viernes, mayo 30, 2008

Si conociéramos el verdadero fondo de todo tendríamos compasión hasta de las estrellas.
Graham Greene

miércoles, mayo 28, 2008


Es el olor lo que nos lleva a actuar.
Igual que es el olor quien guía a la paloma mensajera en su camino de vuelta.
El olor a pasado. El olor a recuerdo. Consciente.

Es el olor lo que nos lleva, definitivamente, a cerrar caminos.

domingo, mayo 25, 2008

Sábado



Abro los ojos. Me quedo mirando extrañada los pañuelos que cuelgan del mueble.
Y me acuerdo.
De la llamada de teléfono. Vale.
Mierda.
[…]

Me meto en la ducha.
A las 22h tengo algo que he estado posponiendo durante tres semanas.
Al rato me doy cuenta de que me estoy frotando los hombros con algo demasiado resbaladizo.
Suavizante para el pelo es.
Vale, Carol. Bien.

Antes de parar el coche le veo.
Sentado en un banco. Ipod en mano.
Sonrisa en la cara.
Y me tranquilizo.

El abrazo es bonito.
Y nos olisqueamos las colonias.
Mierda.

Le digo que quiero pasear. Que si le apetece.
Y se enciende un camel.
Me ofrece un trato. Y acepto.

Me habla de su viaje a Colombia. De sus planes.
No sentamos y sus palabras se tuercen. Serias.
Levanto la mano para que no siga.

Y empiezo a hablar yo. Porque tengo que hacerlo.
Acabo.
Él se acoge a la conjugación de verbos en pasado.
Y me regala tres palabras a modo de advertencia.

Vamos con los demás.
Y él se hace cargo de lo apenas pronunciado.
Me aprieta toda y aplaza su intención.
Y me conmueve la deferencia.
Nos miro a todos. Y me cruzo con la mirada de ella.
Sabe lo que estoy pensando. Parecemos un chiste mal logrado.

Son las dos de la mañana.
Y yo ya estoy en un borde inesperado de no sé qué.

Así que miento.
Y me voy con Laura a la inauguración de una discoteca.
Vemos la cola desde lejos.
Se ve que es lo más chic, cool y glamuroso del momento.
Ya, bueno.
Decimos un nombre, hacen una cruz en la lista y entramos.
Tres pisos.
Y buscamos las piedrecitas de swarovski en el techo.
Esas para hacer que la flipada del posible morado llegue a grados insospechados.
Y no las encontramos.
Pero vaya, que tampoco es necesario.
De hecho lo único necesario es una copa.

Y a por ella voy. Con decisión y esperanza.
Luego busco los lavabos.
Dejo el bolso en el mármol. Y me lavo las manos.
Veo como la espuma se queda pegada a unas piedrecillas negras que han puesto a modo de adorno.

Y veo como las burbujas van petando. Se evaporan.
Mierda.
Y saco el móvil. Y abro la tapa. Y no leo. Y lo apago.
Joder. Joder. Joder.

Estamos debajo de una tarima. Hay una gogó bailando.
No se puede fumar. Fumo. Y bailo.
Al rato la gogó baja. Y tenemos una conversación surrealista.
Quiero hacer una foto a la expresión de Laura.
Y a partir de ahí sigue el surrealismo.
[…]

Son las cinco y media de la mañana.
Estoy en el coche. Y nada tiene demasiado sentido.
Voy de camino a casa.
Y me desenchufo del mundo.

sábado, mayo 24, 2008

Restablecimiento


Del orden, me refiero.

Y sentir que sí. Que se toman decisiones precisas y sinceras. Que se anuncian en voz alta y que -después de pronunciadas- todo sigue estando bien.

Delicias de la inteligencia y la empatía. Que caen por los cuerpos como una lluvia de besos.

Y la más certera de las sonrisas te invade por dentro. De un modo tan altruista que te preguntas cuándo te has reencontrado y reconciliado con el mundo.

Fijas la vista en un punto y encuentras la respuesta en el pretérito. En el daño que hiciste. Y en el daño que te hicieron.

Y ya todo deja de oler a cenizas de batalla y recelo.
Ni rastro de temor.
No es ni tan siquiera laudable. Es, simplemente, así.

Dar cabida a ese espacio que asume su propio ritmo y orden.
Y no producir nada de ello. Y no interferir.

Saber que lo ya consumido de alguna manera permanece listo para la evocación.
Y, sobre todo, queda en paz para habitar con libertad otras vivencias.


Fue bello.

