jueves, diciembre 13, 2007

De los que fueron y son



Socialmente, siguen existiendo tantos puntos en común entre el S. XVIII y el S. XXI que parece imposible no remitirse a la cuestión política para intentar encontrar algunas respuestas. La sensación ante esto es confusa ; por un lado tiendo a sonreír con cierta simpatía pensando en aquello de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces -y muchas más- con la misma piedra y, por otro, me embriaga una tristeza que camina por la senda de la impotencia.
Jovellanos y Larra, las dos figuras que más han llamado mi atención, nos hablan de situaciones y problemas tan actuales que no deberíamos de extrañarnos al oír el eco de sus nombres en muchas de nuestras conversaciones actuales que pueden versar sobre la última jugada urbanística en el pueblo de nuestros abuelos o la nefasta atención de algún día normal en la Oficina del Servicio al Consumidor. Tal y como muestra la actualidad -y también, al parecer, la misma coherencia, que no condición humana-, la historia sigue apoyando a La RAZON como una de las más preciadas y productivas capacidades del hombre. Igual que en la Ilustración, estamos en una era en que los conocimientos de la razón, la apertura de la cultura, el antropocentrismo, lo "políticamente correcto", el pragmatismo y, en definitiva, el racionalismo, es lo que impera o, al menos, lo que se pretende que impere. Las formas eran y siguen siendo importantes y, por lo visto y visto lo visto, más importantes incluso que el contenido.
El compromiso social que encierran los escritos de estos dos autores, me ha recordado a una forma de pensar cercana, una forma que probablemente muchos comparten de palabra, y lo sin duda peor, es que también me ha recordado a un pesimismo -que hace relativamente poco estoy empezando a rozar, por no decir que he rozado-, recreado sobre todo en la figura de Larra. El sentido de "lo social", de la lucha por conseguir de forma conjunta "bienes comunes para todos", me llevó a coquetear con asociaciones sin ánimo de lucro que se presentaban ante la sociedad como elementos para ser utilizados por aquellos con inquietudes que querían, de forma discreta y desinteresada, participar en labores que beneficiarían a los más perjudicados por la Ley que rige la vida de una sociedad capitalista. Así, y con este objetivo que tenía claro y consideraba viable, desfilé por la Cruz Roja, por radios locales y por asociaciones juveniles sin ninguna vinculación política. No fueron aquellos momentos todo lo útiles que creí en un principio, aunque sí aleccionadores. En la última asociación juvenil en que participé activamente, y que fue para mí una de las más significativas, me encontré por primera vez sufriendo la dureza de muros constitucionales y políticos traducidos en la redacción de mociones que nunca llegaban a ser aprobadas por el consistorio correspondiente, la asistencia a "Consells de la Joventut" del municipio que, al parecer, sólo servían para poder decir luego que habían sido celebrados y demás anécdotas que me empezaban a llenar de una tímida frustración ante el funcionamiento del "sistema". Dados mis breves encuentros con los inquilinos –que suelen resistirse de malas maneras a que los echen-, de lo que se hace llamar irónicamente "la casa del pueblo", empecé yo a interesarme por ese mundo más paralelo que real al que llaman política. Fueron profundos –aunque no sé si factibles- minutos los que dediqué a intentar empaparme de estatutos, de ideologías políticas, de objetivos conseguidos, de discursos utópicos, de manifiestos filosóficos, de divergencias y convergencias de lo que hace años viene llamándose "la izquierda" o "la derecha" e incluso de descifrar el verdadero significado de lo que se supone que es la "centro-derecha", la "centro-izquierda", el "cristianodemócrata", los "republicanos" y demás conceptos que me empezaron a parecer realmente apasionantes por sus contradicciones y posibilidades. Recuerdo que llegué a llamar por teléfono a mi abuela para que me hablara de la Guerra Civil, creyendo –inocente de mí- que semejante conflicto político me haría entenderlo todo con más claridad. En estas estaba cuando, sin más, llamaron a mi puerta para proponerme un acercamiento a las juventudes de un partido. No creo que fuera casualidad que el partido que me "encontró" supiera de mis afiladas palabras hacia la gestión de los que por aquel entonces convivían en la poco armoniosa casa de todos. A partir de ahí las cosas fueron rápidas; una nueva emoción por mi parte, una alegría insospechada al sentir que podía hablar de urbanismo, de asambleas, de actos o de propuestas con gente de mi edad –mis amigos me hacían callar de manera contundente cuando me emocionaba haciendo monólogos sobre lo que significaba la política- y, sobre todo, ver que realmente y bajo el manto de unas siglas políticas sí que se podían conseguir cosas, fueron el detonante para que me afiliara con plena convicción a un partido al que defendí con poca objetividad y mucha pasión. Cargos, propuestas para ir en listas, zancadillas de compañeros, organizaciones de actos, conversaciones hasta bien entrada la noche, meetings en los que mi voz no transmitía el nerviosismo que sentía, pegadas de carteles, decepciones, congresos, votaciones, alegrías, conversaciones, poco tiempo libre, ejecutivas, agendas, plenos, campañas electorales y demás menesteres, ocuparon mi mente durante ocho años. Así de simple e incomprensible para muchos de los que durante ese tiempo me acompañaron en mi vida personal.
