martes, junio 24, 2008

Solsticios

Lo venía anunciando desde hacía días.
Me niego a ir a la playa.
Pese a las bonitas hogueras. Pese al murmullo de las olas.
Pese a esa supuesta magia.

Me paso el día entre la tumbona del jardín y la cama.
Vagueando en absoluta armonía con mi perra.
Ella se pone debajo de la hamaca, entre sol y sombra.
Y nos dedicamos gruñidos varios de modorra y entendimiento.
[…]

Aún queda la tarde para que llegue la noche.
Estoy estirada encima de la colcha azul cielo.
La que llamo colcha de verano.
Suena el teléfono.
Y la propuesta llega firme.
Y no dudo. Como tampoco lo hace el vestido verde que hay tirado encima de la silla.

Abro la verja de un jardín bien cuidado. Que me sé de memoria.
Quizás hay alguna palmera nueva, quizá.
Y unos dedos se agitan por la ventana.
Por un segundo pienso en otro piso.
Y todo se vuelve tremendamente difícil.
Y me sorprendo porque no debería serlo.
[…]

La dependienta de la Illa me pregunta cuánto mido.
Y su tono de envidia no me provoca nada.
He salido del probador con un vestido negro. Largo.
Escote palabra de honor.
Miro mis pies descalzos y me pongo de puntillas.
Y el reflejo me devuelve algo que no sé qué es.

Esperando en la caja Tere revuelve un estante lleno de anillos.
Cada una lleva un vestido en la mano. El de ella es rosa, precioso.
Y contrasto el verde con el negro.
Y me río de mí.
Pienso que hoy debería dejar el móvil a recaudo de alguien que no fuera yo.
[…]

A Laura le han desviado el vuelo. Llegara a Barcelona más tarde.
Así que dejamos la visita al aeropuerto y vamos al sitio planeado.
Justo hace un año también estaba allí. Metiéndome inconsciente en una larga historia.
Y mientras recojo mi pelo en una coleta pienso si realmente yo decido algo de lo que ocurre.
[…]

Es moreno. Muy alto. Lleva tiempo mirando.
Entre la vergüenza y la desvergüenza.
Mejor me voy. Mejor.
Levanto los rizos de Tere y le digo que me escapo a la sala de fumadores.
Que ahora vengo.

Me siento feliz en una butaca y me enciendo un cigarro.
La gran cristalera permite ver toda la pista.
Abarrotada. Llena de vestidos de colores y camisas blancas.
A la gente le brilla la piel bronceada.
Y pienso que me quedaría ahí.
Con la copa y el cigarro. Mirando a la gente. Y ya.
Sin entrar al trapo de nada.

Se me acercan dos chicas. Y me preguntan si soy habitual.
Las dos son morenas. Bajitas. Una muy fornida.
Me preguntan por la música. Y por la hora de cierre.
Les sonrío pero no tengo ganas de hablar.
Y cuando me levanto le veo ahí.
Esperando.
El chico moreno.
Joder.

Paso veloz por su lado y bajo las escaleras.
Llego a mis amigas. Y me acabo la copa.
Y bailo. Y Nuria baila. Y ahí baila todo el mundo.

Una mano en la espalda. Y una voz que me dice que no me encontraba.
Que había salido muy rápido de la sala de fumadores.
Y de repente pienso que fumar y salir corriendo viene siendo propio de mí.
En los últimos tiempos. Sí.
Pero me callo.
[…]

Son poco más de las cinco. Estamos en el coche esperando a Laura.
La gente va saliendo de la discoteca.
Y sólo veo caras.
Y la tarde se confunde con noches de otras semanas.
Y la noche con otros días.
Y nombres. Y voces.
Y mi pasado gritando en presente. Haciéndose oír.
Y mi supuesto presente callado.

Y abro ese bolso con flores bordadas. Saco el móvil.
Y bien. Dejaré que la gente crea lo que quiera.
Lo que más convenga. Lo que deseen. Por su bien.
Y lanzo un mensaje: ganar libertad y perder la fe.

Luego suena el teléfono. No sé quién es cuando lo cojo.
Y después de hablar no sé quién tecleó mi número.
Ni para qué.

