Un segundo. Casi lo que dura un parpadeo. Y te puede cambiar la vida. Un segundo. Ayer lo vi en un rostro. Un segundo de esos que pasan sin que te des cuenta, de esos que no valoras. Un segundo que no tiene nada que ver con los segundos que pasamos cantando, renegando, trabajando, hablando, durmiendo. Un segundo puede suponer un antes y un después. Ayer lo vi en un rostro. Un "tic" que no llega a ser "tac" porque el primero te paraliza. Su rostro serio lo decía. Fue más de un segundo el tiempo que yo lo miré. Su mirada me paralizó, pero sólo un segundo, luego, metí primera y seguí. Pero sus ojos me siguen acompañando. No sé lo que le finalmente le ocurrió, pero supe lo que pensó.
Un segundo. En un momento estás pensando en que la Navidad está al llegar y un segudo después te planteas si la vivirás. En este caso, un maldito segundo.
Es el mismo segundo en el que alguien te puede dar un intenso beso, en el que una hoja seca se desprende de la rama. Es el mismo segundo en que cierras los ojos porque un rayo de sol te da en la cara. Pero para él fue un segundo maldito.
Estaba estirado y tapado. Su cara se iluminaba con el color naranja intermitente de la ambulancia. Él no se movía. Tenía los ojos abiertos y la expresión desencajada. Le vi parpadear. Durante un segundo sentí la importancia de un segundo.
"Atrapada en el tiempo"...primer título de una trilogía basada en la posibilidad de mezclar fantasía y realidad para una mayor intensidad de las vivencias. Ubicada en la mágica Escocia, llena de tradiciones, clanes y supersticiones nos muestra cómo ser fiel a nuestros principios y cómo disfrutar de lo cotidiano vivamos cuando y dónde sea.
miércoles, octubre 31, 2007
lunes, octubre 29, 2007
Con "S" de aSumir
Zapatero ha asumido su responsabilidad respecto a los acontecimientos que se han ido sucediendo desde que empezaran las obras del AVE en Barcelona. No es que hayamos de aplaudir lo obvio pero, teniendo en cuenta la actuación de los políticos en los últimos años, hay que reconocérselo. La gestión de la empresa a la que se le adjudicaron las obras ha sido y es nefasta, es una realidad y, pese al comportamiento ejemplar y paciente de los catalanes, era preciso oir las palabras del máximo responsable. Las palabras de la ministra Álvarez han dejado bastante que desear y las de la oposición, aún más. Ahora va a resultar que, según el Sr. Rajoi, de lo que se trata es de que Zapatero esté en un atasco a las 8.00h de la mañana de un lunes. Pues no, no se trata de eso, lo que hay que hacer es buscar soluciones y no tolerar y alargar situaciones en las que el cuidadano, sin comerlo ni beberlo, resulta ser el más perjudicado. No hay que olvidar que lo que ha provocado todo esto es un obra monumental que tiene por objetivo la mejora de las comunicaciones ferroviarias, algo que no justifica lo ocurrido pero sí supondrá -en su culminación-, un avance sustancial en el transporte.
No puedo hablar de igual manera del Ejecutivo catalán, ya que me parece insostenible y poco valiente culpar a la gestión de antiguos gobiernos de lo sucedido, no porque pueda ser incierto, sino porque es algo con lo que se debe contar y porque es una justificación poco sólida ya que supone, indirectamente, reconocer una incapacidad de la que me parece poco inteligente presumir. En la celebración del pleno sobre el que se ha tratado el tema de Cercanías, ni un solo catalán se ha acercado a dar su opinión sobre lo acaecido, presupongo que suficiente tienen con los madrugones y la pérdida de tiempo como para ir al Parlament a gritar lo obvio.
Algunos se empeñan en difundir la idea de las facturas electorales que suelen pasar este tipo de situaciones, otros, se posicionan en contra de su equipo de trabajo por la inminecia de Congresos Nacionales en los que elegir candidatos, otros, piden dimisiones, y, en general, todos están pendientes de los votos que pueden dar o quitar sus comparecencias y opiniones.
Visto lo visto, no puedo menos que seguir creyendo en la inteligencia del ciudadano catalán, en su razonamiento para entender que este tipo de "desastres" no convienen a nadie (incluyendo a los políticos que gobiernan) y que, como en la vida, lo realmente importante no son los problemas que aparecen (simpre inevitables), sino la manera en que se gestionan las soluciones. Juzguemos la capacidad a partir de aquí, porque la van a tener que demostrar con creces, sabiendo sortear la problemática de las competencias, de los pactos y de las cabezas que piden decapitar.
Ahora bien, esta vez, Montilla debería aprender de Zapatero en cuanto a asumir, y de los catalanes, en cuanto a inteligencia y respeto.
No puedo hablar de igual manera del Ejecutivo catalán, ya que me parece insostenible y poco valiente culpar a la gestión de antiguos gobiernos de lo sucedido, no porque pueda ser incierto, sino porque es algo con lo que se debe contar y porque es una justificación poco sólida ya que supone, indirectamente, reconocer una incapacidad de la que me parece poco inteligente presumir. En la celebración del pleno sobre el que se ha tratado el tema de Cercanías, ni un solo catalán se ha acercado a dar su opinión sobre lo acaecido, presupongo que suficiente tienen con los madrugones y la pérdida de tiempo como para ir al Parlament a gritar lo obvio.
Algunos se empeñan en difundir la idea de las facturas electorales que suelen pasar este tipo de situaciones, otros, se posicionan en contra de su equipo de trabajo por la inminecia de Congresos Nacionales en los que elegir candidatos, otros, piden dimisiones, y, en general, todos están pendientes de los votos que pueden dar o quitar sus comparecencias y opiniones.
Visto lo visto, no puedo menos que seguir creyendo en la inteligencia del ciudadano catalán, en su razonamiento para entender que este tipo de "desastres" no convienen a nadie (incluyendo a los políticos que gobiernan) y que, como en la vida, lo realmente importante no son los problemas que aparecen (simpre inevitables), sino la manera en que se gestionan las soluciones. Juzguemos la capacidad a partir de aquí, porque la van a tener que demostrar con creces, sabiendo sortear la problemática de las competencias, de los pactos y de las cabezas que piden decapitar.
