viernes, octubre 31, 2008

Me despierto. Estoy hecha un ovillo.
No me muevo.
Pienso en pájaros.
Pienso si estarán calientes en sus nidos.
A la intemperie.
Y pienso en la fragilidad de esos cuerpos blandos.


Me viene a la cabeza el sábado pasado a mediodía.
Cuando andaba yo perdida con Tere.
Y digo perdida porque era así.


Cogimos el coche y unos bocadillos.
Y nos fuimos a buscar pueblecitos de esos con encanto.
Pero sin mirar esas fantásticas guías turísticas.
Cualquiera nos servía.


Hacía calor. Justo lo contrario a estos días.
Días en los que llevo dos pares de calcetines.
Días en los que se me pone la nariz roja.
Y no exagero.
Es, simplemente, que debo tener antepasados tropicales.
Por eso me entran ganas de ser osa e hibernar.
[...]


Salimos de la autopista mucho rato después.
Y encauzamos carreteras secundarias.
De pueblos bonitos y fantasmales.


En algún momento paramos en medio de la nada.
A escuchar el silencio y a algo más.
Allí, el mundo no parecía mundo.
Sólo era un pedazo de tierra en medio de viñas y cielo.
Y nosotras sólo dos vidas.

De nuevo en el coche pusimos la radio.
Sonaba una canción de amor.
Casi todas las canciones son de amor.
En serio. O de desamor, que viene a ser otra especie de amor.


Amor mezclado con algo, pero amor.
Lo otro suele quedar difuminado.
Realmente no sé si eso es algo bueno.
Ni sé exactamente el por qué.


Pero sé que no hay muchas canciones sobre el trabajo.
O sobre las ocho, o nueve, o diez maravillas del mundo.
O sobre cualquier otra cosa que también forme parte de nuestras vidas.


Miré a Tere.
Iba tranquila. Miraba por la ventana.
Las manos relajadas sobre el regazo.
A ella le gustan las canciones de amor.
Y si son cutres más.


Es una romántica.
Quizás yo también, no lo sé.


Estaba guapa.
Con la tontería de los doscientos kilómetros que nos separan nos vemos poco.
Le había dejado unas bambas.

Porque en su maleta no caben las bambas.
Sé que se patería una montaña con tacones.
Sería muy capaz.
Domina los tacones más que nadie que conozca.


Y quizás fueron esas canciones de la radio.
O el aire despejado y sano de aquellos pueblos que íbamos dejando atrás.
Pero cuando paramos a comer hablamos de chicos.


Sentadas en un banco.
Con el papel de plata en nuestras rodillas.
Como dos quinceañeras que ya no lo son.


Con el pelo suelto y ropa cómoda.
Lejos de nuestros trabajos.
Lejos -en aquel momento- de nuestras preocupaciones de adultas.
[...]


Luego, la noche trajo verdades ineludibles.
De esas difíciles. Que cuesta explicar.
De las que te dejan desnuda mientras estás vestida de arriba a abajo.
De las que necesitan oídos y confianza.
Y al día siguiente ella se marchó.


Con sus canciones. Con sus tacones.
Pisando segura el suelo de la estación.

jueves, octubre 30, 2008

De azares y suertes

"Aquel que dijo más vale tener suerte que talento, conocía la esencia de la vida.La gente tiene miedo a reconocer que gran parte de la vida depende de la suerte. Asusta pensar cuantas cosas se escapan a nuestro control.En un partido hay momentos en que la pelota golpea el borde la red y durante una fracción de segundo puede seguir hacia adelante o caer hacia atrás.Con un poco de suerte sigue adelante y ganas o no lo hace y pierdes. "

Seguro que os suena.
Es la voz en off del principio de Match Point.
De Woody Allen.
Sí.
El mismo que duerme con los zapatos puestos por si, de repente, viene un huracán y hay que salir corriendo.
Hay que estar preparado para todo se ve...
Incluso para el fatalismo.
[...]