Y por fin llega Laura. Guapa y cansada.
Y de camino a casa vamos hablando mientras Tere intenta dormir y no vomitar en el asiento trasero.

…Y todo se reduce a que estamos rodeados de extraños.
Y claro.
A que queremos sentirnos únicos para alguien.
Antes de decidir si ellos también lo serán.
No sé… será eso aliñado con algo de vanidad y egoísmo.

sábado, junio 21, 2008


De repente los pasillos se llenaron de gritos.
Por las escaleras la gente se empujaba riendo. Abrazos, suspiros de alivio y alegría desbordante.

Las puertas de las aulas quedaron abiertas.
Y dentro pupitres con cajones vacíos. Y sillas tristes.
Tizas blancas rotas. Y borradores gastados.
[…]

Me quedo sola. Al lado de una puerta. Y no hay nadie intentando zafarse de alguna clase. No hay libros encima de las mesas. No hay voces.
Y aunque el sol entra seguro por la ventana yo no siento calor.

Bajo las escaleras despacio. Sin agarrarme a la barandilla.
Y de repente me doy cuenta de que el dramatismo no va conmigo.
Acelero el paso y pego un salto en los dos últimos escalones.

Abro mi taquilla. Justo la que en breves momentos va a dejar de serlo.
Y al girar la llave en la cerradura y ver los libros, el horario, el estuche y los montones de exámenes, me doy cuenta de lo monótono de algunos de mis gestos en los últimos tres meses.
Y encuentro fascinante que no los haya considerado así ni por un instante.

Entrar a la sala de profesores a las ocho y poco de la mañana. Ver que llueve o que hace sol. Saludarse entre bostezos. Habiendo dormido más. O habiendo dormido menos.
Abrir la taquilla. Mirar qué curso toca. Y sacar el libro.
Echar un vistazo rápido a la lección de literatura o de lengua. Y subir ya a la clase.

Dar los buenos días y oler a goma de borrar.
E inventar. Y sobrevivir al día y a los problemas. Y a los humores. Y a los ejercicios. Y a todo.
[…]

Y ahora ya está.
Y en la taquilla, abajo -donde hay un espacio grande en el que siempre guardo el bolso y la chaqueta- ahora hay un montón de bolsas.
Regalos. También tarjetas llenas de buenos deseos y reconocimiento.
Y también un ramo. De rosas rojas y blancas.

Y a mí nunca me gustó especialmente que me regalaran flores. Y menos rosas. Y menos rojas. Demasiado típico. Nunca me hizo ilusión.
Pero miro ese ramo y me gusta lo que significa.

Y empiezo a meterlo todo en una bolsa.
Sí. Hay pena pero también orgullo.
Y un recuerdo imborrable. Lo sé.
Y después de abrazos, de despedidas y de lágrimas pienso que todo está bien.
Que después de todo la vida no deja nunca de sorprender.

Y que puede que decidirme ya no me siente tan mal como siempre he tendido a pensar.

Y sí... jueves de Gràcia


martes, junio 17, 2008


-Buenas tardes.
-Buenas tardes.

Este es el inicio de una conversación que anuncia educación, aplomo, cortesía…y un sin fin de modales transitorios.
Pero no.
Que es que estoy llamando a hacienda. Y eso nunca puede acabar bien por bien que empiece.

Llamar a hacienda es como… Bien, no sé. Pero hay que cogerse la tarde libre.
Hay que acomodarse en algún rinconcillo familiar. Tener el tabaco a mano. Y líquido. Porque vas a hablar. Quieras o no. Vas a dar más explicaciones y a formular más preguntas que en muchos días. Seguro.

Me atiende una señorita que, tras tanto tiempo al teléfono, empiezo a imaginar.
Debe estar sentada en uno de esos cubículos minúsculos. Que se repiten sin descanso a lo largo de muchos pasillos.
La moqueta es probablemente azul. Y el tapiz de las sillas seguro que también.
Ya saben de la importancia de las cuestiones estéticas.

Yo creo que tiene el pelo corto. Y que es rubia y rechoncha. Quizás le guste el chico del otro lado. Y mientras habla conmigo intenta lanzarle alguna mirada coqueta seguida de algún bufido que venga a decir: Dios, que tía más pesada que tengo al teléfono.

