jueves, julio 17, 2008

Miércoles. Y punto.


Este año me ha dado por esconderme del sol.
Por ir a la playa solo de noche. Cuando hay antorchas encendidas.
Por los vestiditos de colores y las sandalias cómodas.

Por planear vacaciones en otros países de costa mediterránea.
Por minimizar los problemas.
Por escuchar música relajante.
Por ver plácidamente películas que me bajo de Internet con una bolsa de chuches.

Por ir a sitios nuevos en Barcelona que acaben en –Mar.
Por dar, hasta me ha dado por hacer planes a dos años vistas.
Sí, señor. Haciéndome a la vida como si fuera mía.
Con alegría y alevosía…
Esa contradicción que versa sobre el arriesgar ahora para arriesgar menos luego.
O algo así. Que muy claro no creáis que lo tengo.

Y así se va pasando julio.
Entre las rebajas.
Entre las pedicuras y bonitos pañuelos.
Y la adicción a las cenas en el jardín.
Esas que van siendo ya tradición de verano.
Las que recuerdan que los años pasan.
Sobre todo cuando se empiezan a contar gestas pasadas.
O se habla de cuentas a plazo fijo. Madre de Dios, qué cosas.
Mientras alguien te tira fotos justo cuando estás amodorrada en la silla.
Mientras la opción de salir luego de fiesta queda relegada a una intención.
Luego miras la mesa. Montones de platos, vasos, pasteles y botellas.
Muchas botellas de alcohol.
Y sientes una complacencia que te pone alerta.

La cosa es que al día siguiente sigues.
En esa buena rutina de no tener rutina que valga.
Reavivo libros que estaban medio moribundos en la estantería.
Y me enzarzo en escribir cuentos que revoloteaban el pensamiento.

Piensas también en modelitos que llevar a bodas y bautizos.
Porque es el mes –sino el año- de bodas y nacimientos varios.
Y bueno, mejor no pensar en eso.
[…]

Y llega un nuevo día.
Miércoles, para más datos.
Y me despierto. Y no me levanto.
Porque está bien ronronear a lo largo y ancho de la cama.

Pensar en ese pan tostado que te vas a comer en breve.
Y recordar la cena de la noche pasada.
Y llegar a casa de madrugada y no tener frío al bajar del coche.

Pero enciendes el móvil. Claro.
Ese bonito regalo ofrecido por el desarrollo y el avance de la humanidad.
Y como es ya tarde empieza a vibrar con ganas.
Y uno de los mensajes me deja mirando al techo. Y levantando las cejas.
Pero hago como que no pasa nada.

Hace un día precioso. Salgo al jardín con la tostada y el sol me ciega.
Mi perra está a la sombra de una morera. Lista que es ella.
Y yo pienso que al lado de las margaritas amarillas quedarán bien unas lilas.
Y vale. Quizás me vista y me vaya a comprarlas.
No, mejor por la tarde y las planto ya cuando se haya ido el sol.
Mierda.

Claro, es que hoy es miércoles.
Y todo lo que tiene que ver con él tiene que ver con miércoles.
Vete a saber por qué.
Pero así lo he sabido gracias a esta memoria selectiva con quien alguien me dotó.

Y nada, que ya me quedo en pause.
Inspirando hondo como si supiera que algo se avecina.
Y se avecina apenas pasada la tarde.

Justo antes del momento que llevo dedicando días a echar una cabezadita.
Y da comienzo el circo. Con todos los extras.
Mi voz se vuelve extraña. Y carraspea.
Al otro lado del teléfono se suceden silencios.
Y yo no entiendo. O sí.
Lo mismo da.

Que yo ya sé que no voy a sacar nada en claro. Porque es miércoles.
Por mucho que me empeñe.
Y es que los miércoles van teñidos de malas ideas.
De impetuosidad.
De perturbaciones varias que una ya no sabe si son reales.

Y la niebla planea negruzca sobre vaivenes sin sentido.
Y… mejor dejarlo todo para otro día cualquiera.

martes, julio 01, 2008

Novios de verano


Que sí. Que ya llegó el verano.
Es tan obvio como que mi nariz se está pelando.
Pese al factor 50 que me extiendo en circulitos por toda la cara.

El sol cae y me apabulla.
Se cuela por todas partes esa calentura.
Y yo, enemiga declarada del aire acondicionado, sobrevivo como puedo.
Botellines de agua, helados, fruta y playa, vaya.
Y… abre la ventana, por favor y que corra el aire.

Y ya desde hace días disfruto de esa supervivencia.
Llena de terrazas con charlas desmesuradas y claras.
De sandalias nuevas.
De collares grandes.
De piel morena y salada.

Porque es supervivencia. Sí.
¿O acaso es coincidencia que casi todas las guerras empezaran en verano?
No.
Que en verano a la gente le sobra el tiempo. Y los calores se suben a la cabeza.
[…]

Todo parece más apropiado.
Resguardarse del sol. Buscar el fresco.
Comer sandía.
Bailar en la playa. Cuando la arena ya no quema.
Deambular por los estantes de las librerías sabedora del tiempo que ahora tienes…

Y tanto sabor mediterráneo le acaba calando a una dentro.
Te ralentizas a base de sanas ensaladas, de deporte y de cremas hidratantes.
Es un auto saneamiento.

