando la carpeta de siempre. Donde nada ve la luz.
Te da lo mejor; posibilidad de elección. Que sea leído o que no lo sea.

Reconozco cierta satisfacción mal llevada cuando, al ir pasando el tiempo, me llegaban mails de felicitación, comentarios o peticiones de que escribiera más.
Es como bonito y feo a la vez. No me desagrada el hecho. Aunque sí lo que provoca.

El caso es que recuerdo haber meditado sobre una opción que este mecanismo ofrece.
Permitir o no comentarios sobre lo escrito. Opiniones vaya.
Incluso hay una opción que brinda el que los comentarios se oculten hasta que tú decidas si quieres mostrarlos o no.
Me pareció cutre.

Y así decidí que bien. Que la opción comunicativa que ofrece Internet debería quedar exenta de censuras varias.
Que si yo tenía la opción de hacer público un escrito sobre lo que me diera la gana, también los demás deberían tenerla a decir lo suyo.

Me pareció algo así como una democracia consentida. Y buena.
Compartida y abierta. A lo bueno y a lo malo. Que también era –y es- una opción.

Y hablo de escritura. Porque aquí se lee. Y se escribe.
Lo digo por si alguien no se había dado cuenta.
Que en este mundo, donde el morbo es plato diario, hay quienes pensamos que cada cosa tiene su sitio. Y hay que saber diferenciar.
[…]

Yo leo blogs. Casi se puede decir que me he aficionado.
Espacios donde las palabras parecen más espontáneas que en hojas de libros.
Donde se divaga, se reflexiona o se narra cualquier pensamiento, situación o vivencia.
Sí.
Pero siempre desde la conciencia. Que, en este caso, no está vigilada ni controlada por nadie más que nosotros mismos.
Responsabilidad directa de cada uno. De decidir cómo te expresas. Y sobre qué lo haces.

Y me estoy refiriendo –para que no quede duda- a algunos espectáculos patéticos que ofrecen los blogs.
Donde la libertad de escritura y de opinión se confunde con la vulgaridad de referencias fuera de lugar.
El mal gusto vaya.

Aprovechamientos varios para atentados estilísticos y formales.
Haciendo que la escritura –que es la protagonista- quede camuflada tras intencionalidades e intereses personales.

Y digo yo. ¿Es necesario hacer circular ciertas cosas? Pues no.
Que es que suele suceder algo que poco tiene de curioso; la gente que tiene blog tiene correo electrónico.
Y lo digo porque todo aquello que quede fuera del área del texto escrito, de la escritura.
Todo aquello que tenga impreso el tono personal –de conocidos y desconocidos- puede hacerse saber por medios más elegantes.

No sé…es de cajón.
Quien me conoce –no digo más- sabe que ni consiento ni practico esto de los jueguecillos anónimos. Que no es la primera vez que sucede.
Que ahí está mi mail y la mayoría de las veces soy persona dialogante.
Pero que de estas maneras no.
Que me irrita en demasía. No lo puedo evitar.

Ninguna de las veces. Con ninguno de los comentarios.

...Y ya llegó el verano


martes, junio 24, 2008

Solsticios

Lo venía anunciando desde hacía días.
Me niego a ir a la playa.
Pese a las bonitas hogueras. Pese al murmullo de las olas.
Pese a esa supuesta magia.

Me paso el día entre la tumbona del jardín y la cama.
Vagueando en absoluta armonía con mi perra.
Ella se pone debajo de la hamaca, entre sol y sombra.
Y nos dedicamos gruñidos varios de modorra y entendimiento.
[…]

Aún queda la tarde para que llegue la noche.
Estoy estirada encima de la colcha azul cielo.
La que llamo colcha de verano.
Suena el teléfono.
Y la propuesta llega firme.
Y no dudo. Como tampoco lo hace el vestido verde que hay tirado encima de la silla.

Abro la verja de un jardín bien cuidado. Que me sé de memoria.
Quizás hay alguna palmera nueva, quizá.
Y unos dedos se agitan por la ventana.
Por un segundo pienso en otro piso.
Y todo se vuelve tremendamente difícil.
Y me sorprendo porque no debería serlo.
[…]

La dependienta de la Illa me pregunta cuánto mido.
Y su tono de envidia no me provoca nada.
He salido del probador con un vestido negro. Largo.
Escote palabra de honor.
Miro mis pies descalzos y me pongo de puntillas.
Y el reflejo me devuelve algo que no sé qué es.