Ahora bien, esta vez, Montilla debería aprender de Zapatero en cuanto a asumir, y de los catalanes, en cuanto a inteligencia y respeto.
Sinceridad contra natura
Los animales son sinceros, no les queda otra, no piensan lo que hacen y, por tanto, sólo hacen lo que sienten. Si pudiesen elegir, quizá no lo serían. Nosotros podemos elegir y no siempre optamos por ella, y se presupone que somos inteligentes. Son demasiadas las veces en las que la sinceridad parece la peor opción. Menos mal que aún se cataloga como virtud, sino, se extinguiría. No hay estadísticas claras de los beneficios de la sinceridad. Quizá no triunfe tanto como se quiere pensar. Quizá tenga algo de leyenda. Dicen que reconforta, aunque esa palabra remite más a consuelo que a otra cosa. Dicen también que practicarla es de ser valiente. O no, porque también dicen que de valientes está lleno el cementerio.
Lo que ya es más probable es que la sinceridad no encaje en demasiadas parcelas de esta era. Hay que saber dosificarla y, sobre todo, saber utilizarla, momento en el que pierde toda su esencia y pureza. La sinceridad, ese adjetivo que mucha gente añade a su descripción, no es, en demasiadas ocasiones, plato de buen gusto, ni para quien la practica, ni para quien la recibe. Claro que, en los tiempos que corren, la sinceridad se puede confundir fácilmente con mala educación, falta de delicadeza, carencia de escrúpulos, insensibilidad congénita o retraso mental. Diplomacia y saber estar ante todo, por supuesto. Y la sinceridad, aparcadita en un rincón, que ahí está bien, y que sólo se levante cuando no hay nada que perder y, a veces, ni eso. A menudo, la sinceridad da vergüenza, esto es porque deja en evidencia nuestros verdaderos pensamientos. Ahora habría que averiguar quién nos ha hecho creer que algún pensamiento pueda ser vergonzoso, reflexión que debería acabar en pensar porqué nos lo hemos creído. Pero es así. La sinceridad ha pasado a ser como las personas mayores; todo el mundo las adora, las quiere y las respeta, pero en realidad la visitan una vez al año y de paso, por aquello de sentirse bien. Lo pasmante es que si te paras a pensar, la sinceridad es incompatible con el funcionamiento actual del mundo. Eso puede ser una buena excusa para callarse, de hecho, es una perfecta justificación. Veamos… ¿qué sucedería si le dijeses a un amigo que es un tremendo borrego por aguantar alguna situación por gusto y que estás cansado de hablar una y otra vez de lo mismo para nada? Con suerte, te dará la razón en un momento de lucidez y sólo te lo reprochará de vez en cuando. ¿Y si le dijeras a tu jefe (pongamos que no es un ser cercano) las carencias y soluciones que tu cerebro percibe con toda nitidez en el trabajo? Si tiene un buen día hará oídos sordos, sino, los problemas que le has expuesto se multiplicarán por mil pero sólo para ti. Prueba comentar con toda sinceridad, honestidad y buena voluntad a tu pareja, que tu compañero de trabajo es un ser adorable y macizo al que te lanzarías sin no estuvieses felizmente emparejada. Es probable que tengas plena libertad para hacerlo después de habérselo dicho. ¿Y si en un vagón de metro, con tu nariz pegada a la axila de un desconocido, le picas en la espalda y le dices, amablemente, que el otro día te dijeron que la ducha diaria prolonga la vida? A veces, hasta la “sinceridad diplomática” sale cara. Y en esta línea sinceril, para qué hablar de la sinceridad ante el nuevo peinado de tu tía, el regalo de cumpleaños de tu hermano, el coeficiente intelectual del chico ese tan majo, tan estupendo y tan inteligente que te querían presentar desde hace tiempo o las nuevas cortinas de tu amiga la casada. Si es que no se puede, que luego una se siente culpable por herir los sentimientos de los demás y en el mundo ya hay suficiente tristeza. Al fin y al cabo, no cuesta tanto pronunciar alguna mentirijilla si haces feliz a alguien, ¿no? Todo es cuestión de práctica; modulas la voz, achicas lo ojos, tensas los mofletes hacia fuera y la frase benevolente sale sola, empujada por la afabilidad de tu rostro y la sonrisa que aprendiste a poner ante cualquier cámara porque sabes que te favorece. Y con este pensamiento, seguimos andando. ¿Y el amor? Venga, a ver quién es el valiente que es sincero sin sentirse de plastilina, medio mareado y al borde de una crisis epiléptica con graves secuelas ante la perspectiva de confesar sentimientos, tanto buenos como malos, claro. Si lo que vas a decir es bueno pero no sabes lo que siente el otro, la sensación de gilipollismo global se apodera de ti. Si lo que vas a decir es malo, divisas las nubes de tormenta a lo lejos, cargaditas de lluvia y truenos. Así que oye, para sustos, mejor callar, que entre las facturas y el telediario ya voy servida de disgustos. Visto lo visto, hay que aplaudir el invento del deporte y los cigarrillos porque –con finales diferentes-, se puede decir que fueron creados como sustitutos de la sinceridad… o es que podéis negarme la eficacia que tiene ir a hacer footing después de una excelente, tierna y cálida comida familiar, o fumarse un cigarro con el entrecejo fruncido, después de que tu peluquero se haya ensañado con lo que era tu pelo hasta dejarte peor que en un día de resaca y encima te encuentres dándole las gracias y pagándole una pasta por un corte que tú misma y sin verte el cogote, te hubieses hecho mejor. Pero por favor, educación, mucha educación. En la sinceridad política, si es que existe, no voy a entrar porque aún no he perfeccionado tanto mi cinismo y, además, en ese tema no tendría ni salvación mentir por educación o por omisión del dolor ajeno.
