¿De dónde eres? –me preguntaron una vez en Italia. Española, -respondí. ¿De dónde eres? -me preguntaron en otra ocasión en la Rioja. Catalana, -respondí. Amabas respuestas fueron acompañadas de una sonrisa, de un realismo y de una sencillez que me han robado. Al parecer, he subestimado el poder político en cuestiones de debates sobre naciones y estados. Estos mensajes calan, más de lo que parece y enfadan, más de lo que deberían. Hasta el punto de que se me quitan las ganas de responder y un día me voy a encontrar diciendo; “soy ciudadana del mundo” con una rabia que va a asustar a quien tenga delante. Que vengan aquí y me entenderán. Con “aquí”, me refiero al conjunto de comunidades autónomas que forman en Estado español, ¿me comprenden? Autonomías que dependen, en la mayoría de competencias, de un poder central ubicado en la capital del país (España), ¿me entienden? Autonomías con costumbres y tradiciones propias y, algunas, con lenguas propias, ¿me explico? Un Estado de Autonomías, suena bien, ¿verdad?
Las modalidades lingüísticas de España son uno de sus patrimonios culturales, objeto de especial respeto y protección, esto pone en una definición de una enciclopedia. De respeto poco, de falta, mucha, sobre todo al ciudadano.
Aquí cada cual va a lo suyo y no pasa nada. Todo cabe y todo vale, todas son causas justas para los políticos. Se mezcla democracia, libertad de opinión, resentimiento histórico, radicalismo, debates sobre los estados de la nación, derechas, izquierdas, nacionalismos, idiomas e ideologías y ya tenemos un combinado explosivo, de esos que con un sorbo te dejan atontado y resacoso para media vida. Bravo, bravísimo, como dirían los argentinos…¿O son los italianos? Da igual. Que eso, que ¡olé!
Comunidades autónomas de régimen especial y comunidades autónomas de régimen común. Competencias totales y competencias compartidas. Autosuficiencia de la comunidad (¿o nación?) o dependencia directa del “poder central”. Con todos estos sinsabores, poco a poco, todo va perdiendo sentido. De vez en cuando hay alguna metedura de pata lo suficientemente gorda como para que se hable de ella en los medios de comunicación, pero, lo dicho, sólo de vez en cuando. Los políticos y los llamados “creadores de opinión” se están cubriendo ya de una gloria tan penosa que está sembrando el “te escucho pero no te oigo” en el ciudadano de a pie que, básicamente, está harto de oír hablar de la metedura de pata del Sr. Carod en Fráncfot, de la fotos del Sr. Rajoi con la banderita de España cual colegial o de los rápidos lavados de cara del tripartito. Y es que, hoy, todo vale. Será porque no hay consecuencias, digo yo, más allá de los resultados electorales que, al parecer, son el leif motive de cualquier partido. En mi buena amiga, la RAE, hay una definición de política bastante acorde con los tiempos que vivimos: “Arte o traza con que se conduce un asunto o se emplean los medios para alcanzar un fin determinado”. Que conducen un asunto está claro, que lo hagan con arte y traza ya no tanto.
Los políticos se están perdiendo en sí mismos, en trifulcas y disputas que no atañen al ciudadano de forma directa y como consecuencia de este “sarao”, es el ciudadano el que se acaba perdiendo en debates poco prácticos y ambiciones personales que no acaba de entender. Y digo yo…¿por qué en lugar de crearse polémicas con argumentos más o menos nacionalistas, Ferias de Libros, banderas tricolores, ataques de cuernos políticos y objetivos ideológicos no crean polémicas con el problema del transporte público de Cercanías, o con el aparcamiento en las grandes ciudades o con la relación entre sueldos y precios? Claro, es que nosotros les votamos para que hablen y no para que hagan. Propongo pues, a dos clases de políticos; los que tenemos ahora, -podrían llamarse políticos de tertulia-, que se dediquen a lo que hacen, a hablar, criticar y creer que su particular manera de entender el mundo es la única válida y luego a los que podríamos llamar políticos de verdad, que serían aquellos que hablen con fundamento sobre problemas reales de la sociedad y que además hiciesen el favor de poner en práctica las posibles soluciones y mejoras.
De verdad, que con el panorama que nos ofrecen, voy a tener que dejar de echar el discursito de responsabilidad cívica sobre ir a votar cuando llegan las elecciones. Hay una persona en particular que no vota, recuerdo que yo le dije, -hombre, aunque sea voto en blanco para mostrar tu disconformidad-, él me contesto: -Ya consto ahí, en la abstención, además… siempre gano. Después de las risas, me di cuenta de que, lo peor, es que tiene algo de razón.
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