Esperando en la caja Tere revuelve un estante lleno de anillos.
Cada una lleva un vestido en la mano. El de ella es rosa, precioso.
Y contrasto el verde con el negro.
Y me río de mí.
Pienso que hoy debería dejar el móvil a recaudo de alguien que no fuera yo.
[…]

A Laura le han desviado el vuelo. Llegara a Barcelona más tarde.
Así que dejamos la visita al aeropuerto y vamos al sitio planeado.
Justo hace un año también estaba allí. Metiéndome inconsciente en una larga historia.
Y mientras recojo mi pelo en una coleta pienso si realmente yo decido algo de lo que ocurre.
[…]

Es moreno. Muy alto. Lleva tiempo mirando.
Entre la vergüenza y la desvergüenza.
Mejor me voy. Mejor.
Levanto los rizos de Tere y le digo que me escapo a la sala de fumadores.
Que ahora vengo.

Me siento feliz en una butaca y me enciendo un cigarro.
La gran cristalera permite ver toda la pista.
Abarrotada. Llena de vestidos de colores y camisas blancas.
A la gente le brilla la piel bronceada.
Y pienso que me quedaría ahí.
Con la copa y el cigarro. Mirando a la gente. Y ya.
Sin entrar al trapo de nada.

Se me acercan dos chicas. Y me preguntan si soy habitual.
Las dos son morenas. Bajitas. Una muy fornida.
Me preguntan por la música. Y por la hora de cierre.
Les sonrío pero no tengo ganas de hablar.
Y cuando me levanto le veo ahí.
Esperando.
El chico moreno.
Joder.

Paso veloz por su lado y bajo las escaleras.
Llego a mis amigas. Y me acabo la copa.
Y bailo. Y Nuria baila. Y ahí baila todo el mundo.

Una mano en la espalda. Y una voz que me dice que no me encontraba.
Que había salido muy rápido de la sala de fumadores.
Y de repente pienso que fumar y salir corriendo viene siendo propio de mí.
En los últimos tiempos. Sí.
Pero me callo.
[…]

Son poco más de las cinco. Estamos en el coche esperando a Laura.
La gente va saliendo de la discoteca.
Y sólo veo caras.
Y la tarde se confunde con noches de otras semanas.
Y la noche con otros días.
Y nombres. Y voces.
Y mi pasado gritando en presente. Haciéndose oír.
Y mi supuesto presente callado.

Y abro ese bolso con flores bordadas. Saco el móvil.
Y bien. Dejaré que la gente crea lo que quiera.
Lo que más convenga. Lo que deseen. Por su bien.
Y lanzo un mensaje: ganar libertad y perder la fe.

Luego suena el teléfono. No sé quién es cuando lo cojo.
Y después de hablar no sé quién tecleó mi número.
Ni para qué.

Y por fin llega Laura. Guapa y cansada.
Y de camino a casa vamos hablando mientras Tere intenta dormir y no vomitar en el asiento trasero.

…Y todo se reduce a que estamos rodeados de extraños.
Y claro.
A que queremos sentirnos únicos para alguien.
Antes de decidir si ellos también lo serán.
No sé… será eso aliñado con algo de vanidad y egoísmo.

sábado, junio 21, 2008


De repente los pasillos se llenaron de gritos.
Por las escaleras la gente se empujaba riendo. Abrazos, suspiros de alivio y alegría desbordante.

Las puertas de las aulas quedaron abiertas.
Y dentro pupitres con cajones vacíos. Y sillas tristes.
Tizas blancas rotas. Y borradores gastados.
[…]

Me quedo sola. Al lado de una puerta. Y no hay nadie intentando zafarse de alguna clase. No hay libros encima de las mesas. No hay voces.
Y aunque el sol entra seguro por la ventana yo no siento calor.

Bajo las escaleras despacio. Sin agarrarme a la barandilla.
Y de repente me doy cuenta de que el dramatismo no va conmigo.
Acelero el paso y pego un salto en los dos últimos escalones.

Abro mi taquilla. Justo la que en breves momentos va a dejar de serlo.
Y al girar la llave en la cerradura y ver los libros, el horario, el estuche y los montones de exámenes, me doy cuenta de lo monótono de algunos de mis gestos en los últimos tres meses.
Y encuentro fascinante que no los haya considerado así ni por un instante.

