Necesitaba algo. Casi lo venía sabiendo desde ayer. Cuando me subí al coche y supe de mis dos días libres. No lo quise meditar hasta esta mañana, cuando me levanté temprano –o lo que para mí es temprano en sábado- y me sentí encerrada.
Quería más espacio. El espacio que da el mar. O el que se intuye en la montaña. Y quería ir en compañía.
Hago llamadas, que responden con sorpresa. Oigo comentarios que ignoro sobre cómo puedo YO estar despierta a semejantes horas. Propongo un picnic, de los que me gustan a mí. Con mantas entre pino, botellas que no son de agua y evasión de lo urbano. Son acogidas con reticencias.
No a todo el mundo le gusta el bosque. Vale.
Propone playa, “playita” le dicen. Pues acepto. Me da igual, solo quiero un aire nuevo, que llevo toda la semana en una misma rueda.
Mmmmm… casi ha sido mejor el trayecto en coche hacia Castelldefels. Poder llevar una camiseta de tirantes, bajar la ventanilla, sentir el sol. Ver el cielo simpático, imaginar ya el verano. Las terrazas.
Añorar las ocho de la tarde para salir de casa y que te toque el fresco. Saber que no habrá despertador. Organizar un nuevo viaje. Desmontar alguno ya planeado. Sí.
Ha sido todo mental más que real. Ha sido el avance de sensaciones más que las sensaciones sentidas en el momento. Y es que ahora se renace. Y se renace por todos los lados.
La playa estaba llena. De cometas y gente con chaquetas abrochadas. Nunca he tenido una cometa. Ni la he hecho volar.
Pienso que tengo que probarlo.
Por el momento nos concentramos en estirar las toallas y quitarnos la arena de los ojos. Difícil tarea, pero no desistimos.
Lo conseguimos. Aunque no me he llegado a estirar. He preferido mirar todo lo que se me ofrecía.
A punto hemos estado de acercarnos a Sitges, pero no ha podido ser. Había necesidad de tiempo para otras cosas.
Tiempo, tiempo, tiempo. Me voy dando cuenta de que lo he estado subestimando. Mi intención es no tenerlo presente esta noche. Para nada.
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