De principio a fin.

jueves, mayo 22, 2008

El tintineo del cursor es hipnotizante.

No ha sido un gran día. Ni siquiera un buen día. Y no sé si quiero hablar de ello.

[…]

No me gusta ver a la gente enfrentándose. Lo odio.
Porque me colapsa. Me inquieta. Me aflige. Y me provoca.

Es mi propia tendencia combativa la que me hace arrinconar esas situaciones.
Porque cuando no es por motivos vitales todo suele quedar en una nada inútil y frustrante.

Pero la fragilidad del ego está demasiado presente. Lo he visto toda la mañana. Sin pausa. Sin descanso. Todo enfocado del “yo” hacia fuera. Y punto. Y así suele empezar todo.

[…]

No sé si me ha gustado ver que podía guardar silencio.
Que la nimiedad originaria de la que algunos han construido una peligrosa hecatombe me rozaba la pierna por debajo de la mesa aconsejándome un mutismo merecido.

Pero es que ya, el origen del conflicto –que no ha hecho más que empezar- quedaba muy lejos.

Porque las mentes -fieles al estilo darwiniano- se aprovechan de elementos foráneos basados en un individualismo que queda muy lejos del bien colectivo para batirse en duelos absurdos… Ya saben; no se puede garantizar que lo que es bueno para el individuo lo sea también para la especie.

Y mientras doy mi última clase pienso que las personas tenemos mucho menos de grandiosas y honestas que lo que nos gusta creer.

[…]

Y cuando ya por la tarde me siento en el coche y dejo atrás todo ese infortunio; sonrío. Y pienso que el día va a mejorar. Sí, lo ha hecho.

Pero no ha podido ser del modo que me hubiese gustado.

miércoles, mayo 21, 2008

Mañana

Tenía 20 años cuando lo conoció.
Acababa de entrar a la universidad y le era tan nueva la libertad como el conocimiento de que los hombres no siempre son lo que parecen.

Estaba en la cafetería con una chica de inglesa con la que había congeniado en un par de clases.

Y llegó él.
Con pelo descuidado, chaqueta de cuero que persistió en primavera y una canción de Sabina en el aire.

Descaradamente sociable.
Y dejó caer sobre la mesa un libro de poesía, pequeño y arrugado.

Saludó a la de inglesa y se fue a por una coca-cola.
Cuando volvió y se sentó la miró con sorna.
Y mucho rato después le preguntó su nombre.

martes, mayo 20, 2008

Pasajes


Sucede que a una, con tanto anhelo de un sol que se hace el escurridizo, le da por tomar la luna.

Como en el cuento de la brujita que me leían de niña. La que salía de noche de su casa, se encaramaba a su escoba y volaba y volaba hasta encontrar una rama apetecible y segura en la que poder tomar los rayos lunares.

También yo sobrevolé algo antes de caer en la disoluta oscuridad.
Una ciudad que primero se me antojó joven y superflua. Y más tarde antigua.
Casi nostálgica. De una belleza deformada por la inmundicia.

La dejé atrás tras subir a una rama vertiginosa.

Y allí -en un tallo bordeado de verde en el que probablemente se posó algún intrépido vampiro con ansias de chascarrillo- oí risas, saboreé abrazos y toqué silencios.
Y por supuesto tomé la luna.

Y por tomar, tomé también un principio de constipado, algunos cigarrillos y algo de desvergüenza.

sábado, mayo 17, 2008


Estoy en eso de los mimos cosméticos.
Y suena el teléfono. Sonrío.
Ahí están. Casi siempre en la mismas fechas.

El jolgorio de las tardes de café en “El Lucas”.
Algunos con las cartas y otros juegos de mesa. Y siempre música de fondo.
Bebiendo copas de anís a secas.
Todo muy provinciano, eso no cambia.

Oigo sus voces. Y muchas más voces.
Es muy tierno lo del manos libres para oír saludos al unísono. Pero poco práctico porque no me entero de nada.

- ¿Cuándo vienes?
- Este año no se te escapa la Feria ¿eh?
- Van a abrir un chiringuito nuevo cerca del “chiringuito grande”.
- Oye… Isidoro ha vuelto de Madrid y estará aquí todo el verano, ¿Qué te parece? (Risas)
- ¿Te acuerdas de aquella fiesta para el cumpleaños de Sonia en las Lagunas? ¿Lo repetimos este año?

Y empezamos a recordar…
Me dicen que lleve fotos. Que tenemos que hacer un álbum porque ha empezado el declive absoluto.