Entrar a la sala de profesores a las ocho y poco de la mañana. Ver que llueve o que hace sol. Saludarse entre bostezos. Habiendo dormido más. O habiendo dormido menos.
Abrir la taquilla. Mirar qué curso toca. Y sacar el libro.
Echar un vistazo rápido a la lección de literatura o de lengua. Y subir ya a la clase.

Dar los buenos días y oler a goma de borrar.
E inventar. Y sobrevivir al día y a los problemas. Y a los humores. Y a los ejercicios. Y a todo.
[…]

Y ahora ya está.
Y en la taquilla, abajo -donde hay un espacio grande en el que siempre guardo el bolso y la chaqueta- ahora hay un montón de bolsas.
Regalos. También tarjetas llenas de buenos deseos y reconocimiento.
Y también un ramo. De rosas rojas y blancas.

Y a mí nunca me gustó especialmente que me regalaran flores. Y menos rosas. Y menos rojas. Demasiado típico. Nunca me hizo ilusión.
Pero miro ese ramo y me gusta lo que significa.

Y empiezo a meterlo todo en una bolsa.
Sí. Hay pena pero también orgullo.
Y un recuerdo imborrable. Lo sé.
Y después de abrazos, de despedidas y de lágrimas pienso que todo está bien.
Que después de todo la vida no deja nunca de sorprender.

Y que puede que decidirme ya no me siente tan mal como siempre he tendido a pensar.

Y sí... jueves de Gràcia


martes, junio 17, 2008


-Buenas tardes.
-Buenas tardes.

Este es el inicio de una conversación que anuncia educación, aplomo, cortesía…y un sin fin de modales transitorios.
Pero no.
Que es que estoy llamando a hacienda. Y eso nunca puede acabar bien por bien que empiece.

Llamar a hacienda es como… Bien, no sé. Pero hay que cogerse la tarde libre.
Hay que acomodarse en algún rinconcillo familiar. Tener el tabaco a mano. Y líquido. Porque vas a hablar. Quieras o no. Vas a dar más explicaciones y a formular más preguntas que en muchos días. Seguro.

Me atiende una señorita que, tras tanto tiempo al teléfono, empiezo a imaginar.
Debe estar sentada en uno de esos cubículos minúsculos. Que se repiten sin descanso a lo largo de muchos pasillos.
La moqueta es probablemente azul. Y el tapiz de las sillas seguro que también.
Ya saben de la importancia de las cuestiones estéticas.

Yo creo que tiene el pelo corto. Y que es rubia y rechoncha. Quizás le guste el chico del otro lado. Y mientras habla conmigo intenta lanzarle alguna mirada coqueta seguida de algún bufido que venga a decir: Dios, que tía más pesada que tengo al teléfono.

Creo también, ya con hiriente convicción, que cada vez que me anuncian que me pasan con otro departamento para que atiendan mi petición, me están pasando al compañero de al lado. Es que lo veo.
Y que la musiquilla es sólo una excusa que se toman para asomarse a la ventana y ver la lluvia. O algún resquicio de sol.

Llevaré ya dos chicas y un chico, creo. Y mis explicaciones – a fuerza de ser repetidas- rozan ya un tonillo de desesperación mal disimulada.
[…]

-Es que hay un error en su vida laboral señorita. De ahí lo problemas ¿Entiende?
-Claro. Yo lo entiendo todo. Estamos aquí para entender los errores burocráticos. Y para pagar las consecuencias. Por supuesto mujer. No sufra usted. Arréglelo. Que yo la entiendo y la disculpo. Y si quiere le canto una copla. Pero arréglelo.
-Bien. No se preocupe. Únicamente decirle que le paso a un compañero para que lo solvente.
-Pero es usted con quien me vuelven a pasar. Usted sabe lo que ocurre.
-Sí. Pero verá…disculpe. Es que mi turno acaba ahora.
-¿Cómo? ¿Qué? ¿Perdón?- Y me enciendo un cigarro mientras hay otro humeando en el cenicero.

Y sí. La buena muchacha rubia se fue. Debió corretear por el pasillo en busca de la puerta de salida. Feliz y contenta. Pensando en la bendición del silencio.

