miércoles, enero 16, 2008

Andiamo, andiamo...

Vale. Voy a decir una palabrota en este blog, voy a dejarme llevar con premeditación y alevosía por el maravilloso mundo de las expresiones poco correctas o –al menos- políticamente incorrectas pero tan maravillosamente expresivas y contundentes. Joder, joder, ¡JODER! Pues no, no he liberado tensión. Esta gráfica palabreja que acabo de decir y que tantas acepciones puede tener, la digo aquí en su forma más molesta. En la de estar fastidiada, o sea, jodida (me sabe mal hasta escribirlo…estoy descubriendo que quizás sea más educada de lo que creía, pero así lo voy a dejar). Pues eso, que lo estoy. Me quedan diez días –a estas horas nueve- para presentarme al último examen que me queda para, por fin, ser licenciada. El temita me tiene mosca porque me está generando una tensión que me provoca mareos y tentativas de crear un partido político que se posicione en contra de los exámenes –ya tengo el logo, el color y a los posibles votantes que me camelaría-. Seguro que algún escaño sacábamos, seguro y si no, siempre queda la opción de desnudarse y triunfar u ofrecer operaciones de estética gratis.
Si es que no vivo, miento, vivo por y para ese examen. Todo el día, sin descanso, mi mente maquina. Y maquina tanto sobre ese día para el que cuento los días, que, a veces, hasta me da por no estudiar, fíjate tú qué cosas. Lo tengo a las 8,30h de la mañana, que dices: ¿buena hora? Pues no, o sí, no lo sé. Al parecer me estoy volviendo neurótica y tengo fantasías sobre lo que puede ocurrir. Quizás un accidente en la autopista, por lo que debería salir 4 horas antes de mi casa para evitar llegar tarde, lo que supone que si tal accidente no sucede estaré a las cuatro de la mañana dando vueltas por Plaza Universidad, cual vagabunda perdida en la inmensidad de la noche condal. Joder. También puede ser que el accidente lo tenga yo, en cuyo caso el maldito examen dejaría de preocuparme, pero fíjate que a mi se me ocurre, que en medio del caos y un brazo roto yo diga con serenidad: Señores, antes de ir al hospital llévenme, si no les molesta, un momento a la Universidad, que tengo que hacer un importante examen y si eso, luego me acerco para que me curen. Otra de las posibles opciones es que me de fiebre, nunca tengo fiebre, pero ese día me puede dar, claro. Y que entonces me encuentre delirando en mi cama, con mi madre frunciendo el ceño porque empiece a hablar de adjetivos adverbializados con los ojos cristalinos. De hecho, hace una semana las anginas de me hincharon a modo de graciosas pelotillas blancas y me presenté en el CAP de mi pueblo. Después de abrir la boca ante un médico de guardia que me daba miedo porque mientras hablaba miraba al techo, le dije: Dópeme, que estoy en exámenes y tengo que estudiar. Joder. Al parecer el hombre fue comprensivo porque me recetó antibióticos para diez días, que aún me los estoy tomando a costa de deshacerme el estómago, pero el examen es lo primero. Ahí cierro una etapa, supongamos que soy capaz de llegar sana y salva a la Universidad porque no me pasa nada ni el día de antes ni en el recorrido desde mi casa a la misma, como lo llevo haciendo todos los días de los últimos años –apunte necesario para aplacar mi neurosis-. Bien, entonces puede que al subir las bonitas escaleras de mármol que me llevarán al matadero donde tengo que hacer el examen, me tropiece y ruede hacia abajo, como si aquello fuera una verde colina y, directamente, me parta la crisma. Y, sin crisma, no puedo hacer el examen. Eso sí, subiría un momentito a la clase y le diría a la profesora: ¿ves? No es que no quiera, es que se me ha roto el cerebro y justo la parte que alberga la gramática descriptiva se ha enganchado en la pared. Puede ser que llegue a la clase entera, con salud y normalidad, lo de siempre, vaya. En ese caso, el examen volará hasta llegar a mis manos, momento que –por ser temido- me puede provocar un ataque de epilepsia (ambulancia otra vez), un ataque de risa (sancionado por los ojos de la “profe”) o un llanto inconsolable que cause más pena que preocupación y que anuncie que, realmente, estoy jodida. Puede también que se me afloje el vientre –poder decir finamente que me puedo cagar es un defecto o virtud de los colegios de pago, que aún me queda algo-. Por último existe otra posibilidad que no sé por qué me parece la más surrealista –que ya es decir- y que no es otra que llegue, haga el examen, lo entregue, y espere saber la nota. Sí, eso que le viene ocurriendo a miles de estudiantes una y otra vez.
En fin (mira que esas dos palabras tienen una connotación derrotista), creo que me he esmerado en demasía para plantificar en estas palabras mi preocupante estado –espero que transitorio- de neurótica plasta y perdida en el límite de la realización de un deseo y reto a partes iguales. Eso sí, después del examen, pase lo que pase tengo claro lo que viene: tirar los antibióticos a una asquerosa papelera dejando que mis anginas campen libremente si les da la gana, marcar los números de Laura, Judith, Tere, Núria y Saül, dar cuatro brincos por el claustro de letras y hacerle una reverencia por si no lo veo más y desaparecer del mundo –vía vodka- en los siguientes dos días. Porque el examen cae en viernes, que es lo único que tengo a favor.

2 comentarios:

Bright Entries dijo...

JODER dijo: Que vas a aprobar, ¡joder!

P.D:Prepara ya la cafetera, compra tabaco para tres días y no te olvides de esas barritas de muesli que siempre llevas contigo en época de exámenes porque el viernes a las 00:00 nos pondremos a estudiar hasta el amanecer... ¡joder...!


P.D: Si el sábado viene Laura, estaremos salvadas porque tendremos ¡los tres tomos de la Gramática de Demonte y Bosque en carne y hueso!

Carol dijo...

Je! Cafetera preparada. Tabaco a mansalba. Cajas de barritas de muesli y... mucho chocolate :-)
Joder que dos días nos esperan!