Que Robert tiene ya más entradas que nunca. Que a Cristina, cada vez que bebe, le da por recordar cuando le pedían el carnet para entrar en los antros.
Que la hija de Sonia está preciosa. Y que Deborah se casa el año que viene.

Miro el corcho de la pared de mi habitación. Y nos veo a todos.

Rosi me dice que en el trabajo ha entrado un chico nuevo que la tiene en vilo. Y que tiene ese acento madrileño que tanto me gusta. Que no me lo va a presentar.

- Espera un momento, que pongo el manos libres otra vez, escucha.
Y yo espero. Y luego escucho.

Y oigo ese principio de guitarra que me vuelve loca. Ese primer minuto sin letra que me despierta toda.
Y me entran ganas de comérmelos a besos y a collejas.

- Dilo, dilo, dilo…
Y yo lo digo, por no hacer un feo y porque no me puedo contener:
- Es el mejor principio del mundo para cualquier cosa.
Y estallamos en carcajadas.

Le han dicho a Santi que la ponga en el equipo.
Fue hace años y aún dura la cosa…
Todo fue culpa de un camarero encantador que no gustaba de las catalanas.
Y se dedicó a invitarme toda la noche a lo que allí llaman cacharros.

Tarareé el principio de En algún lugar, de Ducan dhu cientos de veces.
Una y otra vez.
Convenciendo a la gente de que ese inicio de canción era el mejor de toda la historia.
¡Qué digo! De todos los tiempos… ¿a qué sí? ¿A qué sí? Vamos, tararea conmigo.

Pidiéndole a Raúl las llaves de la furgoneta para ir a escucharla.
Porque había que escuchar ese trozo. Y dejar que se metiera dentro.
Que bailara el corazón…algo así decía.

Todo esto me lo recuerdan, para que no me olvide.

- Y si te decían que no era para tanto tú decías: ¡Pamplinas!
- Y teníamos que salir contigo, uno a uno. Meternos en la furgoneta que olía a pintura y escuchar ese principio.
- Hasta que te decíamos que sí, que vale, que era el mejor principio del mundo para cualquier cosa.
[…]

Y me dan ganas de comprar una bolsa de patatas, coger dos tejanos y unos tacones y montarme en el coche. Y plantarme allí. Con ellos.
Y seguir hablando, recordando.
Y vivir un verano más.

Me dicen todos “adeu maca” y cuelgo con ganas de que llegue agosto.







"Desayuno sobre la hierba"


Si sale, sale. Si no sale, hay que volver a empezar. Todo lo demás es fantasía. Eduard Manet (1832-1883), pintor francés.

Ya está. Vale.
Ya pasó el tormento agónico y dulce de la incertidumbre.

Ya pasó el mutismo. Y con él, la fantasía.
Acaba siendo como burdo.

El choque, me refiero.
Un antagonismo que hago crucial. Y que es crucial.

Y me recuesto. Fomento afirmar sobre lo aún desconocido.
Y así me amparo en imposibilidades que no me pertocan.

Y así no me culpo por no perseverar en lo que podría ser más.

Mientras, me duele la calma que sigue al desasosiego.
Y le hago una mueca a la cordialidad del saber estar.
Porque en realidad quiero clamar.

viernes, mayo 16, 2008

¿Qué te voy a decir?

… Ya lo dice Fito.
Si yo acabo de llegar.

[…]

Estaba probando calles. Un camino nuevo. Por ahorrar tiempo.
Y me he visto ahí, en Rambla Catalunya. Donde durante meses aparcaba para ir a la redacción.

Y los mismos semáforos, los mismos bares.

Y me he acordado de todo. Con una nostalgia amarga.
El inicio, el reencuentro no pactado.

El susto. El miedo.
Y también el intento.

Tú. Y tu libro. Y la agonía de tu libro.
De tus artículos. Del móvil.
De trabajo. De viajes.

Momentos y palabras. Y más palabras y momentos.
Que parecían no tener fin. Sin causa y sin consecuencia.

Y yo. Y el instinto fugitivo.
Redoblándome. En tus mundos.
Sin querer entrar y ya muy dentro.

Así hasta el final.
Arrastrando un desgaste que todo lo hizo fácil.

Y volví a recordar tus palabras punzantes.

jueves, mayo 15, 2008


“Ya…bueno Carol, depende de ti”. Esa ha sido la frase de la mañana.

Después de tamaño sobresalto sobre el que decido no ahondar, el resto del día va transcurriendo con la relativa normalidad de los últimos días.