Y yo ahí me quedé. Unida a ese Call Center a través del maravilloso mundo de la telefonía. Atada a unas explicaciones que tuve que volver a dar. Y siendo la que explicara con voz certera y ya repipi que había un error en mi informe de vida laboral.
-Veamos. No se retire que vamos a comprobarlo.

Bien. Vale. Bajo a la cocina con el móvil en la oreja y me empiezo a hacer un sándwich... o algo más elaborado, no sé. Que hoy ceno acompañada por una bonita voz. Y eso hay que celebrarlo.




¿Para qué?

La pregunta viene a ser toda una idea. El paraqueísmo.
Una se cuestiona –no pocas veces- si ha actuado del mejor de los modos.
Esto suele suceder tras haber tomado algún tipo de decisión rápida y no meditada. Digamos que como respuesta a algo que intuyes pero no sabes explicar.

Y ahí queda una mínima duda que te hace oscilar entre lo que te dices es sabia rectificación y la reafirmación del acto.

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Justo en el segundo necesario, aparece. La horrorosa vulgaridad. Esplendorosa.
Disfrazada de algo que la hace quizás menos soez. Pero igual vulgar.
Y los estigmas. Ésos que morirán con ellos.

Y da igual que lo esperes o no.
Que todo acaba pasando por la aprensión.
La gente ve decepciones allá donde uno mismo es el protagonista. Y, con suerte, las concebirán como algo ajeno a ellos mismos. Y maldecirán comportamientos repetitivos mientras le gritan a su suerte.
Anhelan el cambio y lo buscan. Con las pocas fuerzas que ya les quedan. Es lo más puro que tienen. El deseo de opción a que todo sea diferente a lo que fue y es.

Ajenos –la mayor parte del tiempo- a la verdad que les habita dentro.
Y buscarán con avidez recogida un pedazo de belleza que ensuciarán con solo mirar. Una verdad que, por escasa y envidiada, mancillarán sin piedad. En aras de un insolente hastío. En nombre de una insatisfacción, de un cansancio que sólo a ellos pertenece.
[…]

Quien pase por su lado será vapuleado mansamente. Desde la discreción. Incluso desde la explicación.
Será sorprendido con un olor a moho que atribuirá a cualquier otra cosa. Y saboreará un gusto putrefacto.
Absorberá su desgaste desmesurado e irreparable y le ayudará a sudarlo.

Luego, despertará una sensación de perturbación inexplicable que pasará por la inevitable curiosidad.
Hasta ya llegar –mérito de la implacable ley del tiempo y la conciencia- a la esencia y origen. A la vulgaridad del ser.

domingo, junio 15, 2008

sábado, junio 14, 2008

Recibir


La música alta. Muy alta.
Se retoca el maquillaje y se ahueca el pelo sin mirarse.
Y sale del coche. Despacio. Nada que ver con la rapidez patosa con la que hace media hora se ha despedido de él.
[…]

Entra en esa habitación. Y saluda al techo.
Hoy se le antoja pequeña y conocida. Y deja el bolso.
Empieza a andar con pasos pequeños. Se asoma al balcón. Se para. Vuelve a andar. Se asoma de nuevo y mira la calle.

El anfitrión la mira. Tranquilo. Sentado en su silla rosa palo. Quizás divertido porque no entiende. Quizás pensando en leones enjaulados.
Le pregunta qué le pasa. Y ella ahoga un grito que cubre con silencio.
Mira su bolso. Y visualiza el llavero del coche.
Piensa en irse. Se podría ir. Y sabe que no pasaría nada. Que él no lo entendería pero no diría nada.
Y entonces se calma. Y se sienta.

El cuerpo se relaja. Y cruza las piernas.
Le sobreviene un reconocimiento. Se da cuenta de dónde está. De con quién está.
Y sabe que no pasará nada que la turbe.

Y así, los vasos se van vaciando. Se enfrascan en una conversación que ya no recuerda.
Pero está bien. Conversar con él está bien.
Porque es su voz y el sonido de su voz siempre le gustó. El tono, los matices. Las historias. Tienen algo conmovedor.

Ella se rodea de un espacio necesario que él no invade. Y el gesto le parece algo realmente bueno.
El aire ya lo llena la música. Y el humo del tabaco.
Y los pensamientos que ella cede gustosa a los vampiros que se asoman. Para que se los lleven lejos.

