No hay gente que disponga de mucho tiempo libre.
Hoy, en estos parajes mundanos, las cosas son así.
Y sí, lo que escasea, vale.
Yo misma le he llegado a dar al tiempo un valor casi absoluto.
Cuando me ha faltado.
Como todo el mundo, supongo.
Y ya sabéis.
Siempre que hablo de tiempo, hablo de Borges.
Porque para él, el tiempo lo definía todo.
El tiempo era lo que queda entre un incio y un final.
Así que el tiempo vendría ser el rato que pasa entre nacer y morir.
La vida, vamos.
[...]
Nunca he sabido dibujar.
Ese don, de herencia paterna, le tocó a mi hermano.
Quizás por compensar y por sentirme menos húerfana -de dones- desarrollé la imaginación.
Y me acostumbré a pintar por dentro.
A ver formas que, si acaso, sólo puedo explicar.
Pero no plasmar.
Y puede, sólo puede, que eso lo complique todo.
Sobre el tiempo, también imagino.
Y lo imagino como algo viejo.
Con bufanda. Y pelo blanco.
Con ojos soñadores y sabios.
Y si es que tiene nariz, la tiene larga.
Tiene una mueca en la faz.
Que no siempre es sonrisa.
Una melancolía entrañable.
Que no asusta.
Pero a veces alerta.
Está y existe a cada instante.
Y aún así, se mueve en mundos paralelos.
A niveles un poco incomprensibles.
A ratos lo siento mío.
A ratos, de otros.
A ratos, de nadie.
Se desgasta.
Y cuando lo ves cansado, y lejos, se vuelve otra vez nuevo.
De un blanco impoluto.
Y lo sientes cerca otra vez.
No es algo que esté helado. Ni que arda.
Pero puede dar un frío tremendo.
Aunque tenga su bufanda.
O desprender un calor sofocante.
[...]
Ahora, sus caricias se me antojan agobiantes.
Aunque sean cariñosas.
Y suaves.
Como el amante que, entregado, te desespera un poco.
Por predecible.
Son besos sabidos y largos.
Deseados pero sobrables ya.
...
Eso me ofrece ahora el tiempo.
Inquietud vestida de azul.
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