La política existe, lo sabía bien Jovellanos y la interpretó bien Larra. El arte político existe, los políticos que politiquean existen también y es bastante factible que el ciudadano que se mantiene al margen sea capaz de dar una descripción de ella más real que cualquiera que la ejerza. La política, tal y como manifestaron de forma más directa o indirecta estos dos grandes literatos-ideólogos-crítico-reformistas, está unida de forma irremediable a la sociedad. ¿Quién condiciona a quién? La visión de Jovellanos, pragmática y concienzuda, incita a pensar que la política rige a la sociedad, mientras que el pensamiento de Larra, también pragmático pero quizás más flexible, remite a que debe ser la sociedad quien condicione la manera de hacer política. El tiempo transcurrido desde los escritos de estos autores me genera una falta de respuestas. Ha pasado el tiempo y ni la política actual es válida para la sociedad, ni la sociedad es capaz de marcar directrices políticas.
Larra, con ese matiz de desesperación que le ha llevado a ser recordado como romántico y Jovellanos, con esa fuerza incansable de redactar escritos llenos de soluciones pragmáticas, han despertado en mi cotidianidad una sensación en la que se mezclan las ganas de lucha (aquellas que empezaron hace ocho años) y la opción de derrota consentida (la que se viene fraguando desde hace menos). La realidad es que los poderes fácticos llevan ganadas tantas partidas durante tantos años que no puede ser demasiado descabellado aceptar que la voluntad individual de las personas está derrotada y que, por tanto, cada uno se limita a una vivencia egoísta y también lícita que queda muy lejos del bien común. Pero siempre hay un "pero", que no es otro que el "pero" de la opción de cambio, de la responsabilidad social y colectiva que cada uno tenemos como partícula de la sociedad, de la posible mejora. Jovellanos siguió y siguió pese a ser exiliado. Larra siguió y siguió pese a estar cada vez más desencantado y ahora, son pocos los que ni siquiera empiezan. Ellos fueron unos privilegiados, y lo aprovecharon para intentar hacer lo que creían que debían hacer. Ahora ya no se trata solamente de seguir y seguir sino, en muchos casos, únicamente de empezar. Pero no es fácil. ¿Cómo se cambian las cosas que sabemos que no están bien? ¿Desde dentro? ¿Desde fuera? ¿Cuánta energía hay que dedicar para que una opinión no sólo sea oída sino tenida en cuenta? Jovellanos y Larra tuvieron grandes triunfos, pero también grandes derrotas. En Larra pudo el sentimiento de derrota después de una vida dedicada a querer mejorar la vida del colectivo. Quizás, el concepto de colectivo queda ya tan lejos del funcionamiento de la vida actual que se cree que lo inteligente o lo único viable es el pensamiento c rumbo a objetivos individuales.
Jovellanos influyó y destacó en la política de su tiempo, en la sociedad de su época, dejando un legado aún útil pero, sobre todo, dejando una manera de entender y hacer política basada en las necesidades reales de quienes van a recibir esa gestión. Al tripartito catalán le iría como anillo al dedo un Jovellanos.
Larra influyó y destacó en la sociedad en que vivió, poniendo de manifiesto la importancia de todas y cada una de las personas que forman el conglomerado social, abogando por la implicación de todos en aquello que sólo comentamos con el vecino en un arranque de cólera o con el carnicero en un intento de demostrar que leemos la prensa y sabemos lo que se cuece en el mundo. Larra abrió una opción de cambio que pasaba por la conciencia de cada uno ante aquello que sabemos que no es justo. A ninguna sociedad del mundo le iría mal una prolífera casta de Larras.
En uno de esos sueños en que visualizas a Machado sentado con su sombrero bajo un olmo seco, o en que ves la silueta de Pío Baroja alejándose por un camino seco y polvoriento, no puedo evitar soñar también con un Jovellanos que se frotaría las manos ante la perspectiva de poder redactar un nuevo plan general de urbanismo, o a un Larra impaciente porque Fígaro publique su opinión sobre la polémica portada del Jueves. Fueron personas avanzadas a su tiempo, reformistas inconformistas en vías de extinción que aún hoy pueden dar grandes lecciones, personalidades excepcionales capaces de despertar tres siglos después y poder seguir haciendo exactamente lo que hacían sin parecer dementes desubicados en el tiempo.

1 comentario:

Bright Entries dijo...

Tú ya sabes qué opino de la política: me parece extraño que yo, como ciudadana, tenga por decreto el derecho de votar a un/a tipo/a que no conozco de nada y que va a decidir por mí lo que él considera que, supuestamente, es lo más favorable para mí; a mí, precisamente, que tampoco me conoce de nada. Es un chiste malo; lo sé...pero no es eso lo que quería decirte: ¿por qué no tengo también por decreto el derecho de votar que quiero decidir por mí misma sin la intervención de los demás? Este sería, en todo caso, el único partido que votaría si usara esa pregunta retórica como
eslógan publicitario, digo, político...La política es un juego de preguntas retóricas que quien las pretende responder: ¡va y ya ha caído en la trampa!