De vez en cuando se levanta y se vuelve a asomar al balcón. Para saber que todo sigue igual.
En realidad quiere dormir. Quiere recostar la cabeza en la almohada. Y dejar ese día en el recuerdo.
[…]

Ya dueña de sí en movimientos no espera de nuevo la pregunta.
Y tampoco la respuesta que sale de su boca. El decirle que no se lo puede contar.
Era mucho más fácil mentir. Mucho más. Sabe hacerlo.

Sobrevuela por varias sorpresas más a lo largo de una noche ancha.
Son cosas que pasan.
Normalmente más tarde que temprano. Y ahí pasan temprano.
Y por ello mezcla la vergüenza quinceañera con la naturalidad adulta.
[…]

Cuando su cabeza cae –por fin- en la almohada, esos dos brazos la aguantan y la arropan. Firmes. Cálidos.
Y adorablemente silenciosos.

martes, junio 10, 2008


"Sea esta la regla de nuestra vida: decir lo que sentimos, sentir lo que decimos. En suma, que la palabra vaya de acuerdo con los hechos"
Séneca

sábado, junio 07, 2008


No ha parado de soñarle en toda la noche. Ya se acostó pensando en él y en que cuando se levantara sería sábado. Y habían acordado que ese día ella le diría algo.

Intenta no pensar. Y se sumerge en las canciones, en los bailarines, en la música y en la puesta en escena.
Luego llegan felicitaciones. Y emotivos parlamentos. Y, asombrada, se encuentra secando lágrimas de su mejilla. Todo ha sido emocionante. Sí.

Lo va pensando mientras tira hacia el puerto. ¿Lágrimas? Uix.
Y suena el teléfono:
- Cambio de planes. Te esperamos en una terraza de Plaza Real.
- Bien, ya voy.

Y se sienta. Cruza las piernas y deja las manos en el regazo. Y un extraño silencio le sobreviene. Y no quiere hablar. No quiere explicar ni un solo pensamiento. Que se queden dentro y se disuelvan.

Se queda mirando a una niña. Tiene el pelo lleno de tirabuzones rubios. Una nariz respingona. Y las manos gordonzuelas y sucias. Está dando saltos en línea recta. Debe ser algo parecido a la charranca.
Y lo hace con esfuerzo. Concentrándose en no perder el equilibrio.

Hay una bravas encima de la mesa. Y claras y fanta de naranja.
Y mira las palmeras. Y la plaza. Vaya, vaya…
Y vale. Puede que la provocación de unos hechos neutralice otros. Y escribe un mensaje. Una pregunta que le parece perfecta en esa mañana soleada.
Y sonríe ante la perspectiva de otra piel que le haga olvidarse de la suya. De posibles abrazos que den sentido a un momento. De palabras que la evadan de sí misma. Eso saben hacerlo bien. Los dos.

Pero de nuevo todo la lleva a lo mismo. De nada sirve provocar otros planes si las cosas que deben ocurrir van a acabar ocurriendo. Porque sabe que sigue siendo sábado. Y que tiene que decir algo. Aún así espera una respuesta a la que agarrarse.
Pero no. Todo lo que le llega son señales que hablan de que no va a poder zafarse de lo que parece inevitable para ese día. Para esa noche.

Y así, pasea en silencio por esas calles del gótico plagadas de rostros enrojecidos y chancletas.
Va viendo arte callejero.
Y se desnuda en un probador. Todo lo que se prueba es blanco. Blanco, blanquísimo.
[…]

Llega a casa. Son ya pasadas las cuatro de la tarde.
Y lee un mail. ¡Ah! Vale.
Y llega un mensaje de móvil.

Sale al balcón.
Y mientras fuma y juega con su pelo le asalta la casi convicción de que algo va realmente mal.

viernes, junio 06, 2008


Hoy ha salido el sol. O al menos hoy lo he visto.
Y ha tenido algo de reconfortante. Y de burlón. Porque ahora ya no sirve de excusa.


También hoy me he dado cuenta de que el cerezo del jardín tiene un montón de cerezas rojas y brillantes esperando ser cogidas. Y bueno, me gustaría saber hacer un rico pastel de cerezas para que ellas se sientan útiles y aprovechadas. Pero no sé.
Y por darme, me he dado también cuenta de que vienen siendo tiempos extraños.

