martes, febrero 05, 2008

Dejes

Con suerte notas la diferencia. Coges una naranja con la mano y la haces saltar en ella. Ves su color, su firmeza. Incluso la hueles, y huele. Luego te la comes. Y el sabor que esperabas no es tal. Eso, si tienes suerte. Si has podido comparar.
Naranjas que ya poco tienen de naranjas. Por no hablar directamente de los sucedáneos. Eso que es algo sin serlo. Con casi todo va pasando lo mismo.
No es que se pierda la esencia, eso es demasiado poético para decir que algo no es, simplemente, como debería ser. O como era en su origen, cuando tenía un fin.
Ahora los fines se pierden de vista. Y cada vez se echa menos de menos aquello que fue. Podemos oler a hierba fresca en cualquier habitación de un ático en plena ciudad. Podemos. Aunque no haya hierba, aunque no esté fresca.
Quizás lo más importante no sea el poder prescindir de algo e igualmente sentirlo, sino hasta qué punto es decisivo ahondar en el sentido de las cosas.
Un beso. Puede ser que no sea imprescindible para describirlo ir más allá de dos labios que se tocan por voluntad. De lenguas cosquilleantes que invaden un nuevo terreno. Sin que se necesite nada más. Siendo suficiente el simple contacto. Ya está. Puede que se trate de la simplificación de las cosas y no necesariamente de sustitución. Pero hay un deje nostalgia.
Lo hay cuando se intenta contener el olor del mar en un spray. Aunque cierres los ojos. Aunque el olfato y la imaginación se mezclen para creer que lo tienes delante. Lo hay en ese caldo “casero” que mientras calientas avanzas que sabe a trocitos de gallina y verduras cortados con cuidado. Porque así lo queremos creer, incluso así nos conviene creerlo.
Todo está en la mente, eso dijeron grandes filósofos, los grandes eruditos… y ahora lo dicen los estudiosos de la mente.
Pero no todo está en la mente. El olor de una flor no está en la mente, ni en la imitación perfecta de una margarita de plástico. Hay algo en el cuerpo, en los sentidos, que te avisa de las tretas inteligentes que se tejen con un hilo invisible en nuestro entorno. Y no es algo despreciable, no es algo que se pueda ignorar. O que se deba, aunque el imperativo sea odioso.
No es en vano –ni es casualidad-, la búsqueda inconsciente de los que empiezan a levantar la mano para despedirse de la vida. Sólo hay que preguntarles sobre lo que recuerdan de ella.
Ahí están la mayoría de las respuestas. Y éstas suelen pasar por las sensaciones y por el cuerpo más que por los pensamientos y la mente.

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