domingo, abril 27, 2008


La brisa y el olor a mar me dan un respiro. Tan largo y esperado que sólo cabe el silencio. Pasear pisando esa arena mojada y rugosa que dibuja un recuerdo fugaz borrado por espuma. Oler a bronceador y ver cuerpos blancuzcos.

Olvidarse del reloj. Tan necesario como expirar.

Poder observar cientos de verdes diferentes en montañas. Y, entonces, inspirar.

Luego, más prisas a las que renuncio. Con dificultad. Exigiéndome ralentizar mi presencia.

Y, mientras tanto, ese pensamiento. A veces más suave, a veces más fuerte.

Y voy pensando que en el trasfondo, sólo hago una cosa. Traicionar una esperanza inconfesada.

Una y otra vez, sin aparente remedio.

La esperanza no es elegida. La traición de ésta puede que sí. Porque una y otra vez la miro y acepto su provocación.

Más suave, como un viejo olor que se inhala de repente con la normalidad del recuerdo. Y que desaparece sin más, dejándolo escapar.

Más fuerte. Con el deje del mismo olor pero sin ser pasajero. Que se queda ahí, bajo los orificios nasales y se intensifica tanto que te ahoga; nublando los sentidos, incrustándose en la piel, confundiendo a la razón.

Ni uno ni otro sentido es fiable. Va y viene como van y vienen otras tantas cosas, pero en tanto vienen y van se normalizan dejando un poso que dibuja formas caprichosas.

Y ante eso, sólo queda la sonrisa. La que sale de dentro.

jueves, abril 24, 2008

En el quicio. Apoyando la cabeza de lado mientras el cuerpo se resiente con pose cansada.

Demasiadas situaciones, demasiadas coincidencias ya.

La hartura me puede. Digo yo, que ese genio que siempre sale a relucir en las descripciones que me aluden, debería servir para algo. Digo yo.

Porque siempre sale a relucir. Lo que ya queda más escondido es lo que eso supone. Que es la adjudicación sin permiso de un rol hacia mi persona. Un rol presupuesto que nadie me ha preguntado, por cierto. Y digo yo que algo tendrá que decir la que lo engendra. Digo yo.

Porque debe ser que todo está en la forma y no en el contenido, debe ser eso. Y yo, que me guardo de guardar las formas, veo mis pelos arrancados y tomados.

Que debe ser cosa mía, digo. Que no me lo sé montar bien.

Que la justicia ha perdido valor. Y que pena.

Que la sinceridad no sólo molesta. Que es que además incomoda y enfada. Que esa fea costumbre de callar en pro de una tranquilidad fingida está demasiado de moda. No sea, claro, que te malinterpreten o que quedes mal. Qué cosas.

Que decir las cosas claras, así, como se piensan y se sienten es tener genio. Pensaba yo que el genio tenía que ver con gritar o tener malas maneras. Pero no, el concepto se ha sobrevalorado y abarca también eso, el no callarse. Qué cosas.

Que una ya se plantea hasta si la culpa es suya, por no dejar la boca cerradita, como un piñón carmesí.

Si es que…Hasta el quicio estoy. Hasta el mismo quicio.

martes, abril 15, 2008

Reflejos


¿Lo ves? El papel entre los dientes de tu móvil, digo.
Un móvil franqueado por otros dos. Con otras historias. En un septiembre. En un conocido apartamento que hace las veces de refugio intelectual y emocional.

En esa mesa de madera donde hemos comido pollos a l’ast que nos peleábamos por pagar. Y patatas, claro.


¿Ves la ventana? Ésa que da a la plaza de iglesia. Por la que entra el sol de la costa y un tímido aire balancea las cortinas blancas del otro ventanal.
¿La ves a ella vaciando ceniceros que tú no llenas? Sí, seguro que la ves.
¿Y el enorme espejo adentrado en los abismos de la belleza reinventada? Ése que reclama acicalamientos para vagar por pasillos de una gran superficie en busca de vodka.

Justo ese. El que ahora no te devuelve el reflejo esperado.