Y llegan entonces los bronceados y alegres novios de verano.
Por supuesto.
Esos seres que representan el amor libre.
Libre de enfados otoñales.
Libres de responsabilidades.
Sí.

Con los novios de verano todo es jauja.
Todo es bonito y divertido. Enmarcado por playas.
Por tardes libres. Y por helados.
Ellos enseñan las torneadas espaldas morenas.
Y ellas ya tienen suficiente.
Los dientes brillan blancos por el contraste.
Los ojos suavizan su color con el sol.

Y correr por la palaya cual anuncio de CK.
Todo es nuevo.
No hay disputas que recordar.
Ni malos sabores que se arrastren.
Ni planes que entorpezcan nada.

Sólo horas para descubrir sitios.
Para sentarse en rocas y mirar la mar.
Para hacer picnics en la montaña.
Bailar las canciones de verano.
Y todas las canciones.
Ponerse ropa blanca. Fresca y limpia.
Organizar algún fin de semana divertido.

Sí. Los novios del verano.
Los que no aguantarán neuras de estrés laboral.
Ni comidas farragosas de navidad.
Los que no vivirán la agonía de un San Valentín.
Con ellos todo es fácil.

No habrá mal humor entre risas y margaritas.
En paseos por las calles a las cuatro de la mañana.

Porque el tiempo pasará en armonía estival.
Y todo será aprovechado al saber que hay un fin.
Incluso se intercambiarán pulserillas de tela.
De esas que se ponen en la muñeca.
Como símbolo de amor veraniego.
Y las fotos correrán por los ordenadores.

… Hasta que el verano se los lleve.
A ellos y al calor.

Blog


Apenas recuerdo cuándo me decidí a abrir un blog.
Pero sé que nunca pensé que escribiría lo que voy a escribir.
Sé que me lo comentó Saül, siempre muy metido en esto de las nuevas tecnologías.
Me dijo que me ayudaba a abrirlo y que si no lo quería utilizar no pasaba nada.


Todo era tímido al principio.
Siempre con la conciencia alerta de que lo que escribiese ya no iría a la carpeta que guardo en el segundo cajón.

Lo viví como algo importante. Y emocionante.
Y lo es.
También es cierto que cuando se escribe, los condicionamientos son malos –los de saberse leída por gente concreta-. Sí.
Pero el blog no impide que siga llenando la carpeta de siempre. Donde nada ve la luz.
Te da lo mejor; posibilidad de elección. Que sea leído o que no lo sea.

Reconozco cierta satisfacción mal llevada cuando, al ir pasando el tiempo, me llegaban mails de felicitación, comentarios o peticiones de que escribiera más.
Es como bonito y feo a la vez. No me desagrada el hecho. Aunque sí lo que provoca.

El caso es que recuerdo haber meditado sobre una opción que este mecanismo ofrece.
Permitir o no comentarios sobre lo escrito. Opiniones vaya.
Incluso hay una opción que brinda el que los comentarios se oculten hasta que tú decidas si quieres mostrarlos o no.
Me pareció cutre.

Y así decidí que bien. Que la opción comunicativa que ofrece Internet debería quedar exenta de censuras varias.
Que si yo tenía la opción de hacer público un escrito sobre lo que me diera la gana, también los demás deberían tenerla a decir lo suyo.

Me pareció algo así como una democracia consentida. Y buena.
Compartida y abierta. A lo bueno y a lo malo. Que también era –y es- una opción.

Y hablo de escritura. Porque aquí se lee. Y se escribe.
Lo digo por si alguien no se había dado cuenta.
Que en este mundo, donde el morbo es plato diario, hay quienes pensamos que cada cosa tiene su sitio. Y hay que saber diferenciar.
[…]

Yo leo blogs. Casi se puede decir que me he aficionado.
Espacios donde las palabras parecen más espontáneas que en hojas de libros.
Donde se divaga, se reflexiona o se narra cualquier pensamiento, situación o vivencia.
Sí.
Pero siempre desde la conciencia. Que, en este caso, no está vigilada ni controlada por nadie más que nosotros mismos.
Responsabilidad directa de cada uno. De decidir cómo te expresas. Y sobre qué lo haces.

Y me estoy refiriendo –para que no quede duda- a algunos espectáculos patéticos que ofrecen los blogs.
Donde la libertad de escritura y de opinión se confunde con la vulgaridad de referencias fuera de lugar.
El mal gusto vaya.

Aprovechamientos varios para atentados estilísticos y formales.
Haciendo que la escritura –que es la protagonista- quede camuflada tras intencionalidades e intereses personales.

Y digo yo. ¿Es necesario hacer circular ciertas cosas? Pues no.
Que es que suele suceder algo que poco tiene de curioso; la gente que tiene blog tiene correo electrónico.
Y lo digo porque todo aquello que quede fuera del área del texto escrito, de la escritura.
Todo aquello que tenga impreso el tono personal –de conocidos y desconocidos- puede hacerse saber por medios más elegantes.

No sé…es de cajón.
Quien me conoce –no digo más- sabe que ni consiento ni practico esto de los jueguecillos anónimos. Que no es la primera vez que sucede.
Que ahí está mi mail y la mayoría de las veces soy persona dialogante.
Pero que de estas maneras no.
Que me irrita en demasía. No lo puedo evitar.

Ninguna de las veces. Con ninguno de los comentarios.

...Y ya llegó el verano