Así. Sin más. Y sin previo aviso. O sí, porque tu cerebro ya había bromeado con ello. Irónicamente claro. Como si no fuera a suceder.
Y entonces sucede.
Y aparece una rareza profunda. Una de ésas que te toca desde los dedos de los pies hasta la cabeza. Recorriendo un cuerpo que ni sientes como tuyo. Escudriñando un cerebro durmiente.
Y no se reacciona tan fácilmente.
En esos momentos te puede sonar el teléfono. Y tú lo puedes coger, como quien coge una almendra y se la mete en la boca sin hambre. Igual. Y puedes mantener conversaciones que luego te hacen pensar. Básicamente, hacen pensar que el cerebro funciona en absoluta soledad. Porque no pensabas, no estabas y ni él te ha echado de menos por no recibir órdenes.
Programación de algún Windows, está claro. Con un Office completito lleno de prestaciones últiles. Es la única explicación que encuentro.
Mucho rato después hablo contigo. Mi cerebro sigue desdoblado pero hablo. Me lo notas y te ríes. Es pura complaciencia de que algo que haya salido de tu boca me haya podido dejar en semejante estado. Lo sé y lo sabes. Bueno, a eso he llegado hoy. Porque ayer no llegué a nada. Querías que me afectara. Y acertaste.
Pero yo logré no moverme. Aunque me costó. Y sé que mi quietud no te sorprendió.
La única sorprendida fui yo. Y lo sigo siendo. Pero ¿sabes? Eso no cambia nada.
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