miércoles, marzo 12, 2008

Cuando se asoma a la ventana lo suele ver todo con más claridad. Es cuestión de expandir la vista y, de rebote, el pensamiento.

Desde lejos sólo se ve la copa de un árbol. Sólo se ven ramas dispersas que se zarandean. Nada más.

Pero al acercarse al marco se puede ver un bosque entero. Y aunque las ramas se siguen moviendo de lado a lado, ya se puede ver más.

Fijarse de repente en ese pequeño rosal que empieza a florecer. O en ese tronco ancho y recio que hace dejar de temer que el árbol se venga abajo.

Cuestión de visiones. De relativizar. De separar.

Es el laste literario. La carretilla de la literatura. El no discernir con claridad entre el mundo de las ideas, las sensaciones y la realidad. Y eso que leer es bueno.

Pero cuando se va más allá, cuando además de leer se piensa sobre el significado de lo leído, la literatura acaba siendo parte intrínseca de la tela de araña del pensamiento.

Y la literatura, al menos la esencia o la escena literaria, se nutre de palabras que encierran significados y no sólo significantes. Significados que quedan ahí, desafiantes y vulnerables a cualquier cerebro que los interprete.

Y así, van surgiendo las necesidades literarias. Mundos de palabras que intentan expresar, explicar, narrar…

Y no las llamo necesidades en vano. Es que son necesidades que te incitan. Que te piden, que te reclaman. Y uno se enamora de ella. Sin remedio, sin condición.

Aunque la intente alejar. Aunque le provoque espanto. Aunque le suponga cansancio. El amor sigue ahí una vez descubierto y siempre se acaba volviendo a ella.

Es un algo tan vivo, impredecible y personal que no cansa. Y aún cuando parece que cansa, no cansa. Porque sigues buscando algo nuevo en ella, y siempre lo encuentras.

Explota de forma pasional, con colores y acordes que dejan sin aliento. O de forma pausada y dulce, con melodías casi metódicas que sacian eso que llaman alma.

Perdidos estamos muchos en esa literatura. Una adorable perdición que se puede ver como una boya en medio del mar. Para hacerse entender, para que uno mismo se entienda. Para transgredir también. Para la introspección. Para el deleite de cualquier sentimiento que pueda abarcar la mente humana.

Flaubert dijo: “Amad el arte, entre todas las mentiras es la menos mentirosa”.

Y la literatura es la madre del arte. La que puede explicar todas las artes y todas las sensaciones, con equívocos o sin ellos. Pero puede permitirse hacerlo.

Y la mentira, la mentira se puede leer. Se puede escribir. Pero no engaña a quien la crea.
Es eso lo que la convierte en única verdad absoluta de quien la siente.

1 comentario:

Bright Entries dijo...

La veritat l'has escoltada des de l'altra banda del telèfon i no amb paraules: potser el silenci, el riure i el plor són les úniques respostes sinceres que existeixen de debò a la vida.

"No puede repararse
con las manos
una tela de araña.

No hay dedos
tan exquisitos"

Mientras hayan boyas en el mar, seguiremos navegando.