Creo también, ya con hiriente convicción, que cada vez que me anuncian que me pasan con otro departamento para que atiendan mi petición, me están pasando al compañero de al lado. Es que lo veo.
Y que la musiquilla es sólo una excusa que se toman para asomarse a la ventana y ver la lluvia. O algún resquicio de sol.

Llevaré ya dos chicas y un chico, creo. Y mis explicaciones – a fuerza de ser repetidas- rozan ya un tonillo de desesperación mal disimulada.
[…]

-Es que hay un error en su vida laboral señorita. De ahí lo problemas ¿Entiende?
-Claro. Yo lo entiendo todo. Estamos aquí para entender los errores burocráticos. Y para pagar las consecuencias. Por supuesto mujer. No sufra usted. Arréglelo. Que yo la entiendo y la disculpo. Y si quiere le canto una copla. Pero arréglelo.
-Bien. No se preocupe. Únicamente decirle que le paso a un compañero para que lo solvente.
-Pero es usted con quien me vuelven a pasar. Usted sabe lo que ocurre.
-Sí. Pero verá…disculpe. Es que mi turno acaba ahora.
-¿Cómo? ¿Qué? ¿Perdón?- Y me enciendo un cigarro mientras hay otro humeando en el cenicero.

Y sí. La buena muchacha rubia se fue. Debió corretear por el pasillo en busca de la puerta de salida. Feliz y contenta. Pensando en la bendición del silencio.

Y yo ahí me quedé. Unida a ese Call Center a través del maravilloso mundo de la telefonía. Atada a unas explicaciones que tuve que volver a dar. Y siendo la que explicara con voz certera y ya repipi que había un error en mi informe de vida laboral.
-Veamos. No se retire que vamos a comprobarlo.

Bien. Vale. Bajo a la cocina con el móvil en la oreja y me empiezo a hacer un sándwich... o algo más elaborado, no sé. Que hoy ceno acompañada por una bonita voz. Y eso hay que celebrarlo.




¿Para qué?

La pregunta viene a ser toda una idea. El paraqueísmo.
Una se cuestiona –no pocas veces- si ha actuado del mejor de los modos.
Esto suele suceder tras haber tomado algún tipo de decisión rápida y no meditada. Digamos que como respuesta a algo que intuyes pero no sabes explicar.

Y ahí queda una mínima duda que te hace oscilar entre lo que te dices es sabia rectificación y la reafirmación del acto.

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Justo en el segundo necesario, aparece. La horrorosa vulgaridad. Esplendorosa.
Disfrazada de algo que la hace quizás menos soez. Pero igual vulgar.
Y los estigmas. Ésos que morirán con ellos.

Y da igual que lo esperes o no.
Que todo acaba pasando por la aprensión.
La gente ve decepciones allá donde uno mismo es el protagonista. Y, con suerte, las concebirán como algo ajeno a ellos mismos. Y maldecirán comportamientos repetitivos mientras le gritan a su suerte.
Anhelan el cambio y lo buscan. Con las pocas fuerzas que ya les quedan. Es lo más puro que tienen. El deseo de opción a que todo sea diferente a lo que fue y es.

Ajenos –la mayor parte del tiempo- a la verdad que les habita dentro.
Y buscarán con avidez recogida un pedazo de belleza que ensuciarán con solo mirar. Una verdad que, por escasa y envidiada, mancillarán sin piedad. En aras de un insolente hastío. En nombre de una insatisfacción, de un cansancio que sólo a ellos pertenece.
[…]

Quien pase por su lado será vapuleado mansamente. Desde la discreción. Incluso desde la explicación.
Será sorprendido con un olor a moho que atribuirá a cualquier otra cosa. Y saboreará un gusto putrefacto.
Absorberá su desgaste desmesurado e irreparable y le ayudará a sudarlo.

Luego, despertará una sensación de perturbación inexplicable que pasará por la inevitable curiosidad.
Hasta ya llegar –mérito de la implacable ley del tiempo y la conciencia- a la esencia y origen. A la vulgaridad del ser.

domingo, junio 15, 2008

sábado, junio 14, 2008

Recibir


La música alta. Muy alta.
Se retoca el maquillaje y se ahueca el pelo sin mirarse.
Y sale del coche. Despacio. Nada que ver con la rapidez patosa con la que hace media hora se ha despedido de él.
[…]

Entra en esa habitación. Y saluda al techo.
Hoy se le antoja pequeña y conocida. Y deja el bolso.
Empieza a andar con pasos pequeños. Se asoma al balcón. Se para. Vuelve a andar. Se asoma de nuevo y mira la calle.

