En Berlín hay calles con edificios que tienen plaquitas doradas con nombres, nombres de judíos. Hay calles en las que hay una cruz con un nombre, el nombre de quien murió allí mismo. Puede que los que viven allí se hayan acostumbrado a esas visiones y pasen cerca de esas cruces, cerca de esas placas, sin mirar los nombres, sin cerrar los ojos e imaginar o sentir el terror de quienes murieron por y probablemente para nada.
Morir por una idea, morir por un sentimiento, morir por un deber.
En esta sociedad y en esta generación, es algo casi impensable. Algo que sólo hemos leído en los libros o hemos escuchado en boca de nuestros abuelos. Quizás, algún político lo ha sacado a coalición cuando le ha interesado. Europa y sus habitantes creen vivir ya lejos de todo eso.
Tan lejos que todo podrían ser cuentos mal contados, distorsionados por la subjetividad de quien los lee. O no. Porque en la historia siempre hay dos partes. Siempre hay dos versiones. Siempre hay dos razones o más. Y la dualidad siempre es válida.
Todo lo que tiene que ver con el honor y la libertad siempre ha llamado mi atención. Si intentara asociar una imagen a esos conceptos vería al mar infinito teñido de naranja, a un cielo azul oscuro, a una montaña muy vieja y a una brisa suave, fresca, que acariciaría el agua y las nubes y luego iría a dormir a una cueva. Y en esa imagen no habría ningún hombre. No lo habría. El hombre no sabe ni entiende de la libertad ni el honor.
Los que quizás supieron alguna vez están muertos o son anónimos. O ya no se acuerdan.
Hoy, el honor y la libertad que nos venden pasa por la valentía.
La misma valentía que se presupone en los que han luchado y luchan cuerpo a cuerpo. En los que asoman de sus trincheras con un fusil en la mano y una foto doblada en el bolsillo de la camisa que protege al corazón. En aquellos que un día salieron –y salen- de sus casas, besando a los suyos mientras les da la espalda para subirse en un avión y bombardear a otro que quizás esté haciendo lo mismo.
Eso sucede por ideas, propias o adquiridas, compradas o vendidas. Pero sucede y sucedió.
Fue y es guerra. Y a los que no se enfrentan a ella los llamaron y llaman cobardes. Siempre fu así. Eso dicen los hombres de honor.
Puedo ver a un hombre vigilando un camino por si aparece el enemigo, que es otro hombre. Y el hombre matará al otro hombre. Por deber, por honor, por la libertad suya y de los suyos. Y el hombre que muere, morirá también por ese mismo honor, por esa misma libertad, por los suyos, que son otros pero se parecen.
El hombre se enfrenta siempre al hombre. Y puede hacerlo sin preguntarse lo convencido que está.
Mientras, todos creen estar haciendo lo que hay que hacer. Atacar para defenderse. O defenderse atacando. Eso ya lo justifica todo.
Porque la idea es la que vale, la que mueve cuerpos que cargan armas e intentan mover montañas de fe. De una fe que no es tal. De una fe que acaba en muertes con medallas que dan aún más honor y libertad. Y, por supuesto, valentía.
Locos, necios, atrapados en mentes miedosas y cuerpos que confunden la libertad y se dan cuenta de la verdad cuando quien los mira ve trozos de carne en fosas comunes. Ya sin fe, ya sin honor, ya sin libertad.
Todo es empezar, y la guerra, siempre está empezada.
1 comentario:
Esta vez no empezaré escribiendo lo de siempre… la jefa de todo esto ya sabe el comentario que obvio.
Empatizar con el sufrimiento ajeno es una conducta esperable de todo ser humano pero que a efectos prácticos no se da; sólo debemos pensar cuándo caduca en nuestras mentes la noticia de un coche-bomba en un mercado de Kabul o un embargo de medicinas en Gaza (en los telediarios la vigencia es de apenas hasta la edición de la noche). La verdad es que no está de moda recordar héroes caídos, ni tan siquiera bajo pretexto de ningún bien moral, pq probablemente si la muerte fuera un valor añadido, los Dioses no se habrían hecho inmortales. De todas formas, grandes personalidades de bien han dado sentido a su muerte, puesto que su mensaje trascendió a la persona: Isaac Rabin, Mahatma Gandhi o John F.Kennedy considero que son buenos ejemplos… y creo que lo son pq entre otras cosas, sus verdades no se las dictó nadie. La valentía no es un bien intrínseco, pq como suelo decir lo es por igual en héroes que en villanos, pero es rasgo común a estos tres ejemplos de personalidad carismática; la cobardía obviamente carece de valor alguno (se suele decir que los cobardes mueren varias veces antes de su auténtica muerte).
Termino… en las guerras todo el mundo tiene, como vienes a explicar Carol, un motivo por el que matar y otro por el que morir, es así de extraño y peregrino, y así hay que asumirlo sin más. Al igual que en la paz se cuelga a los asesinos, en la guerra se les honra; es un pacto tan asumido y diabólico que ha pasado a formar parte de nuestras sobremesas con toda naturalidad, nos lo sirven entre plato y plato y sin pestañear lo digerimos para después saborear un postre… pero desde luego, si los muertos pudieran regresar de las guerras, no creo que éstas volviesen a empezar.
“El hombre debe establecer un final para la guerra o si no
la guerra establecerá un final para la humanidad”. JFK
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