La brisa y el olor a mar me dan un respiro. Tan largo y esperado que sólo cabe el silencio. Pasear pisando esa arena mojada y rugosa que dibuja un recuerdo fugaz borrado por espuma. Oler a bronceador y ver cuerpos blancuzcos.
Olvidarse del reloj. Tan necesario como expirar.
Poder observar cientos de verdes diferentes en montañas. Y, entonces, inspirar.
Luego, más prisas a las que renuncio. Con dificultad. Exigiéndome ralentizar mi presencia.
Y, mientras tanto, ese pensamiento. A veces más suave, a veces más fuerte.
Y voy pensando que en el trasfondo, sólo hago una cosa. Traicionar una esperanza inconfesada.
Una y otra vez, sin aparente remedio.
La esperanza no es elegida. La traición de ésta puede que sí. Porque una y otra vez la miro y acepto su provocación.
Más suave, como un viejo olor que se inhala de repente con la normalidad del recuerdo. Y que desaparece sin más, dejándolo escapar.
Más fuerte. Con el deje del mismo olor pero sin ser pasajero. Que se queda ahí, bajo los orificios nasales y se intensifica tanto que te ahoga; nublando los sentidos, incrustándose en la piel, confundiendo a la razón.
Ni uno ni otro sentido es fiable. Va y viene como van y vienen otras tantas cosas, pero en tanto vienen y van se normalizan dejando un poso que dibuja formas caprichosas.
Y ante eso, sólo queda la sonrisa. La que sale de dentro.
Olvidarse del reloj. Tan necesario como expirar.
Poder observar cientos de verdes diferentes en montañas. Y, entonces, inspirar.
Luego, más prisas a las que renuncio. Con dificultad. Exigiéndome ralentizar mi presencia.
Y, mientras tanto, ese pensamiento. A veces más suave, a veces más fuerte.
Y voy pensando que en el trasfondo, sólo hago una cosa. Traicionar una esperanza inconfesada.
Una y otra vez, sin aparente remedio.
La esperanza no es elegida. La traición de ésta puede que sí. Porque una y otra vez la miro y acepto su provocación.
Más suave, como un viejo olor que se inhala de repente con la normalidad del recuerdo. Y que desaparece sin más, dejándolo escapar.
Más fuerte. Con el deje del mismo olor pero sin ser pasajero. Que se queda ahí, bajo los orificios nasales y se intensifica tanto que te ahoga; nublando los sentidos, incrustándose en la piel, confundiendo a la razón.
Ni uno ni otro sentido es fiable. Va y viene como van y vienen otras tantas cosas, pero en tanto vienen y van se normalizan dejando un poso que dibuja formas caprichosas.
Y ante eso, sólo queda la sonrisa. La que sale de dentro.