¿Ves las almohadas y las palabras interminables que amenazan con magnificadas luchas internas? Las predicen y, haciéndolo, sentencian su duración.

Ahí, en el mismo cemento que pisabas a diario hace años. El mismo que sigue acariciando los tacones tus botas nuevas acabadas en punta. Con la misma ilusión que antaño tenías por las que acababan en forma redonda.

Lo mismo. Porque hay cosas que no cambian. Aunque puedas olvidar que no cambian.

Alguna retrató ese trío de espera. Porque las tres miradas hablaban el mismo idioma aunque sólo se vean un par de ojos. Preludio de una caminata que desembocó en sandalias empachadas de arena.

Y paseos inquietos de brisa y palabras. Mientras otras grababan un corto con comentarios jocosos. Dispuestas a abrazar cualquier final.

Cinco minutos después de tu supuesta pérdida ya estabas sonriendo. Acompañando a dos bocas más mientras te visualizabas en imágenes recién horneadas que iban a suponer una masacre que nunca fue tal.

Los malos momentos no son pérdidas. Bien lo sabes. Bien lo sabemos aunque cueste recordarlo.

Y recuerda… conviene que no olvides ahora. Que todo lo que mantienes es aquello que te vale la pena. Que te la vale a ti.

Que todo lo que no te cuestionas perder es lo que nunca perderás.

Y esas miradas, esos papeles, esas esperas y divagaciones volverán a repetirse. Entre las mismas risas, entre las mismas paredes de ese refugio costero. Entre lo importante. Entre reciprocidad.

Y así, te irán quedando recuerdos de vientos del este. Vientos que alguna vez gritaron tu nombre con fuerza y luego se perdieron en la lejanía. Sin más.
Y tú seguirás allí, sabedora de que así, todo está bien.

domingo, abril 13, 2008

Hielo. Blanco azulado y resbaladizo.

Y seco. En bloque. Ni el dedo se humedece al rozarlo.

Un control no reclamado. O sí. Pero igualmente sorprendente.

Un revés en la escalera de opciones. Un giro en las percepciones. Que ya no.

Ahora ya no. Y el por qué, lo desconozco. Puede que algo de cansancio. O de sabiduría adquirida. Vete tú a saber lo que nos va cambiando.

Como si una lluvia de indiferencia hubiese caído sobre mí. Y me hubiese desnudado, sin prisa y sin pausa. Y ya no me importa ni el desnudo mientras ando por las calles.

Mientras otros ojos me miran. Mientras me hablan.

Es un despojo sentido. Que ni siquiera relativiza.

No me seduce nada. No me merece suficiente nada. Y, dentro de ese submundo hasta ahora tan crucial para mí, todo se desvanece fruto de una racionalidad y pasotismo aplastante.

No es huída. A esa ya la conozco. Es algo más intenso, menos complicado. Más sentido que pactado.

Quizás un sosiego merecido que pueda dar cabida, de nuevo, a un sentido ya olvidado. Por lejano y confuso. O quizás no y no importa.

Mi submundo en algo escogido y necesario. Quieto.

martes, abril 08, 2008

Recoge mis abrazos. Ahora que lo valen. Porque luego ya, no sé.

Y no me hables de tiempo. Porque luego ya, no sé.

Pero ahora puedes recogerlos. Y si lo haces, no te asombres de ellos. Sólo son así porque están al resguardo de cualquier cosa que los haga menos cálidos.

Ahora son callados y discretos. Perfumados con una elegancia dulce que aún no entiende de soberbia. Ni de pasión. Ahora, porque luego ya, no sé.

Cógelos en su estado puro, cuando apenas sienten. Y a ver que sientes tú.

Verás como están algo cansados. Algo impertinentes. Algo rígidos.

Úsate de serme extraño para reblandecerlos. Para hacerlos nuevos y no hallen atisbo ni en la imaginación de lo ya pensado.

Como si la sorpresa de una sensación pudiera sobrepasar a todo lo vivido, a todo lo anhelado. A todo lo ya quemado al saberse posible.