Hay muchos dichos sobre la suerte.
Que existe. Que no existe.
Que se encuentra sin querer.
Que se puede buscar.


Suerte.
En su definición, la R.A.E.incluye la palabra casualidad.
Y la casualidad no se puede evitar.
Según esto, la buena o mala suerte no se podría escoger.
Quizás sea así.


Pero hay más. Como en casi todo.
Suerte. O coincidencia. O destino.

Es sólo una idea. Una opción.
Puede que una creencia. Casi una cuestión de fe.
Y todo lo que tiene que ver con eso escapa a razonamientos lógicos.
Escapa a las mismas palabras.
Que se retuercen intentado explicar algo que los siglos no han conseguido explicar.
O, acaso, han conseguido explicar de tantas maneras que ninguna es válida del todo.
[...]


Una vez, en clase, hablábamos sobre los cuentos y relatos.
Y no pude evitar mentar las tragedias griegas.
Edipo Rey.
Sí. La existencia de un camino marcado o un camino labrado.
Y ellos, a sus 16 años, fruncían el ceño por no saber qué decir.
Quizás sin habérselo planteado nunca.
Por falta de necesidad. O por aceptar las cosas sin más.
Vete a saber si no se es más inteligente a esa edad que a otra.


La cosa es que tampoco tiene más importancia.
Bendecir a esa buena suerte o a esa buena coincidencia, digo.
O maldecir lo contrario.


Aunque eso sí.
Casi sin quererlo, hablar de buena suerte, de mala suerte o creer en el destino o no acaba siendo una filosofía de vida individual de cada uno.
Y así, vamos encontrando la absolución o el reproche a aquello que nos va ocurriendo.
Aunque para ser sinceros...nunca queda del todo claro.

jueves, octubre 23, 2008

A los no creyentes

Que no te crean es frustrante.
Aunque, claro está, hay nieveles.

Que no te crean cuando dices que un sábado por la noche estás cansada.
Vale.
Que no te crean cuando comentas que un día de estos te vas a vivir a la Cunchinchina.
Pues también vale.
O cuando dices que te has bajado la peli entera de Heidi.


Que no te crean cuando sonríes con complacencia ante las cortinas de flores de tu amiga "la casada".
Vale.
O cuando comentas que la semana que viene dejarás de fumar definitivamente.
Que no te crean cuando afirmas que te encantan los debates políticos.
Vale. Que su lógica tiene.
Que no te crean cuando juras que no volverás a besar al Tito Absolut.
Bien. Me parece bien.


Que no te crean cuando gritas con alegría: Sí, sí, te llamaré y quedamos.
Obvio y normal. Sobre todo si no es la primera vez que lo dices.


Pero... ¿Y cuándo dices la verdad y no te creen?
¿Qué significa exactamente ese momento?
¿Que tu cara es de mentirosa patológica?
¿Que el tono de voz no es creíble?
¿Que una está prediseñada para las mentiras?
[...]


Cuando, tras decir una verdad, te sueltan valientemente que no te creen, una se queda en trance.
Y le entran ganas de reír.
Esperando oír: "Que era broma...¡claro que te creo!"


Poque claro... si se trata de un divorcio, puede enseñar los papeles llegado el caso.
Si se trata de un corte de pelo, envías foto y punto.
Si te trata de un timo, por algún lado tendrás el tiket.


Pero ¿Y si no hay comprobante de autenticidad?
¿Qué haces?
¿Cómo te lo montas entonces?


Veamos... se me ocurre, no sé.
¿Patalear como los niños?
¿Amenazar con que si no te creen dejas de respirar?
¿Darte cocotazos contra una pared?
Porque claro... algo hay que hacer, ¿no?
¿O no?


Calla... que ahora se me ocurre algo.
Quizás no haya que hacer nada.
Quizás sea cierto lo que me llevan diciendo desde hace días.
Sí. Puede que sea cierto.


Sí, hombre sí.
Eso de que si alguien no te cree... es problema suyo.
Y que, probablemente, le sea más cómodo no creerte.
Sí, será eso.