El anfitrión la mira. Tranquilo. Sentado en su silla rosa palo. Quizás divertido porque no entiende. Quizás pensando en leones enjaulados.
Le pregunta qué le pasa. Y ella ahoga un grito que cubre con silencio.
Mira su bolso. Y visualiza el llavero del coche.
Piensa en irse. Se podría ir. Y sabe que no pasaría nada. Que él no lo entendería pero no diría nada.
Y entonces se calma. Y se sienta.

El cuerpo se relaja. Y cruza las piernas.
Le sobreviene un reconocimiento. Se da cuenta de dónde está. De con quién está.
Y sabe que no pasará nada que la turbe.

Y así, los vasos se van vaciando. Se enfrascan en una conversación que ya no recuerda.
Pero está bien. Conversar con él está bien.
Porque es su voz y el sonido de su voz siempre le gustó. El tono, los matices. Las historias. Tienen algo conmovedor.

Ella se rodea de un espacio necesario que él no invade. Y el gesto le parece algo realmente bueno.
El aire ya lo llena la música. Y el humo del tabaco.
Y los pensamientos que ella cede gustosa a los vampiros que se asoman. Para que se los lleven lejos.

De vez en cuando se levanta y se vuelve a asomar al balcón. Para saber que todo sigue igual.
En realidad quiere dormir. Quiere recostar la cabeza en la almohada. Y dejar ese día en el recuerdo.
[…]

Ya dueña de sí en movimientos no espera de nuevo la pregunta.
Y tampoco la respuesta que sale de su boca. El decirle que no se lo puede contar.
Era mucho más fácil mentir. Mucho más. Sabe hacerlo.

Sobrevuela por varias sorpresas más a lo largo de una noche ancha.
Son cosas que pasan.
Normalmente más tarde que temprano. Y ahí pasan temprano.
Y por ello mezcla la vergüenza quinceañera con la naturalidad adulta.
[…]

Cuando su cabeza cae –por fin- en la almohada, esos dos brazos la aguantan y la arropan. Firmes. Cálidos.
Y adorablemente silenciosos.

martes, junio 10, 2008


"Sea esta la regla de nuestra vida: decir lo que sentimos, sentir lo que decimos. En suma, que la palabra vaya de acuerdo con los hechos"
Séneca

sábado, junio 07, 2008


No ha parado de soñarle en toda la noche. Ya se acostó pensando en él y en que cuando se levantara sería sábado. Y habían acordado que ese día ella le diría algo.

Intenta no pensar. Y se sumerge en las canciones, en los bailarines, en la música y en la puesta en escena.
Luego llegan felicitaciones. Y emotivos parlamentos. Y, asombrada, se encuentra secando lágrimas de su mejilla. Todo ha sido emocionante. Sí.

Lo va pensando mientras tira hacia el puerto. ¿Lágrimas? Uix.
Y suena el teléfono:
- Cambio de planes. Te esperamos en una terraza de Plaza Real.
- Bien, ya voy.

Y se sienta. Cruza las piernas y deja las manos en el regazo. Y un extraño silencio le sobreviene. Y no quiere hablar. No quiere explicar ni un solo pensamiento. Que se queden dentro y se disuelvan.

Se queda mirando a una niña. Tiene el pelo lleno de tirabuzones rubios. Una nariz respingona. Y las manos gordonzuelas y sucias. Está dando saltos en línea recta. Debe ser algo parecido a la charranca.
Y lo hace con esfuerzo. Concentrándose en no perder el equilibrio.

Hay una bravas encima de la mesa. Y claras y fanta de naranja.
Y mira las palmeras. Y la plaza. Vaya, vaya…
Y vale. Puede que la provocación de unos hechos neutralice otros. Y escribe un mensaje. Una pregunta que le parece perfecta en esa mañana soleada.
Y sonríe ante la perspectiva de otra piel que le haga olvidarse de la suya. De posibles abrazos que den sentido a un momento. De palabras que la evadan de sí misma. Eso saben hacerlo bien. Los dos.

