lunes, junio 02, 2008

Espacio


Bajo como cuatro o cinco pisos. Caminando. Y me agarro a una barandilla tan frágil como lo que dejo atrás.
Es domingo y está nublado. Y yo tengo casi tanta hambre como sueño. Que ya es decir.

Entro en un colmado de esos adaptados a cualquier necesidad. Tan pronto los ojos navegan por fruta fresca como lo hacen por un destornillador. Pero los míos se paran en una caja de donetes. Oh sí!

Y me los como mientras me acomodo en el coche. Ensuciando la pureza de un cuerpo exhausto.
Ya en la autopista, mi mente se me rebela liviana. Del todo.

Y luego, en la en la cama, mis ojos divisan una frondosa montaña de exámenes por corregir. Un bulto que cada vez se difumina más y más.
[…]

Suena el despertador y abro los ojos. No sé dónde estoy.
No sé si hay alguien detrás de mí. Ni si esas sábanas son las mías.
De momento no hay ninguna mano rodeando mi cintura. Ni otra respiración entre mi pelo.
Aún así no sé si me giraré y todo empezará otra vez.
Y en un intento de reconocimiento busco el techo. Y esta vez es mi techo.

Sigue siendo domingo.
Una tarde noche de domingo. Y el móvil parpadea.
Y ahí está. Otra vez. La conversación pendiente desde hace semanas. La que me genera un no sé qué de extrañeza y certeza a la vez.
Y hoy no. Lo siento. No va a poder ser. No puedo con más emociones.
Hoy no puedo ni quiero hablar más. No sabría hacerlo tampoco. De verdad que no. Estoy agotada. Y sí, lo sé.
Y de esta semana no pasa. Ya encontraré yo espacio entre exámenes, claustros, ensayos de baile, reuniones, medias y artículos. Sí, te llamo. Para mí también es importante, de veras.

Y me quedo tranquila. Recostada en la almohada. Sabiendo que hoy ningún pensamiento me durará demasiado.
[…]

Cuelgo extrañada y me empiezo a poner unos tejanos. Es tarde. Mañana es lunes y debería acostarme ya. Pero algo ha pasado.
Lo he notado en la voz de Saül. Cuando me ha dicho que me vistiera y que nos veíamos en el bar de mi pueblo. Que subían los dos.

Me monto de nuevo en el coche. Creo que me he olvidado de cenar. No sé.
Y cuando llego allí lo veo. A él y a sus veinte kilos menos.
Y pese a la brutal necesidad de espacio y silencio me abalanzo sobre él y le abrazo fuerte oliendo ya el disgusto de lo que va a ser pronunciado.
Estamos los tres en la mesa. Y mi mano reposa tranquila entre las de Saül, que acaricia mis nudillos. Mientras digiero y ahogo reproches que no tienen sentido.

Está bien. Ahora ya está bien.
Y al rato, la conversación se vuelve más ligera.
Pero yo vuelvo a mi casa con el poso. Profundo y pesado del miedo del descuido. Ya no de las relaciones humanas. Sino de la existencia humana.

Y duermo.

1 comentario:

Saül Caballero dijo...

Que tontika que eres