Gracias a todos por iluminarme...


Fdo:
Carol... (Y su credibilidad)

viernes, octubre 17, 2008

Llevaba fuera meses.
Lejos. Muy lejos.
Me llegaban mensajes suyos desde ciudades que nunca había escuchado.
Y, a veces, las buscaba en un mapa, por eso de la curiosidad del ignorante.
Sitios exóticos y lejanos.
Con otras horas, con otro tiempo.
[...]

Estaba moreno.
Pelo largo. Más delgado.
Camisa a cuadros verdes y blancos.
Y tejanos, claro.


La mirada tranquila. El habla relajada.
Desprendía ese aura de quien se reubica en su gente.
Que no en su sitio. O sí.
No fue el golpe de verlo.
Fue el golpe de saberlo de nuevo aquí.
Diferente.

Hacía calor. Estos días son de un calor raro.
De un verano que se alarga y ya no toca.
Y escogimos el patio de un restaurante.
Un patio pequeño y verde.
Y hasta oímos el rudillo de una lagartija.
Sí. Hacen ruido.
Guachos creo que las llamó él.

Hablamos mucho.
Eso siempre ha sido típico entre nosotros.
Hablar y escuchar.
Como se escucha los buenos amigos.
Com calma. Con interés.
Y se nos pasó la tarde.
Entre cigarrillos. Entre historias.
Y a mi me desapareció el dolor de cabeza.
Y me apareció el hambre.
[...]

Después de cenar llegó la luna.
Grandiosa.
Y llegó también la Facultad.
Siempre, en un momento u otro, hay espacio para ella.
Para recordar momentos en los jardines.
Para imitar a algún profesor.

Para sorprendernos de los años que hace que nos conocemos.
Y para sonreír por seguir ahí.
Sentados en un banco cualquiera.
Siguiendo los hilos de la vida.
Poníendonos al día de las novedades.
Y dejando que el otro asienta.
Porque ya te conoce. Ya te sabe.
Y los malosentendidos no caben.

Y ya entrada la noche habló de sitios nuevos.
De todo lo que queda fuera del diminuto mundo en el que solemos vivir.
De gente diferente.
De sensaciones únicas que siempre llevará con él.

Y es que hay otras maneras de vivir.
Aunque no lo parezca.
O no lo queramos creer.
Y la opción existe.

Pero la respuesta -pese a las quejas- suele ser que nos quedamos con esto.
Porque sí.
Noches como esta valen la pena.

jueves, octubre 16, 2008

Circos

Cada día que pasa voy entiendo más uno de mis anhelos.
Ese del que siempre hablo. Sí.
El de irme al monte.
Y hacerme cabrera.
A oler las nubes y a escuchar el silencio.
A merendar pan con queso fresco.
Y el mundo que siga girando.
Que luego ya volveré.


Y es que los seres humanos a menudo pueden conmigo.
En el buen sentido. Y en el malo a veces también.
Porque todo tiene siempre dos caras.
No vayamos ahora a aferrarnos a verdades indiscutibles.

El comportamiento humano es fascinante.
Y agotador.
Y de vez en cuando hay que descansar.
Debería ser un derecho contitucional.
Para que a uno se le restablezca el orden mental.
[...]

No sé de dónde nace la necesidad de entender las cosas.
Supongo que de la razón.
De eso tan valioso que nos diferencia de los animales.
Vamos, de la evolución.

Y no sé tampoco en qué medida eso acaba siendo decisivo.
Yo siempre quiero entender.
Podríamos decir que era la típica niña con coletas.
Y que mi sonrisa siempre iba acompañada de un : ¿Y por qué?
Debía ser exasperante.
Y lo que ha cambiado es que ya no me hago coletas.
Aunque a veces me apetece.