Total, que si una hecha mano de esa colección de recuerdos de situaciones vividas, se da cuenta de que de sinceridad, poca y en arranques. Mentiras, varias y silencios, abundantes. Llamarme mentirosa.
martes, octubre 23, 2007
Soñando con montañas
Es viernes y, como cada día, tengo que ir a trabajar. La semana se me ha hecho larga porque me tocó también trabajar el fin de semana. Es chocante y creo que no demasiado bueno para la salud, levantarse un domingo y saber que hay que trabajar. Va casi contra natura el no poder bostezar cual león y desperezarse a gusto sabiendo que tienes todo el día para decidir qué te apetece hacer, incluyendo el no hacer nada. Pues eso, que es viernes, y antes de ir a trabajar tengo que pasar por la fiesta de cumpleaños de mi avispado primito. Es en un chiki-park, uno de esos inventos triunfadores que tienen que ver con mantener distraídos a los niños sin que haya un televisor u ordenador de por medio, un “descansa-padres” sano, porque al fin y al cabo los chiquillos juegan y se relacionan con seres reales, que eso, nunca está de más. Encontrar aparcamiento está siendo difícil, así que voy en busca de un parking. No me puedo creer que los dos parkings más cercanos estén “completos”; no puedo aparcar ni pagando, que es grave. Bueno, supongo que encontraré aparcamiento, aún queda tiempo, que hoy he salido de casa casi a la hora que tenía prevista. Me enciendo un cigarro y subo el volumen de la radio, está sonando “Relax”, de Mica, muy apropiada y además buena canción, así que subo los decibelios para no oírme y la canto a pleno pulmón. Unos cuantos minutos después veo luces blancas en la parte trasera de un coche que me indican marcha atrás, detengo el mío en paralelo, bajo la ventanilla y grito: ¿Te vas?, la buena señora me hace un gesto afirmativo con la cabeza mientras intenta girar el volante que, en honor a la verdad, parece ser más grande que toda ella. Ha debido pensar que estoy loca porque de la satisfacción que sentía al saber q1ue no tenía que dar más vueltas, le he ofrecido una panorámica impagable de toda mi dentadura.
El coche ya está aparcado, voy a sacar el ticket. Hecho. El chiki-park no puede estar muy lejos según las indicaciones que me dieron. Justo al encontrarlo y abrir la puerta me doy cuenta de que me he dejado el regalo en el maletero, típico en mi, aún gracias que no lo he olvidado en casa. Vuelvo al coche mientras pienso que tengo ya ganas de que sea mañana para salir a cenar, bailar y desconectar. Regalo en mano, accedo de nuevo a ese negocio estrella y, os lo aseguro, una avalancha se apodera de mi persona. Casi todos me llegan por la cintura y corren despavoridos hacia algún lugar que debe ser el paraíso a juzgar por los gritos de júbilo y los empujones que se dan para llegar primero. Debe ser duro ser niño en esas circunstancias, supongo que imperará la ley del más rápido, fuerte e inteligente, alguna similitud con el mundo que les espera tenía que haber. Me recompongo del susto y sigo avanzando por el pasillo. Ahí está el paraíso; una especie de jaulas enormes de diferentes colores, llenas de pelotas pequeñas en las que sumergirse, colchonetas elásticas, tubos imposibles por donde se tiran (y no sé porqué diantre no se quedan atascados) y demás cosas extrañas que no me molesto en averiguar. ¿Mi adorado primo? –Ni idea-, es probable que incluso fuera uno de los que me pisó el pie en la angustiosa experiencia “avalánchica”. Al final de todo veo gente de mi estatura, así que, por cuestiones lógicas y porque no me apetece quitarme los zapatos y ponerme a saltar y a gritar, me dirijo hacia ellos. Ahí están los padres y madres de las dulces y sosegadas criaturas. La madre de mi primo me localiza antes que yo a ella, está muy claro que estoy fuera de mi elemento. Tras preguntarle cómo podía encontrar al homenajeado, me encontré buscando dentro de las jaulas a un niño con chaleco azul. Al parecer, la experiencia de los que ahí trabajan hizo que decidieran poner chalecos de diferentes colores a todos los niños de un mismo grupo. A mi primo y sus compinches les tocó azul oscuro. Cuando lo encontré no pude menos que sonreír; estaba sudado como un pollo, con una cara de absoluta felicidad y una hiperactividad que daba miedo. Se lanzó a la bolsa que colgaba de mi mano y me dio un beso rápido, por cortesía. Mientras desenvolvía el regalo con gritos propios de un tenor afónico, aproveché para tirarle cuatro veces de las orejas, cosa que le hizo mirarme cómo si hubiese perdido la chaveta. Después de explicarle que los estirones correspondían a los años que cumplía, me miró muy serio y me dijo que él no podría pasarse media hora tirándome de las orejas cuando fuera mi cumpleaños. Adorable. El niño llegará lejos si ya le da tanta importancia al tiempo. Cuando vio el regalo soltó otro grito de satisfacción (quizá pueda ser soprano) y me dio otro beso –esta vez espontáneo-, que compensó las horas pasadas en el Corte Inglés en busca de algo que no tuviera. Volvió a dirigirse a mí con semblante serio –indicando que lo que iba a decir era importante-, y me dio instrucciones de que se lo diese a su madre para que lo guardara, tras lo cual salió disparado a jugar con los demás angelitos que por allí revoloteaban.
Me fui a unir, definitivamente, con el grupo de adultos que, sabiamente o no, disfrutaban de conversaciones quizás menos sinceras pero más apacibles. Alguien a quien hacía pocos minutos había visto sonar los mocos a su hija y decirle que no comiera demasiadas chucherías porque por la noche tenía que cenar verdura, bromeó conmigo acerca de un chiki-park para adultos, con actividades igual de “divertidas” pero sin niños. Menuda pieza de tío. Aún no predominan en mi círculo social los hombres casados con hijos, pero debo ir preparándome a conciencia para cuando eso suceda porque la cosa promete más de un sobresalto moral por mi parte. Ya era tarde, tenía que ir al trabajo y, además, encontrar aparcamiento. Miedo me da contar los minutos que llegaré a emplear a lo largo de mi vida buscando aparcamiento en la cuidad, así que mejor no los cuento. Besos a muchos adultos hasta atravesar la puerta que me devolvía a la calle, un lugar que me pareció predecible y tranquilo en comparación de dónde salía. Había entrado con un regalo y salí con otro; una bolsa de conguitos, la equivalente a la de chucherías de antaño que repartíamos en clase cuando era nuestro cumple. De nuevo en el coche, que tengo que pensar en bautizar de alguna manera porque es mi tercera casa, sí, tercera. La explicación de la que es mi segunda casa daría lugar a un libro. Voy ya al trabajo y pese al cansancio arrastrado no puedo evitar estar de cierto buen humor porque empieza el fin de semana.
