martes, octubre 07, 2008

Dénle un respiro a la duda...

[Y debía ser por algo…
que la maleta siguiera en mi habitación]


Barcelona es, a veces, estresante.
Sobre todo el centro.
Y más cuando una quiere calma.

Estaba conduciendo por Plaza Universidad.
Después de mucho llegó Vía Layetana.
Un agobio.
Menos mal que cada uno se aísla en su mundo.
Uno habla por el móvil.
Otra canta con voz estridente cualquier canción.
Otro le da golpes al volante.
Algunos se encienden un cigarrillo…
Y bueno, así pasan los minutos hasta llegar a tu objetivo.

Antes de llegar al mío –el salado mar- he visto casi de todo.
Y comentaba con mi rubia acompañante que será que somos de pueblo.
Porque ya, con tanta caravana, tanto tubo de escape y tanto ruido estábamos al borde del colapso.

Sólo nos ha faltado ver tres manifestaciones.
Sí tres. En tres calles seguidas.
Y ella ha comentado que además de ser de pueblo vivimos al margen del mundo.
Y la verdad es que podría ser. Y no me molestaría.

Una era de UGT.
Otra no sé de qué pero ondeaban banderas europeas.
Y otra de los comunistas.

Y me ha dado tiempo a mirar en cada semáforo.
Ver las caras de esa gente que un martes por la tarde se tiran a la calle.
A gritar en lo que creen. O a defenderlo. O a hacerse oír.

Algunos eran muy jóvenes.
Otros más mayores.
Pero todos se movían mucho. Energía pura.
Y en las caras esa seriedad autocomplaciente de saberse útil.
De seguir teniendo un motivo.
[…]

Mucho tiempo después he enfilado la autopista.
Pensando en la importancia de creer en algo.
Y obrar en consecuencia.
Pensando en lo que supone eso. Y es algo bueno.
Quizás hasta pueda ser bueno sin ser factible.
Porque te da algo. Una especie de fuerza.
Para no parar. Para actuar.
Para caer rendido en la almohada.
[…]


Y bien.
Estoy haciendo esfuerzos por no mencionar lo visto.
Pero no puedo. O no quiero.
Estando en el coche he visto que los ojos de Judith se abrían.
Mucho. Demasiado.

Y es que delante nuestro, en plena Gran Vía iba una bicicleta.
El individuo en cuestión era un alegre treintañero.
Sí.
Y digo alegre porque llevaba con porte y alegría un tanga.
CK por supuesto.
Pero un tanga que dejaba al descubierto lo que antaño se decía que era…
¿Cómo era? Una parte íntima.
Y que el buen ciudadano ha compartido con todos los barceloneses.

No sé… a ver, que lo mío me costó acostumbrarme a ver calzoncillos.
Porque eso ya lo he asumido. Vale.
La gente lleva los pantalones bajos.
Y yo, sin quererlo, veo prendas interiores de colorines y marcas.
Y oye, que de verdad que lo he digerido porque es un prenda más.
Pero es que ahora tengo que ver culos.
Si es que vamos ya al nudismo y yo voy a resultar ser una antigua.

Pues no sé de qué hemos hablado ante tal panorama.
Diría que nos hemos quedado sin palabras.
Amén de girar las dos la cabeza cuando le hemos adelantado.
Más que nada para ver si tenía cara de ido o algo así.
Pero no. Bien normal era el chaval.

Y bueno, que supongo que la segunda vez que vea algo así, pues nada…
Que me sorprenderé igual.
[…]


Y que mañana me voy.
Que no quiero dejar de creer en algo.

1 comentario:

Jordi Santamaria dijo...

Yo siempre he sido más feliz creyendo fielmente en algo, como de niño y joven en Dios, aunque fuera o fuese, una mentira.
Es como tener un sistema cerrado, un intelecto más ordenado, con paredes visibles y comunes, que no el abierto y sin fronteras sistema relativista de ver las cosas de uno. Como soy fiel a la verdad, e intelectualillo, no habría forma reversible de volver a un sistema falsillo menos complejo pero quizás más cohesionado.
Pero leer a Trueba sí que me hizo creer en la historia de los objetos y la profundidad de lo accesorio... (continuará ; )