Abiertos. De par en par. A través de una enorme ventana con marco de madera blanca.
Que te vienen a la mente en oleadas.
Primero uno, luego otro, luego otro…
Y que confunden tanto que apartas. Que casi gritas un destierro.
Pero siguen ahí. Porque están ahí.
Y lo hacen saber.
Con más, con menos tacto.
Con más, con menos sutileza. Eso ya depende de cada cuál.
Y una se queda como quieta. Expectante. Negando con la cabeza las evidencias.
Pero sonriendo al retrovisor.
Porque no puede ser que tanto esté bien.
Como si no pudiera ser.
Justo eso.
Porque ya te acostumbraste a otras cosas.
Menos intensas. Y eso incluye la nada.
Porque rehusaste a conciencia la complicación hace una eternidad de horas.
Y porque decidiste pensar que algunas complicaciones se pueden elegir.
Y ante tanto excedente la humildad se pasea por el corredor de la muerte.
Ajena y feliz a cuanto sucede.
Descuidando a quien no la reclama.
Mientras la conciencia, la piensa y la llama.
[…]
Y quizás, nunca fue tan peligrosamente gustoso el sabor agridulce de la certeza.
Ese inicio de complacencia engañosa que es la satisfacción.
Y así, la perspectiva queda relegada a la unicidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario