jueves, mayo 15, 2008


“Ya…bueno Carol, depende de ti”. Esa ha sido la frase de la mañana.

Después de tamaño sobresalto sobre el que decido no ahondar, el resto del día va transcurriendo con la relativa normalidad de los últimos días.

Sin yo percibirlo, mi coche ha regateado la entrada a la urbanización y se ha adentrado en el pueblo.
He comprado ese aceite de almendras amén de un capricho superfluo que se recrea en masajes y demás sensualidades.

Luego he encarado el paseo de la riera. El que está lleno de pequeños huertos.

Camino al coche he entrado en una librería. Lo sabía.
Hace más de una semana que el libro que leo no cambia de bolso.
Y eso que lo he intentado. Hasta me he defendido de él con eso de la trama.
Pero no puedo; la incapacidad léxica en literatura siempre me ha parecido despreciable.

Voy mirando lomos. Gordos, flacos. De bolsillo.
Acabo –como siempre- recorriéndolos con la yema del dedo para no marearme entre colores y letras. Aún así bizqueo.
Me detengo en un lomo rojo y blanco.
Bailando con la vida, de Zoé Valdés. Y lo empujo hacia mí.

Y leo: “Lo fascinante es la seducción, lo estimulante es el goce. ¿Para qué declararse en mutuo contrato de amor cuando la sustancia impalpable de lo efímero es lo que alimenta la pasión?”

Sé que debería dejarlo donde estaba. Y no lo hago.

Me doy media vuelta hacia la caja. Abandonando mi antojo de algo que recreara la época de los años 20.

Llego a casa y dejo el libro sobre la cama.
Enciendo el portátil.
Y busco, busco, busco.

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