Será que es viernes y que por fin tengo algo de tiempo.
No podría definir en una sola palabra esta semana.
Ha habido demasiado de todo.

Me veo en reuniones que aún consiguen removerme la sangre. Me veo saliendo y entrando de urgencias móvil en mano.
Me veo escribiendo cosas que no sé si quiero escribir.
Me veo bostezando de puro cansancio.
Devorando caramelos de frambuesa como si así el trabajo acumulado pudiera evaporarse. Recibiendo halagos que me incomodan.
Dando consejos que me reclaman cuando soy la menos indicada. Y sólo parezco verlo yo.

Y, sobre todo, me veo no viendo y no entendiendo apenas nada.
No es que el cerebro no procese. Es que no sabe qué hay que procesar. Es extraño. Como cuando sabes que está pasando algo pero eres incapaz de detectarlo con claridad meridiana.
Las llamadas -esperadas e inesperadas- han ido cortejando estos días. Como si de una danza se tratara.

Y yo, navegando entre el –ahora no puedo pensar- y el –tendré que pararme a pensar-.
Sin que ello me produjera el más mínimo desasosiego.
Raro, rarísimo. Y son cosas que están ocurriendo en este ahora.
Y nada, como si no fueran conmigo. Una sensación de ausencia en lo sustancial y de entrega en lo parcialmente irrelevante. Así. Con la convicción de que va a ser lo mejor. Como la percepción de ser incapaz de un algo que desconoces. Creo.

Porque veamos; una no puede verse reflejada en todo. Que una siempre se ha guardado de caer en el egocentrismo. Y más cuando intuye que no hay verdaderos motivos para caer.
Una no puede creerse todo lo que oye. Que estamos casi en verano y eso –sin duda- revoluciona a las personas.
Y claro, una tampoco puede permitirse peder el equilibrio. Que eso ya aconteció en su momento.
Quizás, como mucho, se pueda plantear la entrega fraccionada. Consciente de que eso te salvaguarda. En caso de que pudieses perder algo.

Así que la aparente ligereza no escogida viene planeando rauda durante los últimos días.
A sabiendas de que su viaje será corto.
Y bien. Algo al respecto habrá que hacer. No sea que el no hacer llene de profundidad lo que no es y todo se confunda aún más.

jueves, junio 05, 2008


Y yo no sé nada. Absolutamente nada.
Sólo que pienso. Y me da por pensar en que no.

Por si acaso.

Frentes

Abiertos. De par en par. A través de una enorme ventana con marco de madera blanca.
Que te vienen a la mente en oleadas.
Primero uno, luego otro, luego otro…
Y que confunden tanto que apartas. Que casi gritas un destierro.

Pero siguen ahí. Porque están ahí.
Y lo hacen saber.
Con más, con menos tacto.
Con más, con menos sutileza. Eso ya depende de cada cuál.

Y una se queda como quieta. Expectante. Negando con la cabeza las evidencias.
Pero sonriendo al retrovisor.
Porque no puede ser que tanto esté bien.
Como si no pudiera ser.
Justo eso.
Porque ya te acostumbraste a otras cosas.
Menos intensas. Y eso incluye la nada.
Porque rehusaste a conciencia la complicación hace una eternidad de horas.
Y porque decidiste pensar que algunas complicaciones se pueden elegir.

Y ante tanto excedente la humildad se pasea por el corredor de la muerte.
Ajena y feliz a cuanto sucede.
Descuidando a quien no la reclama.
Mientras la conciencia, la piensa y la llama.
[…]

Y quizás, nunca fue tan peligrosamente gustoso el sabor agridulce de la certeza.
Ese inicio de complacencia engañosa que es la satisfacción.
Y así, la perspectiva queda relegada a la unicidad.

Pues vale


lunes, junio 02, 2008

Espacio


Bajo como cuatro o cinco pisos. Caminando. Y me agarro a una barandilla tan frágil como lo que dejo atrás.
Es domingo y está nublado. Y yo tengo casi tanta hambre como sueño. Que ya es decir.

Entro en un colmado de esos adaptados a cualquier necesidad. Tan pronto los ojos navegan por fruta fresca como lo hacen por un destornillador. Pero los míos se paran en una caja de donetes. Oh sí!

Y me los como mientras me acomodo en el coche. Ensuciando la pureza de un cuerpo exhausto.
Ya en la autopista, mi mente se me rebela liviana. Del todo.