Pero de nuevo todo la lleva a lo mismo. De nada sirve provocar otros planes si las cosas que deben ocurrir van a acabar ocurriendo. Porque sabe que sigue siendo sábado. Y que tiene que decir algo. Aún así espera una respuesta a la que agarrarse.
Pero no. Todo lo que le llega son señales que hablan de que no va a poder zafarse de lo que parece inevitable para ese día. Para esa noche.

Y así, pasea en silencio por esas calles del gótico plagadas de rostros enrojecidos y chancletas.
Va viendo arte callejero.
Y se desnuda en un probador. Todo lo que se prueba es blanco. Blanco, blanquísimo.
[…]

Llega a casa. Son ya pasadas las cuatro de la tarde.
Y lee un mail. ¡Ah! Vale.
Y llega un mensaje de móvil.

Sale al balcón.
Y mientras fuma y juega con su pelo le asalta la casi convicción de que algo va realmente mal.

viernes, junio 06, 2008


Hoy ha salido el sol. O al menos hoy lo he visto.
Y ha tenido algo de reconfortante. Y de burlón. Porque ahora ya no sirve de excusa.


También hoy me he dado cuenta de que el cerezo del jardín tiene un montón de cerezas rojas y brillantes esperando ser cogidas. Y bueno, me gustaría saber hacer un rico pastel de cerezas para que ellas se sientan útiles y aprovechadas. Pero no sé.
Y por darme, me he dado también cuenta de que vienen siendo tiempos extraños.

Será que es viernes y que por fin tengo algo de tiempo.
No podría definir en una sola palabra esta semana.
Ha habido demasiado de todo.

Me veo en reuniones que aún consiguen removerme la sangre. Me veo saliendo y entrando de urgencias móvil en mano.
Me veo escribiendo cosas que no sé si quiero escribir.
Me veo bostezando de puro cansancio.
Devorando caramelos de frambuesa como si así el trabajo acumulado pudiera evaporarse. Recibiendo halagos que me incomodan.
Dando consejos que me reclaman cuando soy la menos indicada. Y sólo parezco verlo yo.

Y, sobre todo, me veo no viendo y no entendiendo apenas nada.
No es que el cerebro no procese. Es que no sabe qué hay que procesar. Es extraño. Como cuando sabes que está pasando algo pero eres incapaz de detectarlo con claridad meridiana.
Las llamadas -esperadas e inesperadas- han ido cortejando estos días. Como si de una danza se tratara.

Y yo, navegando entre el –ahora no puedo pensar- y el –tendré que pararme a pensar-.
Sin que ello me produjera el más mínimo desasosiego.
Raro, rarísimo. Y son cosas que están ocurriendo en este ahora.
Y nada, como si no fueran conmigo. Una sensación de ausencia en lo sustancial y de entrega en lo parcialmente irrelevante. Así. Con la convicción de que va a ser lo mejor. Como la percepción de ser incapaz de un algo que desconoces. Creo.

Porque veamos; una no puede verse reflejada en todo. Que una siempre se ha guardado de caer en el egocentrismo. Y más cuando intuye que no hay verdaderos motivos para caer.
Una no puede creerse todo lo que oye. Que estamos casi en verano y eso –sin duda- revoluciona a las personas.
Y claro, una tampoco puede permitirse peder el equilibrio. Que eso ya aconteció en su momento.
Quizás, como mucho, se pueda plantear la entrega fraccionada. Consciente de que eso te salvaguarda. En caso de que pudieses perder algo.

Así que la aparente ligereza no escogida viene planeando rauda durante los últimos días.
A sabiendas de que su viaje será corto.
Y bien. Algo al respecto habrá que hacer. No sea que el no hacer llene de profundidad lo que no es y todo se confunda aún más.

jueves, junio 05, 2008


Y yo no sé nada. Absolutamente nada.
Sólo que pienso. Y me da por pensar en que no.

Por si acaso.

Frentes

Abiertos. De par en par. A través de una enorme ventana con marco de madera blanca.
Que te vienen a la mente en oleadas.
Primero uno, luego otro, luego otro…
Y que confunden tanto que apartas. Que casi gritas un destierro.