Sin yo percibirlo, mi coche ha regateado la entrada a la urbanización y se ha adentrado en el pueblo.
He comprado ese aceite de almendras amén de un capricho superfluo que se recrea en masajes y demás sensualidades.

Luego he encarado el paseo de la riera. El que está lleno de pequeños huertos.

Camino al coche he entrado en una librería. Lo sabía.
Hace más de una semana que el libro que leo no cambia de bolso.
Y eso que lo he intentado. Hasta me he defendido de él con eso de la trama.
Pero no puedo; la incapacidad léxica en literatura siempre me ha parecido despreciable.

Voy mirando lomos. Gordos, flacos. De bolsillo.
Acabo –como siempre- recorriéndolos con la yema del dedo para no marearme entre colores y letras. Aún así bizqueo.
Me detengo en un lomo rojo y blanco.
Bailando con la vida, de Zoé Valdés. Y lo empujo hacia mí.

Y leo: “Lo fascinante es la seducción, lo estimulante es el goce. ¿Para qué declararse en mutuo contrato de amor cuando la sustancia impalpable de lo efímero es lo que alimenta la pasión?”

Sé que debería dejarlo donde estaba. Y no lo hago.

Me doy media vuelta hacia la caja. Abandonando mi antojo de algo que recreara la época de los años 20.

Llego a casa y dejo el libro sobre la cama.
Enciendo el portátil.
Y busco, busco, busco.

martes, mayo 13, 2008


Ya estoy despierta. No lo entiendo.

Jamás dormí tan poco como en los últimos meses.

Miro el reloj. Son las cinco de la mañana. Ni más ni menos. Y cierro los ojos con fuerza intentando no despertar demasiado algún pensamiento.
Practico esa quietud exigida que sólo crea ganas de movimiento. Me doy la vuelta y me pongo boca arriba. Mirando, esta vez sí, mi techo.

Me hago más la muerta. A ver si funciona.
[…]

Bajo las escaleras en pijama, sin agarrarme a la barandilla.
En el último escalón, el espejo me devuelve una imagen fantasmal.

Entro a la cocina y bebo agua. Mucha agua. La siento recorriendo mi esófago y posándose en el vientre. Todo me parece muy real.

Mientras subo las escaleras pienso que falta poco para que empiece el día. Y no sé si estoy preparada para recibirlo.

Dos horas después estoy en la autopista, camino del trabajo.
Me encaro al asfalto sin demasiadas ganas. Pero lo piso con la misma firmeza de siempre.

La sala de profesores está vacía y abro mi taquilla.
Empiezo a preparar los libros. En uno de ellos encuentro un artículo que imprimí el viernes sobre el conceptismo. Y esbozo la primera sonrisa del día.

El hablar sobre el conceptismo se va a quedar para otro día. Hoy sería incapaz de ser imparcial. No me apetece.

Cierro la puerta y me apoyo en la mesa. Más de treinta ojos se posan en mí.
Y sé que no descubrirán nada por mucho que me miren.
Me entrego por completo a las subordinadas adjetivas.
[…]

Está demasiado concentrado en lo que digo. Como si lo tomara con una seriedad que no va con el lugar. Ni con la ocasión. Pero vaya, que sigue preguntando demasiado, con ese natural interés que ya casi sólo se ve en los niños. Me enciendo un cigarro y arruga la nariz cuando el humo le llega. Espero una queja que no se pronuncia.

Me pregunta por el fin de semana. Miro el cigarro. Luego a él. Y busco la palabra, sin que me salga. No sé, le digo.

Se ríe, mucho. Pero yo lo digo en serio. No sé.

¿Raro quizás? Puede que sí. O puede que de lo más previsible.

Se levanta para ir al servicio. Y yo me relajo, dándome cuenta entonces de que estaba tensa. Es por esa mirada, por esa actitud.

Espera algo. Los de ciencias tienen eso, ya se ha hecho su ecuación perfecta. En su mente ya estoy elevada al cuadrado. Me suena demasiado eso de que un enunciado te remita directamente al resultado, probablemente erróneo sin el proceso adecuado.


La gente se desnaturaliza. A sí misma y a los demás, sin permiso de nadie.
Cada vez que como con él me desnaturaliza más. Porque me entiende menos. Me roba lo que soy.

Y se me quitan las ganas de explicarle nada porque no me escucharía. Lo sé. Sólo me imaginaría.