Otra vez a la jungla del asfalto, como decía un anuncio. Encuentro aparcamiento con relativa facilidad, lo de “relativa” abarca unos 15 minutos de búsqueda. Llego un poco tarde, pero llego. Subo en ascensor hasta la quinta planta. Agradezco sobremanera a quien tuvo el acierto de poner espejos en los elevadores porque os aseguro que es gracias a ellos el que cuando la gente entra a trabajar, ofrezca un aspecto más o menos decente, sobre todo, las que llevamos el pelo largo y venimos de conducir con la ventanilla abierta. Ya estoy repartiendo “holas” y me siento. Me gusta el ambiente y la gente, además, hoy tengo ordenador disponible a la primera. El universo tiene un equilibrio que escapa a mi alcance. Los minutos que me robó buscando aparcamiento, me los da ahora ofreciéndome desde el principio de mi jornada un ordenador con libro de estilo virtual.
Cuatro horas después de no haber levantado la vista de la pantalla del ordenador y de una incesante lluvia de artículos, lo veo claro, quiero ser cabrera. Sí, cabrera de las que cuidan cabras, de las que llevan a pastar a los verdes campos a un montón de cabras y se pueden estirar a adivinar la forma de las nubes, a oír cantar a los pájaros y a deleitarse con las montañas bañadas en sol. Sí, cabrera, de esas que saben oler el aire de lluvia, que toman leche fresca recién ordeñada, que conocen los nombres de los pájaros por su canto y diferencias los tipos de árboles. Cabrera, de esas que ven al gavilán sobrevolar las montañas en una soledad envidiada, en un espacio libre que queda lejos de atascos y sonidos de fax. Cabrera, de esas que disfrutan cada día del orden que da el silencio y la naturaleza. Cabrera, de esas que lo último que ven antes de irse a casa son las imponentes montañas cubiertas de una manta amarillenta que es la puesta de sol. Pero, de momento, no soy cabrera, así que recojo mis cosas, me despido de los que tampoco son cabreros y me lanzo de nuevo a la calle en busca de mi tercera casa para, después de unas copas (aún no he decidido ni cuántas ni de qué) volver a mi primera casa, esa que tiene una almohada confortable y sábanas mejores que las de cualquier cabrera pero con olor artificial.
Todo recto y a la der.. iva
¿De dónde eres? –me preguntaron una vez en Italia. Española, -respondí. ¿De dónde eres? -me preguntaron en otra ocasión en la Rioja. Catalana, -respondí. Amabas respuestas fueron acompañadas de una sonrisa, de un realismo y de una sencillez que me han robado. Al parecer, he subestimado el poder político en cuestiones de debates sobre naciones y estados. Estos mensajes calan, más de lo que parece y enfadan, más de lo que deberían. Hasta el punto de que se me quitan las ganas de responder y un día me voy a encontrar diciendo; “soy ciudadana del mundo” con una rabia que va a asustar a quien tenga delante. Que vengan aquí y me entenderán. Con “aquí”, me refiero al conjunto de comunidades autónomas que forman en Estado español, ¿me comprenden? Autonomías que dependen, en la mayoría de competencias, de un poder central ubicado en la capital del país (España), ¿me entienden? Autonomías con costumbres y tradiciones propias y, algunas, con lenguas propias, ¿me explico? Un Estado de Autonomías, suena bien, ¿verdad?
Las modalidades lingüísticas de España son uno de sus patrimonios culturales, objeto de especial respeto y protección, esto pone en una definición de una enciclopedia. De respeto poco, de falta, mucha, sobre todo al ciudadano.
Aquí cada cual va a lo suyo y no pasa nada. Todo cabe y todo vale, todas son causas justas para los políticos. Se mezcla democracia, libertad de opinión, resentimiento histórico, radicalismo, debates sobre los estados de la nación, derechas, izquierdas, nacionalismos, idiomas e ideologías y ya tenemos un combinado explosivo, de esos que con un sorbo te dejan atontado y resacoso para media vida. Bravo, bravísimo, como dirían los argentinos…¿O son los italianos? Da igual. Que eso, que ¡olé!
Comunidades autónomas de régimen especial y comunidades autónomas de régimen común. Competencias totales y competencias compartidas. Autosuficiencia de la comunidad (¿o nación?) o dependencia directa del “poder central”. Con todos estos sinsabores, poco a poco, todo va perdiendo sentido. De vez en cuando hay alguna metedura de pata lo suficientemente gorda como para que se hable de ella en los medios de comunicación, pero, lo dicho, sólo de vez en cuando. Los políticos y los llamados “creadores de opinión” se están cubriendo ya de una gloria tan penosa que está sembrando el “te escucho pero no te oigo” en el ciudadano de a pie que, básicamente, está harto de oír hablar de la metedura de pata del Sr. Carod en Fráncfot, de la fotos del Sr. Rajoi con la banderita de España cual colegial o de los rápidos lavados de cara del tripartito. Y es que, hoy, todo vale. Será porque no hay consecuencias, digo yo, más allá de los resultados electorales que, al parecer, son el leif motive de cualquier partido. En mi buena amiga, la RAE, hay una definición de política bastante acorde con los tiempos que vivimos: “Arte o traza con que se conduce un asunto o se emplean los medios para alcanzar un fin determinado”. Que conducen un asunto está claro, que lo hagan con arte y traza ya no tanto.
