Traigo las manos heladas y pienso en sabañones.
Me siento. Agotada.
Aún tengo agujetas del último sobre esfuerzo.
La combinación perfecta entre cansancio físico y mental.
Perfecta porque ya llega el fin de semana.
Y visualizo mi edredón nórdico como un paraíso alcanzable.
Me traen el poleo menta.
Cuando lo vierto en la taza el líquido chorrea. Como siempre.
Me levanto para alcanzar el diario de otra mesa.
Y los gemelos se retuercen por dentro.
La foto muestra a un montón de estudiantes protestando por la nueva ley educativa.
A pie de página dice que fueron los estudiantes de filosofía, políticas y filologías los que más se manifestaron.
Si es que todo tiene sentido.
Esta vez es un sociólogo. Famosísimo se ve.
Hay un retrato suyo.
Es un hombre típico.
Y greñas en la nuca. Y más de ochenta años.
Tiene esa pose y esa mirada. Sí.
Esa pose que irradia lo que muchos consideran sabiduría.
Una sabiduría que pasa por citar frases y nombres de autores que el mundo también reconoce como sabios.
Siempre me ha resultado pretencioso y pedante estar nombrando a los demás antes de decir lo que uno piensa.
Si es que realmente se llega a decir lo que uno piensa.
Es como utilizar algo que, como mínimo, te va a desviar de tí mismo.
[...]
No siempre, pero casi siempre incita a la vanidad y la condescendencia.
Aunque un buen saberdor siempre sabrá espolvorear humildad cuando toca.
Y esa humildad, que antes era tan solo falsa modestia -necesaria- se ha convertido ya en estandarte.
A derivado, diría yo, en otra falsedad peor.
La falsa incerteza.
La que todo lo cubre. Todo lo permite. Y todo lo vale.
La que subestima o sobrevalora según conveniencias culturales.
Igual que por sus conocimientos.
Un hedonismo nada fértil. Inútil me atrevo a decir.
O un buen intelectual.
Así piensan demasiados.
Un nuevo invento de eso llamado post modernidad: Sé mucho, pero me lo cuestiono todo.
Y si a eso le añadimos mansamente un: Será que no se tanto... Ya está.
Ahí lo tienes.
El intelectual del S. XXI.
Aplaudido y venerado.
Y atribuirse a sí mismos la opción de cuestionarse lo aprendido.
El aval de los sabedores reconocidos por el mundo.
Los no reconocidos, no valen. Porque entonces es una duda insulsa. Sin fundamento.
Que vendría a ser ignorancia...
[...]
Y añadía que eso era fantástico e interesante.
Pero que impresionan, sí.
Aunque cada vez sorprenden menos y cansan más.
Por trillados.