lunes, mayo 12, 2008

Cuestión de fe

Sucede que he empezado como cuatro o cinco escritos sobre algo que ocurrió en un día de lluvia. Y que en mitad de ellos no sabía cómo ni por qué seguir.

Que me faltaban las palabras –o acaso la certeza de los hechos- para poder poner un punto y final.

Será que eso tenía que ser así. Que no tenía que acabarlo porque en esos intentos me estaba perdiendo yo información relevante. Y es que los dedos, a veces, son igual de traicioneros que…no sé, cualquier cosa que pueda resultar traicionera.

Así, todos esos escritos se han quedado en el escritorio, como tantos otros. Pero estos eran más importantes. Y sé que pensaré en ellos los próximos días.

Y que si dejo de hacerlo cualquier reflejo del espejo me remitirá a ellos. Cuando me quite con cuidado el pañuelo.

Porque no eran reflexiones. Eran algo más.

Pienso en quién escribe un libro y, una vez publicado, cambiaría cosas. Con motivo. Y ya no puede hacerlo. O sí, pero daría igual. Porque la historia nunca será la misma. Porque las mentes que leyeron absorbieron. Es el peligro de dejarlo por escrito.

Que sacudes ahí como certeza lo que unas horas después puede ser ya duda, mala interpretación o lo que sea.

Sucede que me vienen a la cabeza las palabras de Baricco: “El buen relato se alimenta de la desgracia”. Quitando algo de teatralidad, es cierto.

Es más excitante así.
Cuando hacen lo que esperas que hagan. Y así, poderse dar la razón a una misma. En amarga complacencia. Como una palmadita que el cerebro anhela y el alma odia. Pero, al fin y al cabo, la razón.

Que es absurdo, sí. Pero tiene algo de clamosidad ególatra.

Y así me siento. Complacida, rabiosamente complacida.

Porque opiné cientos de veces sobre algo que no viví. Y después de vivirlo, mi opinión –por suerte o por desgracia- sigue siendo la misma.

Y sí, es mejor. Porque ahora mis dedos no dudan. Ahora no me quedo mirando al cursor mientras mi mente persigue a la palabra exacta de una sensación y acaba perdiéndose en visiones sonrojadas de lo que aconteció.

Ahora no vomito ninguna sonrisa. Y, sin embargo, mis dedos, ni paran ni tiemblan.

Y así, publicaré esto. Siendo mucho más fácil y mucho más cómodo que lo que va a quedarse detrás de un icono, en eterno silencio.

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