Por eso desde temprano preferí las letras.
Sus múltiples preguntas. Y sus cientos de respuestas.
Lo del libre pensamiento.
Todo eso de los diferentes prismas.
De infinitas posibilidades válidas y argumentadas.
Y por eso también repudié las ciencias.
Porque lo encasillaban todo. Demasiado rápido.
Provocando esa respuesta odiosa de : Es así y punto.

Y es que, en pensamiento, los de letras somos de todo menos prácticos.
En hechos puede que sí lo seamos. No nos queda otra.
Pero las avispas quedan revoloteando entre posibles ideas.
Sin poder evitarlo.
Y es que..
¿Cómo puede ser que todo pensamiento razonable tenga un opuesto igual de razonable?
Ni idea. Pero así es.
[...]

Cuando uno intenta buscar explicación a algo que no entiende se inicia todo un proceso.
Porque puede que la tenga.
Pero también puede que uno no sepa verla.
Y justo ahí, en momentos en que el razonamiento se invalida por inútil, uno se cansa de la complejidad.
De la maravillosa complejidad del cerebro.

Y puede, que en un grito ahogado, busque refugio en grandes pensadores.
O en grandes pensamientos.

A mí se me ocurre que muchas veces querer entender aquello que no entendemos es un anhelo.
Y el anhelo no deja de ser expectativa.
Y ya saben...la expectativa no cumplida trae frustración.
En este teje-maneje de intentar comprender el por qué de las cosas uno se pierde.
Bueno, yo me pierdo.
Y casi estoy a punto de sentir una punzada de envidia por aquellos que asumen las cosas sin más.
[...]

Y me viene a la cabeza Nietzsche.
Con aquello del placer y el dolor.
La dualidad. La consecuencia.
La convicción de que no existe un extremo sin el otro.
La defensa de la radicalidad del blanco y el negro.
El gran riesgo que se corre ante la expectativa.

Y la premisa -alabada por los budistas- de:
"No te aferres a nada".
Porque no aferrarse es la única forma de no desear.
Y no desear es la única forma de evitar un posible dolor si no se consigue lo anhelado.

Y entonces recuerdas con una sonrisa la de veces que has dicho u oído cosas como:
Hay colores grises. Hay un punto medio. Hay un equilibrio.
Y te das cuenta de que en las cosas y en los momentos importantes no hay nada de eso.
Sólo hay una cosa u otra.

miércoles, octubre 08, 2008

Aire

Hoy ya huele a otoño.
Y a llovizna.
A ese olor dulce que deja la tierra mojada.


Un día de esos perfectos para quedarse en casa.
Y encontrarle sentido a eso que llaman “calor de hogar”.
Para leer a Félix de Azúa, que es un lector de calma y frío.
Y recordar los días de Universidad.
Aquellos en los que la reflexión parecía ser tan importante.
[…]

El día empezó con un mensaje al móvil de Laura. Sobre un sueño.
Y una sonrisa.
No sé por qué me gusta pensar en los sueños.
Es un juego que me acompaña desde pequeña.
Menos mal que últimamente no recuerdo los míos.
Porque ahora, con la parte consciente ya estoy entretenida.

Y es que es el cielo y es el aire.
Que me hace mezclar camisetas de manga corta con chaquetas.
Que me tiene confundida con un sol que capea nubes a las que no gana.
Hasta que cae la tarde.

Y por teléfono me reclaman un mail.
Y menudo fastidio. Porque llevo un mes sin Internet.
Supongo que os suena eso a lo que llaman servicio técnico.
Ese sitio que imagino oscuro y lleno de máquinas raras.

Con personas vestidas de gris que van de aquí para allá.
Y que tienen una concepción del paso del tiempo diferente.
Diferente a la mía por lo menos.

Y salgo de casa. Y me vuelve a amparar un techo opaco.
Y ya en el coche recuerdo voces.
De todas las conversaciones que he tenido a lo largo de hoy.
Y es como si entre todo lo dicho se escondiera un acertijo.
Y creo que tengo la respuesta en la punta de la lengua.

Así lo creo hasta que oigo mi nombre camino del sitio donde hay Internet.
Y es que últimamente voy teniendo demasiados encuentros fortuitos con mi pasado.

