sábado, junio 14, 2008

Recibir


La música alta. Muy alta.
Se retoca el maquillaje y se ahueca el pelo sin mirarse.
Y sale del coche. Despacio. Nada que ver con la rapidez patosa con la que hace media hora se ha despedido de él.
[…]

Entra en esa habitación. Y saluda al techo.
Hoy se le antoja pequeña y conocida. Y deja el bolso.
Empieza a andar con pasos pequeños. Se asoma al balcón. Se para. Vuelve a andar. Se asoma de nuevo y mira la calle.

El anfitrión la mira. Tranquilo. Sentado en su silla rosa palo. Quizás divertido porque no entiende. Quizás pensando en leones enjaulados.
Le pregunta qué le pasa. Y ella ahoga un grito que cubre con silencio.
Mira su bolso. Y visualiza el llavero del coche.
Piensa en irse. Se podría ir. Y sabe que no pasaría nada. Que él no lo entendería pero no diría nada.
Y entonces se calma. Y se sienta.

El cuerpo se relaja. Y cruza las piernas.
Le sobreviene un reconocimiento. Se da cuenta de dónde está. De con quién está.
Y sabe que no pasará nada que la turbe.

Y así, los vasos se van vaciando. Se enfrascan en una conversación que ya no recuerda.
Pero está bien. Conversar con él está bien.
Porque es su voz y el sonido de su voz siempre le gustó. El tono, los matices. Las historias. Tienen algo conmovedor.

Ella se rodea de un espacio necesario que él no invade. Y el gesto le parece algo realmente bueno.
El aire ya lo llena la música. Y el humo del tabaco.
Y los pensamientos que ella cede gustosa a los vampiros que se asoman. Para que se los lleven lejos.

De vez en cuando se levanta y se vuelve a asomar al balcón. Para saber que todo sigue igual.
En realidad quiere dormir. Quiere recostar la cabeza en la almohada. Y dejar ese día en el recuerdo.
[…]

Ya dueña de sí en movimientos no espera de nuevo la pregunta.
Y tampoco la respuesta que sale de su boca. El decirle que no se lo puede contar.
Era mucho más fácil mentir. Mucho más. Sabe hacerlo.

Sobrevuela por varias sorpresas más a lo largo de una noche ancha.
Son cosas que pasan.
Normalmente más tarde que temprano. Y ahí pasan temprano.
Y por ello mezcla la vergüenza quinceañera con la naturalidad adulta.
[…]

Cuando su cabeza cae –por fin- en la almohada, esos dos brazos la aguantan y la arropan. Firmes. Cálidos.
Y adorablemente silenciosos.

1 comentario:

Saül Caballero dijo...

Dormía con una amplitud relativa en la parte trasera de su vehículo.

La noche se le había echado encima, y frente a la improbabilidad de llegar a ningún destino mucho más propicio que aquel descampado, decidió cesar en su espera y descansar.

Allí se sentía seguro. Rodeado de compañeros, respetando la ley vigente y las "nuevas normas impuestas" por la situación.

No existía razón alguna para que pudiera sentir miedo. Él cumplía. Sabía que era mejor cumplir.

Pero en ocasiones eso no es suficiente. Por que en algunos casos las circunstancias no valoran tu actitud. Es ironía. La vida es irónica. Simplemente.

Cuando despertó, demasiado tarde para escapar sin consecuencias. Las llamas le rodeaban. Extendidas por todo su camión.

Él solo dormía cumpliendo con la huelga de transportistas. Pero la barbaridad innata suele acudir, de tanto en tanto, a regalarnos una ingrata desdicha.

Con el cuerpo ardiendo, herido y tullido, tubo la astucia de escapar del vehículo, a la par que una explosión proveniente de la cabina del camión le empujaba y tiraba hacia adelante.

Salvó la vida. Por fortuna.

[...]

Al parecer su vida ya no corre peligro. Y cuando pase toda esta situación, pocos quedarán que lo recuerden.

En ocasiones las desdichas te asaltan. No las buscas. Te encuentran.

Ni el clásico dicho de no se que filosofía oriental que propugna: "si piensas en cosas positivas, te ocurrirán cosas positivas..." (y viceversa).

En ocasiones las desdichas te asaltan. No las buscas. Tan solo puedes solucionarlas.

Por desgracia, hay algunas, como las del camionero de Alicante, que no podrá corregir algunas secuelas.

Siempre quedará algo. Pero chica: ¡adelante!