Y luego, en la en la cama, mis ojos divisan una frondosa montaña de exámenes por corregir. Un bulto que cada vez se difumina más y más.
[…]

Suena el despertador y abro los ojos. No sé dónde estoy.
No sé si hay alguien detrás de mí. Ni si esas sábanas son las mías.
De momento no hay ninguna mano rodeando mi cintura. Ni otra respiración entre mi pelo.
Aún así no sé si me giraré y todo empezará otra vez.
Y en un intento de reconocimiento busco el techo. Y esta vez es mi techo.

Sigue siendo domingo.
Una tarde noche de domingo. Y el móvil parpadea.
Y ahí está. Otra vez. La conversación pendiente desde hace semanas. La que me genera un no sé qué de extrañeza y certeza a la vez.
Y hoy no. Lo siento. No va a poder ser. No puedo con más emociones.
Hoy no puedo ni quiero hablar más. No sabría hacerlo tampoco. De verdad que no. Estoy agotada. Y sí, lo sé.
Y de esta semana no pasa. Ya encontraré yo espacio entre exámenes, claustros, ensayos de baile, reuniones, medias y artículos. Sí, te llamo. Para mí también es importante, de veras.

Y me quedo tranquila. Recostada en la almohada. Sabiendo que hoy ningún pensamiento me durará demasiado.
[…]

Cuelgo extrañada y me empiezo a poner unos tejanos. Es tarde. Mañana es lunes y debería acostarme ya. Pero algo ha pasado.
Lo he notado en la voz de Saül. Cuando me ha dicho que me vistiera y que nos veíamos en el bar de mi pueblo. Que subían los dos.

Me monto de nuevo en el coche. Creo que me he olvidado de cenar. No sé.
Y cuando llego allí lo veo. A él y a sus veinte kilos menos.
Y pese a la brutal necesidad de espacio y silencio me abalanzo sobre él y le abrazo fuerte oliendo ya el disgusto de lo que va a ser pronunciado.
Estamos los tres en la mesa. Y mi mano reposa tranquila entre las de Saül, que acaricia mis nudillos. Mientras digiero y ahogo reproches que no tienen sentido.

Está bien. Ahora ya está bien.
Y al rato, la conversación se vuelve más ligera.
Pero yo vuelvo a mi casa con el poso. Profundo y pesado del miedo del descuido. Ya no de las relaciones humanas. Sino de la existencia humana.

Y duermo.

viernes, mayo 30, 2008

Si conociéramos el verdadero fondo de todo tendríamos compasión hasta de las estrellas.
Graham Greene

miércoles, mayo 28, 2008


Es el olor lo que nos lleva a actuar.
Igual que es el olor quien guía a la paloma mensajera en su camino de vuelta.
El olor a pasado. El olor a recuerdo. Consciente.

Es el olor lo que nos lleva, definitivamente, a cerrar caminos.

domingo, mayo 25, 2008

Sábado



Abro los ojos. Me quedo mirando extrañada los pañuelos que cuelgan del mueble.
Y me acuerdo.
De la llamada de teléfono. Vale.
Mierda.
[…]

Me meto en la ducha.
A las 22h tengo algo que he estado posponiendo durante tres semanas.
Al rato me doy cuenta de que me estoy frotando los hombros con algo demasiado resbaladizo.
Suavizante para el pelo es.
Vale, Carol. Bien.

Antes de parar el coche le veo.
Sentado en un banco. Ipod en mano.
Sonrisa en la cara.
Y me tranquilizo.

El abrazo es bonito.
Y nos olisqueamos las colonias.
Mierda.

Le digo que quiero pasear. Que si le apetece.
Y se enciende un camel.
Me ofrece un trato. Y acepto.

Me habla de su viaje a Colombia. De sus planes.
No sentamos y sus palabras se tuercen. Serias.
Levanto la mano para que no siga.

Y empiezo a hablar yo. Porque tengo que hacerlo.
Acabo.
Él se acoge a la conjugación de verbos en pasado.
Y me regala tres palabras a modo de advertencia.

Vamos con los demás.
Y él se hace cargo de lo apenas pronunciado.
Me aprieta toda y aplaza su intención.
Y me conmueve la deferencia.
Nos miro a todos. Y me cruzo con la mirada de ella.
Sabe lo que estoy pensando. Parecemos un chiste mal logrado.

