miércoles, febrero 06, 2008

La madre de la ciencia

La espera o eso a lo que llaman paciencia están subestimadas. Esperar es mucho más horroroso de lo que suena. Es cansino y molesto, como esa canica que se oye rodar sin descanso en el techo.
Y no se puede hacer nada, sólo seguir esperando. Y estás tan pendiente de esperar que la misma espera te come el tiempo. A bocados.
Los universitarios tenemos un master en paciencia. Esperar coger apuntes, esperar a que el profesor por fin hable de algo que está en el programa, esperar los examenes, esperar las notas, esperar las revisiones, esperar que en fotocopistería tengan el dossier que te interesa, esperar que devuelvan el libro en préstamo que te interesa hojear…y esperar los años que toquen para licenciarse.
Muy molesto esto de esperar, sumamente incómodo. La espera es de esas cosas que cuando llevas haciendo algunos días te tiene tan atrapada que te pesa como si la practicaras hace años, y probablemente es así. Peor que una losa.
De pequeños esperamos a los reyes, luego a crecer, a que nos dejen más tiempo para jugar, a que podamos ver películas prohibidas, a que nos crezcan partes de nuestra anatomía, a poder utilizar cosas de mayores. Esperar, esperar, esperar… es probablemente una de las tareas más fastidiosas e inevitables que existen.
Estoy sacando una conclusión; es mucho más fructífero esperar muchas cosas que sólo una. Porque entre muchas, alguna que otra va llegando y te consuela. Ínfimamente, puede que con mediocridad, pero te va conformando. En cambio, si esperas sólo una, el agotamiento te cubre por centrarse y concentrarse. Como en esos dibujos animados en que ves a un personaje que tiene una nube encima, y vaya donde vaya y haga lo que haga, siempre está lleva la nube con él.
Desesperante. Pero a ver qué haces. Nada. No se puede.
Nada que esté permitido, claro.

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