Los políticos se están perdiendo en sí mismos, en trifulcas y disputas que no atañen al ciudadano de forma directa y como consecuencia de este “sarao”, es el ciudadano el que se acaba perdiendo en debates poco prácticos y ambiciones personales que no acaba de entender. Y digo yo…¿por qué en lugar de crearse polémicas con argumentos más o menos nacionalistas, Ferias de Libros, banderas tricolores, ataques de cuernos políticos y objetivos ideológicos no crean polémicas con el problema del transporte público de Cercanías, o con el aparcamiento en las grandes ciudades o con la relación entre sueldos y precios? Claro, es que nosotros les votamos para que hablen y no para que hagan. Propongo pues, a dos clases de políticos; los que tenemos ahora, -podrían llamarse políticos de tertulia-, que se dediquen a lo que hacen, a hablar, criticar y creer que su particular manera de entender el mundo es la única válida y luego a los que podríamos llamar políticos de verdad, que serían aquellos que hablen con fundamento sobre problemas reales de la sociedad y que además hiciesen el favor de poner en práctica las posibles soluciones y mejoras.
De verdad, que con el panorama que nos ofrecen, voy a tener que dejar de echar el discursito de responsabilidad cívica sobre ir a votar cuando llegan las elecciones. Hay una persona en particular que no vota, recuerdo que yo le dije, -hombre, aunque sea voto en blanco para mostrar tu disconformidad-, él me contesto: -Ya consto ahí, en la abstención, además… siempre gano. Después de las risas, me di cuenta de que, lo peor, es que tiene algo de razón.
Las modalidades lingüísticas de España son uno de sus patrimonios culturales, objeto de especial respeto y protección, esto pone en una definición de una enciclopedia. De respeto poco, de falta, mucha, sobre todo al ciudadano.
Aquí cada cual va a lo suyo y no pasa nada. Todo cabe y todo vale, todas son causas justas para los políticos. Se mezcla democracia, libertad de opinión, resentimiento histórico, radicalismo, debates sobre los estados de la nación, derechas, izquierdas, nacionalismos, idiomas e ideologías y ya tenemos un combinado explosivo, de esos que con un sorbo te dejan atontado y resacoso para media vida. Bravo, bravísimo, como dirían los argentinos…¿O son los italianos? Da igual. Que eso, que ¡olé!
Comunidades autónomas de régimen especial y comunidades autónomas de régimen común. Competencias totales y competencias compartidas. Autosuficiencia de la comunidad (¿o nación?) o dependencia directa del “poder central”. Con todos estos sinsabores, poco a poco, todo va perdiendo sentido. De vez en cuando hay alguna metedura de pata lo suficientemente gorda como para que se hable de ella en los medios de comunicación, pero, lo dicho, sólo de vez en cuando. Los políticos y los llamados “creadores de opinión” se están cubriendo ya de una gloria tan penosa que está sembrando el “te escucho pero no te oigo” en el ciudadano de a pie que, básicamente, está harto de oír hablar de la metedura de pata del Sr. Carod en Fráncfot, de la fotos del Sr. Rajoi con la banderita de España cual colegial o de los rápidos lavados de cara del tripartito. Y es que, hoy, todo vale. Será porque no hay consecuencias, digo yo, más allá de los resultados electorales que, al parecer, son el leif motive de cualquier partido. En mi buena amiga, la RAE, hay una definición de política bastante acorde con los tiempos que vivimos: “Arte o traza con que se conduce un asunto o se emplean los medios para alcanzar un fin determinado”. Que conducen un asunto está claro, que lo hagan con arte y traza ya no tanto.
Los políticos se están perdiendo en sí mismos, en trifulcas y disputas que no atañen al ciudadano de forma directa y como consecuencia de este “sarao”, es el ciudadano el que se acaba perdiendo en debates poco prácticos y ambiciones personales que no acaba de entender. Y digo yo…¿por qué en lugar de crearse polémicas con argumentos más o menos nacionalistas, Ferias de Libros, banderas tricolores, ataques de cuernos políticos y objetivos ideológicos no crean polémicas con el problema del transporte público de Cercanías, o con el aparcamiento en las grandes ciudades o con la relación entre sueldos y precios? Claro, es que nosotros les votamos para que hablen y no para que hagan. Propongo pues, a dos clases de políticos; los que tenemos ahora, -podrían llamarse políticos de tertulia-, que se dediquen a lo que hacen, a hablar, criticar y creer que su particular manera de entender el mundo es la única válida y luego a los que podríamos llamar políticos de verdad, que serían aquellos que hablen con fundamento sobre problemas reales de la sociedad y que además hiciesen el favor de poner en práctica las posibles soluciones y mejoras.
De verdad, que con el panorama que nos ofrecen, voy a tener que dejar de echar el discursito de responsabilidad cívica sobre ir a votar cuando llegan las elecciones. Hay una persona en particular que no vota, recuerdo que yo le dije, -hombre, aunque sea voto en blanco para mostrar tu disconformidad-, él me contesto: -Ya consto ahí, en la abstención, además… siempre gano. Después de las risas, me di cuenta de que, lo peor, es que tiene algo de razón.
lunes, octubre 15, 2007
Si eso...