Son las dos de la mañana.
Y yo ya estoy en un borde inesperado de no sé qué.

Así que miento.
Y me voy con Laura a la inauguración de una discoteca.
Vemos la cola desde lejos.
Se ve que es lo más chic, cool y glamuroso del momento.
Ya, bueno.
Decimos un nombre, hacen una cruz en la lista y entramos.
Tres pisos.
Y buscamos las piedrecitas de swarovski en el techo.
Esas para hacer que la flipada del posible morado llegue a grados insospechados.
Y no las encontramos.
Pero vaya, que tampoco es necesario.
De hecho lo único necesario es una copa.

Y a por ella voy. Con decisión y esperanza.
Luego busco los lavabos.
Dejo el bolso en el mármol. Y me lavo las manos.
Veo como la espuma se queda pegada a unas piedrecillas negras que han puesto a modo de adorno.

Y veo como las burbujas van petando. Se evaporan.
Mierda.
Y saco el móvil. Y abro la tapa. Y no leo. Y lo apago.
Joder. Joder. Joder.

Estamos debajo de una tarima. Hay una gogó bailando.
No se puede fumar. Fumo. Y bailo.
Al rato la gogó baja. Y tenemos una conversación surrealista.
Quiero hacer una foto a la expresión de Laura.
Y a partir de ahí sigue el surrealismo.
[…]

Son las cinco y media de la mañana.
Estoy en el coche. Y nada tiene demasiado sentido.
Voy de camino a casa.
Y me desenchufo del mundo.

sábado, mayo 24, 2008

Restablecimiento


Del orden, me refiero.

Y sentir que sí. Que se toman decisiones precisas y sinceras. Que se anuncian en voz alta y que -después de pronunciadas- todo sigue estando bien.

Delicias de la inteligencia y la empatía. Que caen por los cuerpos como una lluvia de besos.

Y la más certera de las sonrisas te invade por dentro. De un modo tan altruista que te preguntas cuándo te has reencontrado y reconciliado con el mundo.

Fijas la vista en un punto y encuentras la respuesta en el pretérito. En el daño que hiciste. Y en el daño que te hicieron.

Y ya todo deja de oler a cenizas de batalla y recelo.
Ni rastro de temor.
No es ni tan siquiera laudable. Es, simplemente, así.

Dar cabida a ese espacio que asume su propio ritmo y orden.
Y no producir nada de ello. Y no interferir.

Saber que lo ya consumido de alguna manera permanece listo para la evocación.
Y, sobre todo, queda en paz para habitar con libertad otras vivencias.


Fue bello.

De principio a fin.

jueves, mayo 22, 2008

El tintineo del cursor es hipnotizante.

No ha sido un gran día. Ni siquiera un buen día. Y no sé si quiero hablar de ello.

[…]

No me gusta ver a la gente enfrentándose. Lo odio.
Porque me colapsa. Me inquieta. Me aflige. Y me provoca.

Es mi propia tendencia combativa la que me hace arrinconar esas situaciones.
Porque cuando no es por motivos vitales todo suele quedar en una nada inútil y frustrante.

Pero la fragilidad del ego está demasiado presente. Lo he visto toda la mañana. Sin pausa. Sin descanso. Todo enfocado del “yo” hacia fuera. Y punto. Y así suele empezar todo.

[…]

No sé si me ha gustado ver que podía guardar silencio.
Que la nimiedad originaria de la que algunos han construido una peligrosa hecatombe me rozaba la pierna por debajo de la mesa aconsejándome un mutismo merecido.

Pero es que ya, el origen del conflicto –que no ha hecho más que empezar- quedaba muy lejos.

Porque las mentes -fieles al estilo darwiniano- se aprovechan de elementos foráneos basados en un individualismo que queda muy lejos del bien colectivo para batirse en duelos absurdos… Ya saben; no se puede garantizar que lo que es bueno para el individuo lo sea también para la especie.

Y mientras doy mi última clase pienso que las personas tenemos mucho menos de grandiosas y honestas que lo que nos gusta creer.

[…]

Y cuando ya por la tarde me siento en el coche y dejo atrás todo ese infortunio; sonrío. Y pienso que el día va a mejorar. Sí, lo ha hecho.

Pero no ha podido ser del modo que me hubiese gustado.