Y así, sólo recoge. Sin haber sembrado. Sin haber decidido. Sin nada.

Recógelos si con ellos te tropiezas de repente. Y abrázalos. Un rato. Ahora, porque luego ya, no sé.

sábado, abril 05, 2008

Necesitaba algo. Casi lo venía sabiendo desde ayer. Cuando me subí al coche y supe de mis dos días libres. No lo quise meditar hasta esta mañana, cuando me levanté temprano –o lo que para mí es temprano en sábado- y me sentí encerrada.

Quería más espacio. El espacio que da el mar. O el que se intuye en la montaña. Y quería ir en compañía.

Hago llamadas, que responden con sorpresa. Oigo comentarios que ignoro sobre cómo puedo YO estar despierta a semejantes horas. Propongo un picnic, de los que me gustan a mí. Con mantas entre pino, botellas que no son de agua y evasión de lo urbano. Son acogidas con reticencias.

No a todo el mundo le gusta el bosque. Vale.

Propone playa, “playita” le dicen. Pues acepto. Me da igual, solo quiero un aire nuevo, que llevo toda la semana en una misma rueda.

Mmmmm… casi ha sido mejor el trayecto en coche hacia Castelldefels. Poder llevar una camiseta de tirantes, bajar la ventanilla, sentir el sol. Ver el cielo simpático, imaginar ya el verano. Las terrazas.

Añorar las ocho de la tarde para salir de casa y que te toque el fresco. Saber que no habrá despertador. Organizar un nuevo viaje. Desmontar alguno ya planeado. Sí.

Ha sido todo mental más que real. Ha sido el avance de sensaciones más que las sensaciones sentidas en el momento. Y es que ahora se renace. Y se renace por todos los lados.

La playa estaba llena. De cometas y gente con chaquetas abrochadas. Nunca he tenido una cometa. Ni la he hecho volar.

Pienso que tengo que probarlo.

Por el momento nos concentramos en estirar las toallas y quitarnos la arena de los ojos. Difícil tarea, pero no desistimos.

Lo conseguimos. Aunque no me he llegado a estirar. He preferido mirar todo lo que se me ofrecía.

A punto hemos estado de acercarnos a Sitges, pero no ha podido ser. Había necesidad de tiempo para otras cosas.

Tiempo, tiempo, tiempo. Me voy dando cuenta de que lo he estado subestimando. Mi intención es no tenerlo presente esta noche. Para nada.

jueves, abril 03, 2008


"Recuerdo de un aeropuerto que pisé"

Enero de 2007. Momento inmortalizado por Saül.

Sobresalto

Así. Sin más. Y sin previo aviso. O sí, porque tu cerebro ya había bromeado con ello. Irónicamente claro. Como si no fuera a suceder.

Y entonces sucede.

Y aparece una rareza profunda. Una de ésas que te toca desde los dedos de los pies hasta la cabeza. Recorriendo un cuerpo que ni sientes como tuyo. Escudriñando un cerebro durmiente.

Y no se reacciona tan fácilmente.

En esos momentos te puede sonar el teléfono. Y tú lo puedes coger, como quien coge una almendra y se la mete en la boca sin hambre. Igual. Y puedes mantener conversaciones que luego te hacen pensar. Básicamente, hacen pensar que el cerebro funciona en absoluta soledad. Porque no pensabas, no estabas y ni él te ha echado de menos por no recibir órdenes.

Programación de algún Windows, está claro. Con un Office completito lleno de prestaciones últiles. Es la única explicación que encuentro.

Mucho rato después hablo contigo. Mi cerebro sigue desdoblado pero hablo. Me lo notas y te ríes. Es pura complaciencia de que algo que haya salido de tu boca me haya podido dejar en semejante estado. Lo sé y lo sabes. Bueno, a eso he llegado hoy. Porque ayer no llegué a nada. Querías que me afectara. Y acertaste.

Pero yo logré no moverme. Aunque me costó. Y sé que mi quietud no te sorprendió.

La única sorprendida fui yo. Y lo sigo siendo. Pero ¿sabes? Eso no cambia nada.