lunes, noviembre 10, 2008

Y es que no existen las revelaciones.
Por mucho que las echemos de menos.
Por mucho que las dibujemos.

No hay segundos claves de trascendencia.
Ni momentos decisivos que condicionen nada.
Todo pasa por un proceso de significación.
El nuestro. El subjetivo.
Guste o no guste así vamos compartiendo o discrepando.

Y justo por eso todo queda a merced nuestra.
Con un trazo limpio y claro. Perfilado.
Todo queda a lo que queramos pensar.
A lo que queramos creer.
A lo que queramos sentir.
Y todo eso.... casi sin querer.

La gente es feliz con lo que piensa.
Y, a menudo, con cómo piensa.
Desterrar todo lo demás puede ser hasta inteligentemente cómodo.

Ver a una chica bajándose las bragas, en medio de la calle Balmes, a las siete de la mañana para mear entre dos coches resulta alentador.
Sobre todo si lo hace con mirada desafiante.
Creyendo romper las reglas de algún juego que detesta.
Porque le viene en gana y porque tiene pis. Claro.
Y porque sentirse transgresor tiene su punto.
Aunque sea a niveles mediocres y ordinarios.

Y visualizas ahí las opciones.
Todo lo que podría ser. Y no es. Por elección.
Todas las ansias mal digeridas.
Y todos los resultados de ardores posteriores.

Y una casi se siente reconciliada con el mundo.
[...]

Vienen siendo tiempos de visitar mentes.
Y lugares.
De dar rodeos, quizás.

De bajar a planos de suelo firme después de sobrevolarlos.
De rozar la desidia.

Porque sí.
Pretendemos ser entendidos. Adivinados.
Pretendemos demasiado pues.
Ser premiados con lo que la boca calla.
Con lo que los ojos dicen.
Puede que eso sea alguno de los muchos flecos de la vanidad.

Ser coronados por situaciones que no buscamos pero encontramos.
Y aplaudidos por la máxima de la naturalidad.
O con lo creemos que es la naturalidad.

Pero igual acabas condenado.
De juzgado, no de enfado.
Igual acaban tiñendo de negro la maravillosa ingenuidad.

Y yo, que no entiendo cualquier cosa como natural, me doblego.
Con deleite.
Me retuerzo y derramo azúcar por encima.
Porque lo menos natural, lo menos determinado, me endulza.
Me sabe a menos agrio. A más fresco.
A nuevo.

Y así, disfruto tontamente con lo que me hace sentir menos yo y más parte de algo.
Con lo que me desnaturaliza por unos instantes.
Con lo que me hace sentir graciosamente perdida.

Y lo saboreo. Con cuidado.
Notando la textura esponjosa y ligera de no poder dominarme.
De saberme arrastrada por algo que me supera.

Y antes de que se haga de día, disfruto bajo los focos discotequeros.
Los que esconden mejillas sonrosadas.
Los que camuflan silencios.
Los que protegen la emoción de los gestos.

Y luego....bien, luego llegan los veredictos.


2 comentarios:

elnaugrafodigital dijo...

Me quedo con la tipa meando entre los coches de Balmes. Y su mirada desafiante.

Jordi Santamaria dijo...

Jordi dice:
Hombre Eduardo!
Conducía un Cayenne y era gitanilla. Novia de Narco? el de Amelio?
Me he perdido en el post!
Carol dice:
jeje
Carol dice:
hay plena libertad en los comments

; )