Si eso, me doy una vuelta mientras te espero. Me tomo un café en el Zurich y miro la gente pasar. Puedo inventar historias de los que pasean cogidos de la mano, o de los que van solos, mirando al frente, luego te las cuento. También puedo imaginar sobre los que van silbando, ajenos al mundo, ipod en mano. Como no llegas, me lanzo Rambla abajo, que siempre es interesante ver lo que se cuece entre tanta gente y tanto país. Hay verdaderos artistas callejeros, les daba una medalla a casi todos. Pero no me quiero entretener demasiado, no sea que te haga esperar. Huele bien, creo que es de la panadería de la acera de la derecha. Sí, hacen unos gofres estupendos, voy a comprar dos, uno de chocolate para mí y otro con nata para ti, espero que te guste la nata (nunca se me ha ocurrido preguntártelo) y espero también que no se caliente en mi mano. Justo en este quiosco por el que paso ahora trabaja una compañera de la Universidad, siempre dije que un día me pasaría a verla pero no lo hice, a ver si está hoy, hace tiempo que no hablamos. El quiosquero me dice que hoy libra, que le toca mañana, una lástima. Ojeo las revistas por encima, cuánta mujer guapa y cuántas vidas maravillosas, tendré que replantearme mi sencilla existencia pero, mientras, sigo caminando. Yo no sé de qué material es la cabeza de estos chicos que bailan hip-hop porque yo, poniéndome al revés y haciendo semejantes movimientos, seguro que me escalabro y acabo en un hospital con mi pintoresco cerebro partido en dos. Tienen bonitos cuerpos, eso es cierto. El tuyo no es tan perfecto, pero me gusta. Voy a bajar un poco más, que empiezo a oler a mar, seguro que aún no has llegado y si lo has hecho, por esperar un día no te morirás, te llevo mucha ventaja en eso. Interesante descubrir que unos calcetines verdes de lana gorda se pueden combinar con unos taconazos de vértigo, añadiendo como complemento estrella una gran sonrisa, la chica tiene estilo. El gofre estaba buenísimo, quizás te robe un poco del tuyo. Hay una mani al final de la Rambla, veo mucha gente. Es anti-taurina, los carteles que enseñan son demasiado gráficos, supongo que reclaman miradas. Una chica lleva un altavoz blanco, igual que esos que salen en las pelis de policías, un día me compraré uno y te gritaré al oído que estoy aquí, a ver si va a resultar que tienes problemas de sordera y yo sin saberlo. El humo de mi cigarro no me deja saber si ya huele más a mar, lo voy a tirar, aunque un último beso nunca sobra. Mira, se me acaba de ocurrir que quizá tenga una relación besical con el tabaco, suena mejor que una relación de dependencia. Ahora que he tirado el pitillo huelo mejor el mar. Queda mucho para que pueda volver a estirarme en la playa y untarme de esa crema milagrosa que dicen que protege, hidrata, tonifica, reafirma, suaviza y pone morena, vamos, sólo le falta lo que te falta a ti, que me invite a cenar. Los leones que rodean a colón siempre me han impresionado, son enormes, recuerdo haberlos escalado cuando no levantaba metro y medio. Tengo mucha hambre y tu gofre se está deshaciendo, es octubre pero hace calor, ya sabes…culpa del cambio climático que trae a medio mundo de cabeza y al otro medio sin cuidado. Prefería el de chocolate pero la nata tampoco está mal, tengo que controlarme un poco porque como demasiado dulce, quizás algún día me pongo a dieta, sí, cuando me deje de gustar el chocolate, está decidido. Voy a empezar a subir, que ya es un poco tarde. Me gusta pensar que estás esperando, que me buscas entre la gente, aunque me da que tú, como me pasaba a mí antes de conocerte, no eres de esperar con aplomo. Bueno, si eso te daré un beso con sabor a cigarro, nata y chocolate que seguro que te calma. He disfrutado del paseo, casi me he olvidado de ti. El ascenso está siendo más rápido, puede que sean las ganas de verte pero estoy casi convencida de que sólo es porque lo que estoy viendo ya lo he visto hace muy poco y ha perdido interés. En lugar de ir por el medio cruzo para ir por la acera de la izquierda, seguro que tardo menos si tengo que esquivar a menos gente, está claro que ya he dejado de disfrutar del paseo. Me topo de cara con un conocido, sí, justo el amigo de un amigo con quién poco tienes en común, pero bueno, educación ante todo. Dos besos y preguntas típicas, un “me están esperando, que vaya bien” y dos besos más. Es un tío majo, pero moriría lentamente si volviera a quedarme a solas con él. La vez que ocurrió fue memorable, el chico, no sé ni porqué, ni cómo, ni a santo de qué, me habló de la larga y penosa experiencia que tuvo con la varicela y de su superación estoica y yo, por no desentonar, acabé hablando de enfermedades contagiosas muy peligrosas. Un poema, vamos. No te he comprado otro gofre, si eso, ahora vamos juntos y escoges el que más te guste.
Ya he llegado y no estás, vaya…va a resultar que no vas a venir. Menos mal que al subir no te compré otro gofre, porque hubiera acabado fundiéndose con los dos que ya están en mi barriga. Me voy a fumar un cigarro, por si acaso te ha surgido algo en el último momento. Me suena el móvil, no creo que seas tú, casi nunca llamas. Es Luisa, que está intentando aparcar por el centro, lleva tres vueltas y no encuentra sitio, dice que si estoy cerca podemos tomar algo o irnos a otro lado donde haya más “jodidos aparcamientos”. Otro lado me parece bien. Ahora mismo está en Plaza Urquinaona, dice que en cinco minutos se planta en el Zurich si “los malditos semáforos se ponen en verde”. Ya ha llegado, me subo en el coche y nos vamos. Me encanta esta mujer, fuma, dice palabrotas y nunca se pondría calcetines de lana con tacones.
Si eso, mañana te digo que me cansé de esperar.
Ya he llegado y no estás, vaya…va a resultar que no vas a venir. Menos mal que al subir no te compré otro gofre, porque hubiera acabado fundiéndose con los dos que ya están en mi barriga. Me voy a fumar un cigarro, por si acaso te ha surgido algo en el último momento. Me suena el móvil, no creo que seas tú, casi nunca llamas. Es Luisa, que está intentando aparcar por el centro, lleva tres vueltas y no encuentra sitio, dice que si estoy cerca podemos tomar algo o irnos a otro lado donde haya más “jodidos aparcamientos”. Otro lado me parece bien. Ahora mismo está en Plaza Urquinaona, dice que en cinco minutos se planta en el Zurich si “los malditos semáforos se ponen en verde”. Ya ha llegado, me subo en el coche y nos vamos. Me encanta esta mujer, fuma, dice palabrotas y nunca se pondría calcetines de lana con tacones.
Si eso, mañana te digo que me cansé de esperar.
viernes, octubre 12, 2007
Otra vez
No hay treguas, no hay descansos, no hay paz. Oiré más noticias de atentados, habrá más muertes, más tristeza, más rabia, pero nunca oiré hablar de desánimo, de derrota, porque no la habrá. Ya pueden matar, ya pueden amenazar y seguir sembrando horror. No lo conseguirán.
