Este año me ha dado por esconderme del sol.
Por ir a la playa solo de noche. Cuando hay antorchas encendidas.
Por los vestiditos de colores y las sandalias cómodas.
Por planear vacaciones en otros países de costa mediterránea.
Por minimizar los problemas.
Por escuchar música relajante.
Por ver plácidamente películas que me bajo de Internet con una bolsa de chuches.
Por ir a sitios nuevos en Barcelona que acaben en –Mar.
Por dar, hasta me ha dado por hacer planes a dos años vistas.
Sí, señor. Haciéndome a la vida como si fuera mía.
Con alegría y alevosía…
Esa contradicción que versa sobre el arriesgar ahora para arriesgar menos luego.
O algo así. Que muy claro no creáis que lo tengo.
Y así se va pasando julio.
Entre las rebajas.
Entre las pedicuras y bonitos pañuelos.
Y la adicción a las cenas en el jardín.
Esas que van siendo ya tradición de verano.
Las que recuerdan que los años pasan.
Sobre todo cuando se empiezan a contar gestas pasadas.
O se habla de cuentas a plazo fijo. Madre de Dios, qué cosas.
Mientras alguien te tira fotos justo cuando estás amodorrada en la silla.
Mientras la opción de salir luego de fiesta queda relegada a una intención.
Luego miras la mesa. Montones de platos, vasos, pasteles y botellas.
Muchas botellas de alcohol.
Y sientes una complacencia que te pone alerta.
La cosa es que al día siguiente sigues.
En esa buena rutina de no tener rutina que valga.
Reavivo libros que estaban medio moribundos en la estantería.
Y me enzarzo en escribir cuentos que revoloteaban el pensamiento.
Piensas también en modelitos que llevar a bodas y bautizos.
Porque es el mes –sino el año- de bodas y nacimientos varios.
Y bueno, mejor no pensar en eso.
[…]
Y llega un nuevo día.
Miércoles, para más datos.
Y me despierto. Y no me levanto.
Porque está bien ronronear a lo largo y ancho de la cama.
Pensar en ese pan tostado que te vas a comer en breve.
Y recordar la cena de la noche pasada.
Y llegar a casa de madrugada y no tener frío al bajar del coche.
Pero enciendes el móvil. Claro.
Ese bonito regalo ofrecido por el desarrollo y el avance de la humanidad.
Y como es ya tarde empieza a vibrar con ganas.
Y uno de los mensajes me deja mirando al techo. Y levantando las cejas.
Pero hago como que no pasa nada.
Hace un día precioso. Salgo al jardín con la tostada y el sol me ciega.
Mi perra está a la sombra de una morera. Lista que es ella.
Y yo pienso que al lado de las margaritas amarillas quedarán bien unas lilas.
Y vale. Quizás me vista y me vaya a comprarlas.
No, mejor por la tarde y las planto ya cuando se haya ido el sol.
Mierda.
Claro, es que hoy es miércoles.
Y todo lo que tiene que ver con él tiene que ver con miércoles.
Vete a saber por qué.
Pero así lo he sabido gracias a esta memoria selectiva con quien alguien me dotó.
Y nada, que ya me quedo en pause.
Inspirando hondo como si supiera que algo se avecina.
Y se avecina apenas pasada la tarde.
Justo antes del momento que llevo dedicando días a echar una cabezadita.
Y da comienzo el circo. Con todos los extras.
Mi voz se vuelve extraña. Y carraspea.
Al otro lado del teléfono se suceden silencios.
Y yo no entiendo. O sí.
Lo mismo da.
Que yo ya sé que no voy a sacar nada en claro. Porque es miércoles.
Por mucho que me empeñe.
Y es que los miércoles van teñidos de malas ideas.
De impetuosidad.
De perturbaciones varias que una ya no sabe si son reales.
Y la niebla planea negruzca sobre vaivenes sin sentido.
Y… mejor dejarlo todo para otro día cualquiera.
