El no saber mirar de frente no tendría que parecer virtud.
Hoy vuelvo a algunos de los pensamientos que protagonizaron aquel paseo por la Gran Vía. Vuelvo con fuerza, casi con ganas.
Raro no, rarísimo. Como el tiempo que corre por mi mente últimamente.
No es insólito. Al menos no lo ha sido para los demás cuando lo he comentado. Sólo es extraño para mí. Extraño que hoy haya querido más.
No me imagino diciéndotelo. No creerías que soy yo.
Y si te contara este fin de semana, menos.
Pero hoy ha sido así. Por hoy lo ha sido, aunque precisamente hoy no haya ocurrido lo que siempre y sin querer, suele ocurrir.
El problema es la inconstancia de pensamientos. De la atemporalidad que tiene algo que de repente se vuelve intenso. Y lo es, mientras dura.
Hoy me ha durado porque anoche soñé contigo. Nada que ver con lo que tú soñaste. Nada.
Pero te he soñado. Algo serás, me he dicho entonces.
Pero no te puedo decir que te he soñado. Porque mañana puedo soñar con algún pelo sedoso. O con una mirada que cruce con un desconocido mientras conduzco.
Así que no puedo. Por eso de la justicia y demás.
Si supiera que sabes que un sueño no es nada, quizás. Que los mecanismos inconscientes se acogen a imágenes sin que nada sean, puede que lo compartiera, entre risas. Pero me volví precavida, más de lo que quisiera pero menos de lo necesario para tratar con personas. O con mentes.
Jugar. Es demasiado tentador para no hacerlo. Aunque me podría dar por otros juegos.
Y los jugadores esconden. Para intentar ganar. O para perder menos.
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