Declararon la guerra hace años a este país, amparándose en unos ideales que, al parecer, sólo pueden defender y alabar a través de la muerte y la desgracia de los que no piensan como ellos. Será que además de asesinos son tan ilusos que creen que así conseguirán algo. Son muchas las veces en que mis labios tiemblan ante las bajezas de la raza humana, pero son también muchas las veces en que mis ojos brillan cuando veo la unión de actitudes loables como la de la sociedad española ante el tema del terrorismo. El NO se oye tan fuerte que desgarra, el llanto de los familiares muertos planea en nuestras mentes y el sentimiento de firme rechazo flota como niebla por calles, ciudades y casas. No quiero hablar de política aquí, ni de leyes, ni de acuerdos, ni de soluciones utópicas, no quiero hablar de la ilusión de la paz, sólo quiero luchar junto a esa bendita mayoría que utiliza la palabra, la coherencia, que mantiene la dignidad, que mira de frente y con ojos claros a la locura de unos actos sin sentido. Luchamos a través de la pluma de un escritor, a través de la tristeza de una víctima, a través de la valentía de un político, a través de la firmeza de un juez, a través de la rabia de cualquier ciudadano, a través de los gritos que no se oyen, a través de las manifestaciones pacíficas, a través de la fuerza de un silencio, a través de una cordura admirable.
Tengo fuerza, la que me dan las personas a las que vi ofrecer su nuca cuando mataron a Miguel Ángel Blanco, la que me da ver a un familiar de una víctima leyendo manifiestos en lugar de ir a por el que le arrancó al ser querido. Es una fuerza que no necesita de armas, de bombas ni de amenazas porque sabe de su supremacía.
Estamos en guerra continua, una guerra necesaria porque es la guerra por la libertad y se debe librar. Libertad de pensamiento, libertad de elección, libertad de ideología, libertad sin miedos. En las guerras siempre hay muertos, siempre hay dolor. Lo hubo, lo hay y lo habrá, pero no ganarán.
Declararon la guerra hace años a este país, amparándose en unos ideales que, al parecer, sólo pueden defender y alabar a través de la muerte y la desgracia de los que no piensan como ellos. Será que además de asesinos son tan ilusos que creen que así conseguirán algo. Son muchas las veces en que mis labios tiemblan ante las bajezas de la raza humana, pero son también muchas las veces en que mis ojos brillan cuando veo la unión de actitudes loables como la de la sociedad española ante el tema del terrorismo. El NO se oye tan fuerte que desgarra, el llanto de los familiares muertos planea en nuestras mentes y el sentimiento de firme rechazo flota como niebla por calles, ciudades y casas. No quiero hablar de política aquí, ni de leyes, ni de acuerdos, ni de soluciones utópicas, no quiero hablar de la ilusión de la paz, sólo quiero luchar junto a esa bendita mayoría que utiliza la palabra, la coherencia, que mantiene la dignidad, que mira de frente y con ojos claros a la locura de unos actos sin sentido. Luchamos a través de la pluma de un escritor, a través de la tristeza de una víctima, a través de la valentía de un político, a través de la firmeza de un juez, a través de la rabia de cualquier ciudadano, a través de los gritos que no se oyen, a través de las manifestaciones pacíficas, a través de la fuerza de un silencio, a través de una cordura admirable.
Tengo fuerza, la que me dan las personas a las que vi ofrecer su nuca cuando mataron a Miguel Ángel Blanco, la que me da ver a un familiar de una víctima leyendo manifiestos en lugar de ir a por el que le arrancó al ser querido. Es una fuerza que no necesita de armas, de bombas ni de amenazas porque sabe de su supremacía.
Estamos en guerra continua, una guerra necesaria porque es la guerra por la libertad y se debe librar. Libertad de pensamiento, libertad de elección, libertad de ideología, libertad sin miedos. En las guerras siempre hay muertos, siempre hay dolor. Lo hubo, lo hay y lo habrá, pero no ganarán.
Siempre pensó que estaría ahí, que de un modo u otro la soledad absoluta no llegaría. Percibía un vínculo demasiado fuerte, demasiado largo, demasiado irregular, demasiado sólido. Se había ganado la batalla a la necesidad, a las explicaciones, a las normalidades y todo había seguido. No quedaba nada que superar y llegó la certeza de que siempre estaría ahí, siempre. Acabó siendo como un cojín lleno de retales complicados, bien apoyado en el corazón. No sabía cómo lo que entra en el corazón puede salir y no sabía quién lo decidía. Ella no fue, aunque de nada le sirvió decirlo. Son muy pocas cosas las que se eligen, aunque fuera una explicación poco creíble. Los huecos dejan vacíos, y los vacíos escuecen, aunque él no la creyese. No duele especialmente, pero enrarece. Ella mintió últimamente, disfrazó la realidad con etapas que no pasaban, hasta que la etapa fue un disfraz.
Palabras que, callando, hablan. Palabras que, hablando, mienten. Daño que no tiene culpables. Tiempo que hace su efecto. Hechos que tienen consecuencias. Inevitable, fue inevitable, aunque él no la creyese. Pena, como siempre, de la ausencia de lo constante. Alivio, como siempre, del cambio incesante. No se elige –le dijo-, aunque él no la creyese. Ahora, su cojín era no creerla y, como últimamente, ella calló.
Esta vez aprendió de la pasividad para dar cabida al dolor más intenso de él. Aprendió que la fortaleza puede estar en el silencio, que la verdad puede esconderse en la aceptación, sin más, de lo que ocurre, aunque no guste, aunque no se elija. Pero él no la creyó. El cojín volvió a su sitio, desnudo de tela, vacío de plumas, pero con un nombre y unos momentos. Nada, ni el hablar ni el callar servían porque él ya no la creía. El vacío no es indiferencia, aunque sea el principio de ella. Pero ya no la creía, es lo que debe tener el dolor.
Palabras que, callando, hablan. Palabras que, hablando, mienten. Daño que no tiene culpables. Tiempo que hace su efecto. Hechos que tienen consecuencias. Inevitable, fue inevitable, aunque él no la creyese. Pena, como siempre, de la ausencia de lo constante. Alivio, como siempre, del cambio incesante. No se elige –le dijo-, aunque él no la creyese. Ahora, su cojín era no creerla y, como últimamente, ella calló.