De repente me pone triste pensar en que no puedan entenderme. Aunque ese pensamiento me suele alentar. Seguro que es una secuela de la lluvia y el cielo gris de los últimos días.
[…]

Cuando llego a casa sigo el olor a barniz. Y subo a la terraza de una habitación.
Y desde allí oigo como suena el móvil.
Me quedo quieta. Viendo cómo se pone el sol.

lunes, mayo 12, 2008

Cuestión de fe

Sucede que he empezado como cuatro o cinco escritos sobre algo que ocurrió en un día de lluvia. Y que en mitad de ellos no sabía cómo ni por qué seguir.

Que me faltaban las palabras –o acaso la certeza de los hechos- para poder poner un punto y final.

Será que eso tenía que ser así. Que no tenía que acabarlo porque en esos intentos me estaba perdiendo yo información relevante. Y es que los dedos, a veces, son igual de traicioneros que…no sé, cualquier cosa que pueda resultar traicionera.

Así, todos esos escritos se han quedado en el escritorio, como tantos otros. Pero estos eran más importantes. Y sé que pensaré en ellos los próximos días.

Y que si dejo de hacerlo cualquier reflejo del espejo me remitirá a ellos. Cuando me quite con cuidado el pañuelo.

Porque no eran reflexiones. Eran algo más.

Pienso en quién escribe un libro y, una vez publicado, cambiaría cosas. Con motivo. Y ya no puede hacerlo. O sí, pero daría igual. Porque la historia nunca será la misma. Porque las mentes que leyeron absorbieron. Es el peligro de dejarlo por escrito.

Que sacudes ahí como certeza lo que unas horas después puede ser ya duda, mala interpretación o lo que sea.

Sucede que me vienen a la cabeza las palabras de Baricco: “El buen relato se alimenta de la desgracia”. Quitando algo de teatralidad, es cierto.

Es más excitante así.
Cuando hacen lo que esperas que hagan. Y así, poderse dar la razón a una misma. En amarga complacencia. Como una palmadita que el cerebro anhela y el alma odia. Pero, al fin y al cabo, la razón.

Que es absurdo, sí. Pero tiene algo de clamosidad ególatra.

Y así me siento. Complacida, rabiosamente complacida.

Porque opiné cientos de veces sobre algo que no viví. Y después de vivirlo, mi opinión –por suerte o por desgracia- sigue siendo la misma.

Y sí, es mejor. Porque ahora mis dedos no dudan. Ahora no me quedo mirando al cursor mientras mi mente persigue a la palabra exacta de una sensación y acaba perdiéndose en visiones sonrojadas de lo que aconteció.

Ahora no vomito ninguna sonrisa. Y, sin embargo, mis dedos, ni paran ni tiemblan.

Y así, publicaré esto. Siendo mucho más fácil y mucho más cómodo que lo que va a quedarse detrás de un icono, en eterno silencio.

jueves, mayo 08, 2008

Urgencia


La sentí de pronto, fuera de mi hábitat natural.
Llegó justo cuando mi mente se quedó en blanco mirando ese azul turquesa que se escondía tras cientos de curvas.

El alejarte quilómetros de distancia de lo que cada uno considera “su vida” provoca el reencuentro con uno mismo. Dejando a buen recaudo la cotidianidad de lo que nos condiciona.

No es buena esa urgencia. Pero la disfruto igual.

No la reprimo, tampoco creo que pudiese. O sí, pero no me apetece. Conviene pensar a veces que el autocontrol es despreciable.
Que fluya.

La veo como un punto negro en mitad de un cuadro blanco. Me da por pensar en negros y blancos. Contrastes de aquellos vitales que desechan los grises que canta la razón. Como un punto negro punzante, con destellos que me sobrevienen. Con puntas que se alargan y te recorren.

Y no es todo como parece ser cuando viene envuelto de urgencia y lazos impetuosos. No lo es pero se siente así. Y una casi se acostumbra a sentir con fuerza sabiendo de la brevedad de la sensación. Luego, para relativizar, siempre hay tiempo.

Y tiene algo de bonito eso. Porque por algo será. Algo muy tuyo; la urgencia nace de dentro hacia fuera. Nunca al revés.

Es como si te rehumanizases de nuevo, una reconciliación no reclamada con tu parte más íntima después de decidir que vas a volar libre, ajena a aquello sobre lo que decidiste alejar concienzudamente.

Y cuando sucede, sólo cabe ya sonreír al pensar que creíste que una masa gris va guiar siempre tus pasos. O tus descansos.