Paz. Por primera vez en años paz. El transcurso de las horas en paz amorosa. Tiempo para todo sin tiempo para discutir. Tiempo para disfrutar de los sueños que elijo sin compartir. Sin presiones que no sean las mías, sin miedos que no me correspondan a mi. Sin más gritos que los que los demás quieran dar. Paz. Tranquilidad. Sin condiciones, sin llamadas que hagan temblar, sin preocupaciones por lo dicho u oído. Paz para concentrarme en algo que sólo es mío sin sentirme egoísta. Libertad para salir o entrar, para no salir o para no entrar. Porque ahora mi tiempo es mío.
Espacio. Espacio para reír o para llorar. Mis triunfos, sólo míos. Mis derrotas, sólo mías. Sin compartirlas más de lo que yo quiera.
Poder anhelar con tiempo, recreándome en alguna imagen que me guste, sin sentir que traiciono.
Sólo respuestas que me apetezcan, sin más. Sólo preguntas que me interesen, sin más.
Recuerdos que me recuerden por qué lo he conseguido, después de tanto tiempo. Y sueños, muchos sueños de los buenos, porque son los míos, los que satisfacen a uno mismo, los que no entienden de agradecimientos. Obligaciones elegidas, que a duras penas echan de menos las impuestas. Porque los derechos entre las personas también traen obligaciones y aunque los derechos gustan, ese tipo de obligaciones cuestan demasiado. Pero ahora no hay precios que pagar, de la misma forma que quizás no haya regalos que recoger. Pero hay paz. Y la paz huele bien, es suave y brillante.
Ahora puedo quedarme callada y no hay suficiente historia como para tener que oír un reproche por ello. Pasar página con más facilidad que la imaginada, porque aún no hay título que exija nada.
Pedir lo que se quiera porque el resultado escuece poco. Y queda fuera de juego la posibilidad de equívoco porque con lo que me pueda equivocar es inerte y no responde.
No es poder, es sencillez. Aquello que no responde sólo depende de ti. Y entonces, puede haber magia. Como cuando el cielo tiene más de tres colores a la vez y cantas más fuerte, respiras más hondo y palpas con más claridad.
Los huecos vacíos ya no son huecos, son sólo espacios con posibilidad de relleno. Sin prisa. Lentos. Y les puedo guiñar el ojo aunque a veces les saque la lengua.
Paz.
Espacio. Espacio para reír o para llorar. Mis triunfos, sólo míos. Mis derrotas, sólo mías. Sin compartirlas más de lo que yo quiera.
Poder anhelar con tiempo, recreándome en alguna imagen que me guste, sin sentir que traiciono.
Sólo respuestas que me apetezcan, sin más. Sólo preguntas que me interesen, sin más.
Recuerdos que me recuerden por qué lo he conseguido, después de tanto tiempo. Y sueños, muchos sueños de los buenos, porque son los míos, los que satisfacen a uno mismo, los que no entienden de agradecimientos. Obligaciones elegidas, que a duras penas echan de menos las impuestas. Porque los derechos entre las personas también traen obligaciones y aunque los derechos gustan, ese tipo de obligaciones cuestan demasiado. Pero ahora no hay precios que pagar, de la misma forma que quizás no haya regalos que recoger. Pero hay paz. Y la paz huele bien, es suave y brillante.
Ahora puedo quedarme callada y no hay suficiente historia como para tener que oír un reproche por ello. Pasar página con más facilidad que la imaginada, porque aún no hay título que exija nada.
Pedir lo que se quiera porque el resultado escuece poco. Y queda fuera de juego la posibilidad de equívoco porque con lo que me pueda equivocar es inerte y no responde.
No es poder, es sencillez. Aquello que no responde sólo depende de ti. Y entonces, puede haber magia. Como cuando el cielo tiene más de tres colores a la vez y cantas más fuerte, respiras más hondo y palpas con más claridad.
Los huecos vacíos ya no son huecos, son sólo espacios con posibilidad de relleno. Sin prisa. Lentos. Y les puedo guiñar el ojo aunque a veces les saque la lengua.
Paz.
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