Cuando levanto la cabeza soy consciente.
De las pintas que llevo, digo.
Pantalón de chándal. Sudadera gris. Y una cola rápida.
[…]

Y bueno.
La única verdad es que pese al tiempo.
Pese al aire y la lluvia.
Pese al cambio de estación.
Yo estoy en mi sitio…quizás más que nunca.

martes, octubre 07, 2008

Dénle un respiro a la duda...

[Y debía ser por algo…
que la maleta siguiera en mi habitación]


Barcelona es, a veces, estresante.
Sobre todo el centro.
Y más cuando una quiere calma.

Estaba conduciendo por Plaza Universidad.
Después de mucho llegó Vía Layetana.
Un agobio.
Menos mal que cada uno se aísla en su mundo.
Uno habla por el móvil.
Otra canta con voz estridente cualquier canción.
Otro le da golpes al volante.
Algunos se encienden un cigarrillo…
Y bueno, así pasan los minutos hasta llegar a tu objetivo.

Antes de llegar al mío –el salado mar- he visto casi de todo.
Y comentaba con mi rubia acompañante que será que somos de pueblo.
Porque ya, con tanta caravana, tanto tubo de escape y tanto ruido estábamos al borde del colapso.

Sólo nos ha faltado ver tres manifestaciones.
Sí tres. En tres calles seguidas.
Y ella ha comentado que además de ser de pueblo vivimos al margen del mundo.
Y la verdad es que podría ser. Y no me molestaría.

Una era de UGT.
Otra no sé de qué pero ondeaban banderas europeas.
Y otra de los comunistas.

Y me ha dado tiempo a mirar en cada semáforo.
Ver las caras de esa gente que un martes por la tarde se tiran a la calle.
A gritar en lo que creen. O a defenderlo. O a hacerse oír.

Algunos eran muy jóvenes.
Otros más mayores.
Pero todos se movían mucho. Energía pura.
Y en las caras esa seriedad autocomplaciente de saberse útil.
De seguir teniendo un motivo.
[…]

Mucho tiempo después he enfilado la autopista.
Pensando en la importancia de creer en algo.
Y obrar en consecuencia.
Pensando en lo que supone eso. Y es algo bueno.
Quizás hasta pueda ser bueno sin ser factible.
Porque te da algo. Una especie de fuerza.
Para no parar. Para actuar.
Para caer rendido en la almohada.
[…]


Y bien.
Estoy haciendo esfuerzos por no mencionar lo visto.
Pero no puedo. O no quiero.
Estando en el coche he visto que los ojos de Judith se abrían.
Mucho. Demasiado.

Y es que delante nuestro, en plena Gran Vía iba una bicicleta.
El individuo en cuestión era un alegre treintañero.
Sí.
Y digo alegre porque llevaba con porte y alegría un tanga.
CK por supuesto.
Pero un tanga que dejaba al descubierto lo que antaño se decía que era…
¿Cómo era? Una parte íntima.
Y que el buen ciudadano ha compartido con todos los barceloneses.

No sé… a ver, que lo mío me costó acostumbrarme a ver calzoncillos.
Porque eso ya lo he asumido. Vale.
La gente lleva los pantalones bajos.
Y yo, sin quererlo, veo prendas interiores de colorines y marcas.
Y oye, que de verdad que lo he digerido porque es un prenda más.
Pero es que ahora tengo que ver culos.
Si es que vamos ya al nudismo y yo voy a resultar ser una antigua.

Pues no sé de qué hemos hablado ante tal panorama.
Diría que nos hemos quedado sin palabras.
Amén de girar las dos la cabeza cuando le hemos adelantado.
Más que nada para ver si tenía cara de ido o algo así.
Pero no. Bien normal era el chaval.

Y bueno, que supongo que la segunda vez que vea algo así, pues nada…
Que me sorprenderé igual.
[…]


Y que mañana me voy.
Que no quiero dejar de creer en algo.