martes, mayo 20, 2008

Pasajes


Sucede que a una, con tanto anhelo de un sol que se hace el escurridizo, le da por tomar la luna.

Como en el cuento de la brujita que me leían de niña. La que salía de noche de su casa, se encaramaba a su escoba y volaba y volaba hasta encontrar una rama apetecible y segura en la que poder tomar los rayos lunares.

También yo sobrevolé algo antes de caer en la disoluta oscuridad.
Una ciudad que primero se me antojó joven y superflua. Y más tarde antigua.
Casi nostálgica. De una belleza deformada por la inmundicia.

La dejé atrás tras subir a una rama vertiginosa.

Y allí -en un tallo bordeado de verde en el que probablemente se posó algún intrépido vampiro con ansias de chascarrillo- oí risas, saboreé abrazos y toqué silencios.
Y por supuesto tomé la luna.

Y por tomar, tomé también un principio de constipado, algunos cigarrillos y algo de desvergüenza.

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