Un segundo. Casi lo que dura un parpadeo. Y te puede cambiar la vida. Un segundo. Ayer lo vi en un rostro. Un segundo de esos que pasan sin que te des cuenta, de esos que no valoras. Un segundo que no tiene nada que ver con los segundos que pasamos cantando, renegando, trabajando, hablando, durmiendo. Un segundo puede suponer un antes y un después. Ayer lo vi en un rostro. Un "tic" que no llega a ser "tac" porque el primero te paraliza. Su rostro serio lo decía. Fue más de un segundo el tiempo que yo lo miré. Su mirada me paralizó, pero sólo un segundo, luego, metí primera y seguí. Pero sus ojos me siguen acompañando. No sé lo que le finalmente le ocurrió, pero supe lo que pensó.
Un segundo. En un momento estás pensando en que la Navidad está al llegar y un segudo después te planteas si la vivirás. En este caso, un maldito segundo.
Es el mismo segundo en el que alguien te puede dar un intenso beso, en el que una hoja seca se desprende de la rama. Es el mismo segundo en que cierras los ojos porque un rayo de sol te da en la cara. Pero para él fue un segundo maldito.
Estaba estirado y tapado. Su cara se iluminaba con el color naranja intermitente de la ambulancia. Él no se movía. Tenía los ojos abiertos y la expresión desencajada. Le vi parpadear. Durante un segundo sentí la importancia de un segundo.
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