Esta vez aprendió de la pasividad para dar cabida al dolor más intenso de él. Aprendió que la fortaleza puede estar en el silencio, que la verdad puede esconderse en la aceptación, sin más, de lo que ocurre, aunque no guste, aunque no se elija. Pero él no la creyó. El cojín volvió a su sitio, desnudo de tela, vacío de plumas, pero con un nombre y unos momentos. Nada, ni el hablar ni el callar servían porque él ya no la creía. El vacío no es indiferencia, aunque sea el principio de ella. Pero ya no la creía, es lo que debe tener el dolor.
jueves, octubre 11, 2007
Inocencia útil
Se suele hablar de la pérdida de la inocencia, sobre todo a edad temprana, pero en realidad la pérdida de inocencia no tiene edad. Desde que tengo uso de razón me he definido como persona de izquierdas, con una ideología abierta, tolerante, que prioriza las políticas sociales porque son éstas las que suponen una mayor igualdad dentro de la sociedad, las que permiten más derechos a más personas, las que ofrecen una mayor posibilidad de oportunidades, las que se preocupan por la educación, por los valores colectivos. En cualquier caso esto es una ideología y dado que éstas no tienen piernas ni lengua, son irremediablemente absorbidas (también creadas) por seres humanos que las llevan a la práctica. No voy a filosofar sobre las tendencias humanas porque en cualquier caso serviría de poco, pero sí voy a decir que entre el pensamiento defendido y el hecho llevado a la práctica, existen demasiadas lagunas oportunistas, por llamarlas de algún modo, y yo sigo sorprendiéndome de ello. Pese a que cada vez que mi cerebro procesa una estafa me siento completamente descorazonada e indignada, hay algo dentro de mí que sigue creyendo. Va más allá de la derecha y la izquierda, más allá de esos campos grises desolados, más allá de mi propia existencia y de lo que sucede. Creo que la cosa es grave; es como tener fe en algo pequeño que mis ojos ven grande, enorme, fuerte…lo suficiente como para dar más valor a una buena acción que a mil malas. ¿Inocencia? Podría ser. Los desengaños forman parte de la colectividad y con ellos, no debemos dejar de creer. Los políticos fallan, es cierto, decepcionan, incumplen promesas y muchas más cosas, pero por encima de todo eso existe la necesidad de un bien común, lo que se entiende por una supervivencia mejor y de más calidad y para conseguirla, aunque sea muy despacio e incluso aunque no llegue del todo nunca, se necesita creer en que es posible y no desistir por mucha mierda que veamos, oigamos o intuyamos. Dar la espalda a la sociedad y practicar el silencio sólo nos perjudica a la par que engrandece y alivia a quienes cometen atrocidades varias. Denunciar, hablar, informarse y gritar la verdad es el principio de un largo sendero hacia la posible justicia.
viernes, octubre 05, 2007
Moral-eeeeeeh?-jajaja!
Ya dicen, y con razón, que no existe un manual de vida, un librillo al que podamos acudir en etapas confusas o en situaciones que nos sobrepasan. Sería demasiado fácil, demasiado aburrido, demasiado definido. Gran respiro es la posibilidad de opción, de no saber, lo que conocemos como “factor sorpresa”; sin embargo, ese gran oro del desconocimiento sobre lo que va a ocurrir tiene, como casi todo, un precio: que venga algo bueno o que venga algo malo. Mitos, leyendas y tópicos, llevan contradiciéndose siglos a favor de la cigarra o de la hormiga; de vivir el hoy o de pensar en el mañana. Solemos creer que es posible hacer ambas cosas y probablemente lo es, aunque supone tener tiras y aflojas dignos de odas.
Descubres que puedes ser cigarra y actuar sin pensar en el mañana, para despertarte al día siguiente siendo hormiga y pensando en lo que creíste que no pensarías. Primer engaño diréis; “nunca fuiste cigarra entonces”, sería la respuesta lógica.
Se puede ser cigarra, pero cuando lo somos, siempre nos sorprende tener que cargar con las consecuencias de haberlo sido. Así somos, tan animales y tan racionales, y así nos va.
¿Qué se venera o valora más, la parte instintiva o la más cerebral? ¿Decidimos nosotros la que prima en cada momento? ¿Habría que utilizar el concepto de “control” o “descontrol” para entender algunas acciones? ¿Dónde están los límites? Quizás en los genes o en la experiencia, aunque sigo viendo lagunas. El caso es que en este juego del vivir, siempre se puede ganar y siempre se puede perder. Quizás a la hormiga le sorprendió una tormenta que acabó de un plumazo con sus reservas y quizás a la cigarra le tocó la lotería… Conviene pensar que la hormiga fue compensada por su disciplina y la cigarra castigada por su temeridad, así han pretendido enseñarnos. Admiro a las hormigas pero me fascinan las cigarras. Sigamos viviendo o apostando, que es lo mismo… suerte con las fichas.
Descubres que puedes ser cigarra y actuar sin pensar en el mañana, para despertarte al día siguiente siendo hormiga y pensando en lo que creíste que no pensarías. Primer engaño diréis; “nunca fuiste cigarra entonces”, sería la respuesta lógica.
Se puede ser cigarra, pero cuando lo somos, siempre nos sorprende tener que cargar con las consecuencias de haberlo sido. Así somos, tan animales y tan racionales, y así nos va.
¿Qué se venera o valora más, la parte instintiva o la más cerebral? ¿Decidimos nosotros la que prima en cada momento? ¿Habría que utilizar el concepto de “control” o “descontrol” para entender algunas acciones? ¿Dónde están los límites? Quizás en los genes o en la experiencia, aunque sigo viendo lagunas. El caso es que en este juego del vivir, siempre se puede ganar y siempre se puede perder. Quizás a la hormiga le sorprendió una tormenta que acabó de un plumazo con sus reservas y quizás a la cigarra le tocó la lotería… Conviene pensar que la hormiga fue compensada por su disciplina y la cigarra castigada por su temeridad, así han pretendido enseñarnos. Admiro a las hormigas pero me fascinan las cigarras. Sigamos viviendo o apostando, que es lo mismo… suerte con las fichas.
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