Pero siguen ahí. Porque están ahí.
Y lo hacen saber.
Con más, con menos tacto.
Con más, con menos sutileza. Eso ya depende de cada cuál.

Y una se queda como quieta. Expectante. Negando con la cabeza las evidencias.
Pero sonriendo al retrovisor.
Porque no puede ser que tanto esté bien.
Como si no pudiera ser.
Justo eso.
Porque ya te acostumbraste a otras cosas.
Menos intensas. Y eso incluye la nada.
Porque rehusaste a conciencia la complicación hace una eternidad de horas.
Y porque decidiste pensar que algunas complicaciones se pueden elegir.

Y ante tanto excedente la humildad se pasea por el corredor de la muerte.
Ajena y feliz a cuanto sucede.
Descuidando a quien no la reclama.
Mientras la conciencia, la piensa y la llama.
[…]

Y quizás, nunca fue tan peligrosamente gustoso el sabor agridulce de la certeza.
Ese inicio de complacencia engañosa que es la satisfacción.
Y así, la perspectiva queda relegada a la unicidad.

Pues vale


lunes, junio 02, 2008

Espacio


Bajo como cuatro o cinco pisos. Caminando. Y me agarro a una barandilla tan frágil como lo que dejo atrás.
Es domingo y está nublado. Y yo tengo casi tanta hambre como sueño. Que ya es decir.

Entro en un colmado de esos adaptados a cualquier necesidad. Tan pronto los ojos navegan por fruta fresca como lo hacen por un destornillador. Pero los míos se paran en una caja de donetes. Oh sí!

Y me los como mientras me acomodo en el coche. Ensuciando la pureza de un cuerpo exhausto.
Ya en la autopista, mi mente se me rebela liviana. Del todo.

Y luego, en la en la cama, mis ojos divisan una frondosa montaña de exámenes por corregir. Un bulto que cada vez se difumina más y más.
[…]

Suena el despertador y abro los ojos. No sé dónde estoy.
No sé si hay alguien detrás de mí. Ni si esas sábanas son las mías.
De momento no hay ninguna mano rodeando mi cintura. Ni otra respiración entre mi pelo.
Aún así no sé si me giraré y todo empezará otra vez.
Y en un intento de reconocimiento busco el techo. Y esta vez es mi techo.

Sigue siendo domingo.
Una tarde noche de domingo. Y el móvil parpadea.
Y ahí está. Otra vez. La conversación pendiente desde hace semanas. La que me genera un no sé qué de extrañeza y certeza a la vez.
Y hoy no. Lo siento. No va a poder ser. No puedo con más emociones.
Hoy no puedo ni quiero hablar más. No sabría hacerlo tampoco. De verdad que no. Estoy agotada. Y sí, lo sé.
Y de esta semana no pasa. Ya encontraré yo espacio entre exámenes, claustros, ensayos de baile, reuniones, medias y artículos. Sí, te llamo. Para mí también es importante, de veras.

Y me quedo tranquila. Recostada en la almohada. Sabiendo que hoy ningún pensamiento me durará demasiado.
[…]

Cuelgo extrañada y me empiezo a poner unos tejanos. Es tarde. Mañana es lunes y debería acostarme ya. Pero algo ha pasado.
Lo he notado en la voz de Saül. Cuando me ha dicho que me vistiera y que nos veíamos en el bar de mi pueblo. Que subían los dos.

Me monto de nuevo en el coche. Creo que me he olvidado de cenar. No sé.
Y cuando llego allí lo veo. A él y a sus veinte kilos menos.
Y pese a la brutal necesidad de espacio y silencio me abalanzo sobre él y le abrazo fuerte oliendo ya el disgusto de lo que va a ser pronunciado.
Estamos los tres en la mesa. Y mi mano reposa tranquila entre las de Saül, que acaricia mis nudillos. Mientras digiero y ahogo reproches que no tienen sentido.

Está bien. Ahora ya está bien.
Y al rato, la conversación se vuelve más ligera.
Pero yo vuelvo a mi casa con el poso. Profundo y pesado del miedo del descuido. Ya no de las relaciones humanas. Sino de la existencia humana.

Y duermo.