De repente los pasillos se llenaron de gritos.
Por las escaleras la gente se empujaba riendo. Abrazos, suspiros de alivio y alegría desbordante.
Las puertas de las aulas quedaron abiertas.
Y dentro pupitres con cajones vacíos. Y sillas tristes.
Tizas blancas rotas. Y borradores gastados.
[…]
Me quedo sola. Al lado de una puerta. Y no hay nadie intentando zafarse de alguna clase. No hay libros encima de las mesas. No hay voces.
Y aunque el sol entra seguro por la ventana yo no siento calor.
Bajo las escaleras despacio. Sin agarrarme a la barandilla.
Y de repente me doy cuenta de que el dramatismo no va conmigo.
Acelero el paso y pego un salto en los dos últimos escalones.
Abro mi taquilla. Justo la que en breves momentos va a dejar de serlo.
Y al girar la llave en la cerradura y ver los libros, el horario, el estuche y los montones de exámenes, me doy cuenta de lo monótono de algunos de mis gestos en los últimos tres meses.
Y encuentro fascinante que no los haya considerado así ni por un instante.
Entrar a la sala de profesores a las ocho y poco de la mañana. Ver que llueve o que hace sol. Saludarse entre bostezos. Habiendo dormido más. O habiendo dormido menos.
Abrir la taquilla. Mirar qué curso toca. Y sacar el libro.
Echar un vistazo rápido a la lección de literatura o de lengua. Y subir ya a la clase.
Dar los buenos días y oler a goma de borrar.
E inventar. Y sobrevivir al día y a los problemas. Y a los humores. Y a los ejercicios. Y a todo.
[…]
Y ahora ya está.
Y en la taquilla, abajo -donde hay un espacio grande en el que siempre guardo el bolso y la chaqueta- ahora hay un montón de bolsas.
Regalos. También tarjetas llenas de buenos deseos y reconocimiento.
Y también un ramo. De rosas rojas y blancas.
Y a mí nunca me gustó especialmente que me regalaran flores. Y menos rosas. Y menos rojas. Demasiado típico. Nunca me hizo ilusión.
Pero miro ese ramo y me gusta lo que significa.
Y empiezo a meterlo todo en una bolsa.
Sí. Hay pena pero también orgullo.
Y un recuerdo imborrable. Lo sé.
Y después de abrazos, de despedidas y de lágrimas pienso que todo está bien.
Que después de todo la vida no deja nunca de sorprender.
Y que puede que decidirme ya no me siente tan mal como siempre he tendido a pensar.
Por las escaleras la gente se empujaba riendo. Abrazos, suspiros de alivio y alegría desbordante.
Las puertas de las aulas quedaron abiertas.
Y dentro pupitres con cajones vacíos. Y sillas tristes.
Tizas blancas rotas. Y borradores gastados.
[…]
Me quedo sola. Al lado de una puerta. Y no hay nadie intentando zafarse de alguna clase. No hay libros encima de las mesas. No hay voces.
Y aunque el sol entra seguro por la ventana yo no siento calor.
Bajo las escaleras despacio. Sin agarrarme a la barandilla.
Y de repente me doy cuenta de que el dramatismo no va conmigo.
Acelero el paso y pego un salto en los dos últimos escalones.
Abro mi taquilla. Justo la que en breves momentos va a dejar de serlo.
Y al girar la llave en la cerradura y ver los libros, el horario, el estuche y los montones de exámenes, me doy cuenta de lo monótono de algunos de mis gestos en los últimos tres meses.
Y encuentro fascinante que no los haya considerado así ni por un instante.
Entrar a la sala de profesores a las ocho y poco de la mañana. Ver que llueve o que hace sol. Saludarse entre bostezos. Habiendo dormido más. O habiendo dormido menos.
Abrir la taquilla. Mirar qué curso toca. Y sacar el libro.
Echar un vistazo rápido a la lección de literatura o de lengua. Y subir ya a la clase.
Dar los buenos días y oler a goma de borrar.
E inventar. Y sobrevivir al día y a los problemas. Y a los humores. Y a los ejercicios. Y a todo.
[…]
Y ahora ya está.
Y en la taquilla, abajo -donde hay un espacio grande en el que siempre guardo el bolso y la chaqueta- ahora hay un montón de bolsas.
Regalos. También tarjetas llenas de buenos deseos y reconocimiento.
Y también un ramo. De rosas rojas y blancas.
Y a mí nunca me gustó especialmente que me regalaran flores. Y menos rosas. Y menos rojas. Demasiado típico. Nunca me hizo ilusión.
Pero miro ese ramo y me gusta lo que significa.
Y empiezo a meterlo todo en una bolsa.
Sí. Hay pena pero también orgullo.
Y un recuerdo imborrable. Lo sé.
Y después de abrazos, de despedidas y de lágrimas pienso que todo está bien.
Que después de todo la vida no deja nunca de sorprender.
Y que puede que decidirme ya no me siente tan mal como siempre he tendido a pensar.
2 comentarios:
"encuentro fascinante que no los haya considerado (monótonos) ni por un instante"...
Sovint és quan un es despedeix (ja no més aquí)que descobreix, com un raig de llum que l'enlluerna, la vertadera densitat de totes les coses, per petites que siguin.
Tal volta rau aquí l'atracció de l'experiència de mort (el thánatos de les nostres especulacions filosòfiques): un prèn consciència del valor de les coses en el moment en que, aquestes, es presenten amb la feblesa del que no serà més. I aquest ser, en la seva feblesa, esdevé, en tota la seva densitat metafísica, etern. Tal volta a això es referia Màrius Torres quan diu "l'eternitat és sols un moment que s'eixample".
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