Recuerdo cuando la pisé por primera vez. Me sentía mayor y orgullosa mientras abrazaba la nueva carpeta. No conocía a nadie y todo era nuevo. La magia de los mundos nuevos en todo su esplendor. El claustro de letras, ése que ya tengo tan visto y pisado, con sus naranjos, su estanque y sus arcos y columnas, me encandiló. Y lo sigue haciendo ahora, cuando después de años, siempre encuentro un momento para sentarme en un banco y contemplarlo. La biblioteca central, llena de cuadros y libros antiquísimos, aumentó mi cariño por las páginas gastadas que contienen mundos en forma de palabras. Y me enseñó también lo que es estar horas con “s” –algo inaudito en mí- frente a páginas y apuntes.
Al principio iba a clase con libretas pulcras y estuches repletos de lápices y pilots de todos los colores. Recuerdo que el primer año hasta pasaba los apuntes a limpio cuando llegaba a casa, con esa ilusión de los principios. Disfrutaba con las clases de literatura, sobre todo con las de Laura Borràs y Dolores Josa, que me hicieron ver a los clásicos españoles con otros ojos. Siguiendo con los buenos momentos, no puedo evitar recordar los jardines, sobre todo el de detrás del edificio antiguo, uno que tiene otro estanque en el que vive un pez enorme que asoma la boca cuando tiras migas de pan. Cristian lo bautizó como Marco Aurelio y aún sigue ahí. En los bancos de esos jardines he leído a Fernando de Rojas, a Lorca, a Jovellanos, a Frey Luis de León, a Larra y a otros muchos. También en esos bancos, bajo lo que llamábamos “el árbol de la discordia” he tenido conversaciones superficiales o profundas con Amparo, Marta... Y también está el bar, cómo no. Bonitas horas echábamos en él jugando al Uno como auténticos posesos, hablando del fin de semana o estudiando para los exámenes.
Sólo estoy recordando lo bueno, porque malo también ha habido; clases soporíferas que había que aguantar estoicamente, suspensos inesperados, ingestión de dulces en cantidades industriales cada vez que venían exámenes y demás situaciones que ahora, hasta me parecen simpáticas. A veces, caminaba por los pasillos en busca del despacho de algún profesor y pensaba que nunca dejaría de estudiar. Una licenciatura es larga, y desde dentro, se ve más larga. Tuve mi crisis en el tercer año, como si de una pareja se tratara. Fueron muchos los momentos en que casi me podía la desmotivación y la pregunta de si me había equivocado de carrera. Pero seguí, fue sólo una temporada. Eran pensamientos que los compañeros amortiguaban por sentirlos contigo. Y cuando el agobio llegaba, tirarnos en la hierba del edificio nuevo o ir al Estudiantil era el remedio perfecto.
La verdad es que podría seguir estudiando literatura toda la vida, seguir sorprendiéndome ante la visión que algunos de los profesores de la casa tienen sobre una novela o sobre la vida de su autor. Algunos. Es cuestión de gustos. Y a mí la literatura me gusta. No así la sintaxis o la gramática generativa y descriptiva, que más de una vez me tuvieron al borde de la histeria.
Fue una buena elección hacer Filología pese a que alguna vez lo dudé. La Universidad no me ha enseñado sólo nuevos conocimientos, ha sido un proceso de crecimiento conjunto, de vivencias a lo largo de los años, de experiencias que de otra manera no hubiese vivido. Y una de las cosas más importantes que me ha enseñado ha sido los frutos y el valor de lo que con constancia se consigue. Suena serio, sobre todo porque son cosas que siempre nos dicen los más mayores y que, sólo al pronunciarlas, suenan ya tan aburridas que yo misma me sorprendo al decirlas en vez de oírlas. Pero vaya, es cierto.
Fue una buena elección hacer Filología pese a que alguna vez lo dudé. La Universidad no me ha enseñado sólo nuevos conocimientos, ha sido un proceso de crecimiento conjunto, de vivencias a lo largo de los años, de experiencias que de otra manera no hubiese vivido. Y una de las cosas más importantes que me ha enseñado ha sido los frutos y el valor de lo que con constancia se consigue. Suena serio, sobre todo porque son cosas que siempre nos dicen los más mayores y que, sólo al pronunciarlas, suenan ya tan aburridas que yo misma me sorprendo al decirlas en vez de oírlas. Pero vaya, es cierto.
He tenido buenos profesores –Sebastià Serrano, Ana Rodríguez, Jordi Gracia, Federico Larios-, de esos que en el aula son profesionales impecables y que fuera de ella son personas cercanas que saben demostrar su pasión por lo que enseñan y su calidad humana con el alumno. También he tenido malos –que prefiero no nombrar-, y que a su manera, me han hecho valorar más a los buenos, aunque ellos no lo sepan y sigan endiosados en sus particulares tronos. Recuerdos y recuerdos que ahora me vienen a la cabeza, momentos que retendré y también, por encima de casi todo, amistades que seguiré cuidando y con las que podré hablar de “asignaturas malditas”, “profesores extraños” o “exámenes gloriosos”.
El viernes hice cola en Secretaría, la misma que he hecho tantas veces para hacer una ampliación de matrícula o preguntar cualquier cosa. Y esta vez fue diferente, aunque no tanto como creí. Mientras la administrativa me hacía una copia del DNI y me preparaba el título en el que pone que ya soy licenciada, no sentí la emoción que esperaba sentir. Fue todo mucho más natural de lo que esperaba. Más sereno. De hecho, no tuve tentaciones de tirarme al estanque de los peces mutantes que hay en el claustro, tal y como prometíamos que haríamos cuando estábamos en primer curso. Hubo, eso sí, una punzada de satisfacción y orgullo, casi imperceptible.
Ya está pensé una vez firmadas muchas hojas. Ya está, no más exámenes, no más Uni. Y bueno, aunque sentí alivio, también fui consciente del deje de tristeza que da el cerrar una etapa. El saber que no navegarás más por el mismo mar. Que ciertos anhelos, igual que ciertas frustraciones, que ciertas sensaciones y otras muchas cosas se quedarán ahí, entre los bancos de las aulas, las libretas y las clases.
Porque ahora, lo que viene es diferente. Como empezar a escribir el prólogo de una nuevo libro, con nuevos lugares, nuevos personajes y un nuevo tiempo narrativo. Así estoy, que huelo a prólogo toda yo.
Tendrá razón una buena amiga cuando me dice: “Carol, ya nada volverá a ser como antes”. No, seguro que no. Ahora vienen nuevos rumbos. Y pintan bien.
Tendrá razón una buena amiga cuando me dice: “Carol, ya nada volverá a ser como antes”. No, seguro que no. Ahora vienen nuevos rumbos. Y pintan bien.
2 comentarios:
Veo alzar tu vuelo: ¡alto bien ALTO! De hecho, ya hace muchos días que despegaste aunque tú aún no lo veas. Y yo, todo eso, sí que lo veo; y lo veo sentada desde un banco del patio de letras; aquí, en este patio todavía te queda esta amiga que ¡aún no acabado la carrera!Así que ya sabes,tienes u-n m-o-t-i-v-o m-á-s ¡por el que venir de visita siempre que quieras! (Claro que, pensándolo bien, avísame antes, no sea que ese día...¡tú ya me entiendes!)
MOLTA SORT, CAROL!
Hola!
buscando materiales de laura borràs me he encontrado con tu blog.
Estaría interesada en los apuntes de teoría de la literatura de ella, ¿sería posible?
gracias,
Patricia
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