Del orden, me refiero.
Y sentir que sí. Que se toman decisiones precisas y sinceras. Que se anuncian en voz alta y que -después de pronunciadas- todo sigue estando bien.
Delicias de la inteligencia y la empatía. Que caen por los cuerpos como una lluvia de besos.
Y la más certera de las sonrisas te invade por dentro. De un modo tan altruista que te preguntas cuándo te has reencontrado y reconciliado con el mundo.
Fijas la vista en un punto y encuentras la respuesta en el pretérito. En el daño que hiciste. Y en el daño que te hicieron.
Y ya todo deja de oler a cenizas de batalla y recelo.
Ni rastro de temor.
No es ni tan siquiera laudable. Es, simplemente, así.
Dar cabida a ese espacio que asume su propio ritmo y orden.
Y no producir nada de ello. Y no interferir.
Saber que lo ya consumido de alguna manera permanece listo para la evocación.
Y, sobre todo, queda en paz para habitar con libertad otras vivencias.
Fue bello.
Y sentir que sí. Que se toman decisiones precisas y sinceras. Que se anuncian en voz alta y que -después de pronunciadas- todo sigue estando bien.
Delicias de la inteligencia y la empatía. Que caen por los cuerpos como una lluvia de besos.
Y la más certera de las sonrisas te invade por dentro. De un modo tan altruista que te preguntas cuándo te has reencontrado y reconciliado con el mundo.
Fijas la vista en un punto y encuentras la respuesta en el pretérito. En el daño que hiciste. Y en el daño que te hicieron.
Y ya todo deja de oler a cenizas de batalla y recelo.
Ni rastro de temor.
No es ni tan siquiera laudable. Es, simplemente, así.
Dar cabida a ese espacio que asume su propio ritmo y orden.
Y no producir nada de ello. Y no interferir.
Saber que lo ya consumido de alguna manera permanece listo para la evocación.
Y, sobre todo, queda en paz para habitar con libertad otras vivencias.
Fue bello.
De principio a fin.
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