Por ir a la playa solo de noche. Cuando hay antorchas encendidas.
Por los vestiditos de colores y las sandalias cómodas.
Por planear vacaciones en otros países de costa mediterránea.
Por minimizar los problemas.
Por escuchar música relajante.
Por ver plácidamente películas que me bajo de Internet con una bolsa de chuches.
Por ir a sitios nuevos en Barcelona que acaben en –Mar.
Por dar, hasta me ha dado por hacer planes a dos años vistas.
Sí, señor. Haciéndome a la vida como si fuera mía.
Con alegría y alevosía…
Esa contradicción que versa sobre el arriesgar ahora para arriesgar menos luego.
O algo así. Que muy claro no creáis que lo tengo.
Y así se va pasando julio.
Entre las rebajas.
Entre las pedicuras y bonitos pañuelos.
Y la adicción a las cenas en el jardín.
Esas que van siendo ya tradición de verano.
Las que recuerdan que los años pasan.
Sobre todo cuando se empiezan a contar gestas pasadas.
O se habla de cuentas a plazo fijo. Madre de Dios, qué cosas.
Mientras alguien te tira fotos justo cuando estás amodorrada en la silla.
Mientras la opción de salir luego de fiesta queda relegada a una intención.
Luego miras la mesa. Montones de platos, vasos, pasteles y botellas.
Muchas botellas de alcohol.
Y sientes una complacencia que te pone alerta.
La cosa es que al día siguiente sigues.
En esa buena rutina de no tener rutina que valga.
Reavivo libros que estaban medio moribundos en la estantería.
Y me enzarzo en escribir cuentos que revoloteaban el pensamiento.
Piensas también en modelitos que llevar a bodas y bautizos.
Porque es el mes –sino el año- de bodas y nacimientos varios.
Y bueno, mejor no pensar en eso.
[…]
Y llega un nuevo día.
Miércoles, para más datos.
Y me despierto. Y no me levanto.
Porque está bien ronronear a lo largo y ancho de la cama.
Pensar en ese pan tostado que te vas a comer en breve.
Y recordar la cena de la noche pasada.
Y llegar a casa de madrugada y no tener frío al bajar del coche.
Pero enciendes el móvil. Claro.
Ese bonito regalo ofrecido por el desarrollo y el avance de la humanidad.
Y como es ya tarde empieza a vibrar con ganas.
Y uno de los mensajes me deja mirando al techo. Y levantando las cejas.
Pero hago como que no pasa nada.
Hace un día precioso. Salgo al jardín con la tostada y el sol me ciega.
Mi perra está a la sombra de una morera. Lista que es ella.
Y yo pienso que al lado de las margaritas amarillas quedarán bien unas lilas.
Y vale. Quizás me vista y me vaya a comprarlas.
No, mejor por la tarde y las planto ya cuando se haya ido el sol.
Mierda.
Claro, es que hoy es miércoles.
Y todo lo que tiene que ver con él tiene que ver con miércoles.
Vete a saber por qué.
Pero así lo he sabido gracias a esta memoria selectiva con quien alguien me dotó.
Y nada, que ya me quedo en pause.
Inspirando hondo como si supiera que algo se avecina.
Y se avecina apenas pasada la tarde.
Justo antes del momento que llevo dedicando días a echar una cabezadita.
Y da comienzo el circo. Con todos los extras.
Mi voz se vuelve extraña. Y carraspea.
Al otro lado del teléfono se suceden silencios.
Y yo no entiendo. O sí.
Lo mismo da.
Que yo ya sé que no voy a sacar nada en claro. Porque es miércoles.
Por mucho que me empeñe.
Y es que los miércoles van teñidos de malas ideas.
De impetuosidad.
De perturbaciones varias que una ya no sabe si son reales.
Y la niebla planea negruzca sobre vaivenes sin sentido.
Y… mejor dejarlo todo para otro día cualquiera.